En la mitología griega al Solsticio de Verano era designado la Puerta de los Hombres y en el solsicio de invierno la Puerta de los Dioses.
21 de junio Año Nuevo Aymara
El próximo sábado 21 de junio, junto con el solsticio de invierno, las poblaciones altiplánicas bolivinas festejan el año nuevo aymara. Este acontecimiento tiene como principal desarrollo en la población de Tiwanaku a casi 80 km de la ciudad de La Paz.
La fiesta se inicia la noche del 20 de junio con una feria, llena de comidas, bebidas y grupos autóctonos que acompañan toda la noche. El objetivo de la verbena es esperar el primer rayo de sol al amanecer, momento en el cual inicia el nuevo año. Esta fecha se consideraba importante dentro de esta cultura, debido a que el inicio del ciclo agrícola.
La ceremonia principal se realiza en el Templo de Kalisasaya, donde se encuentra la histórica Puerta del Sol. Estos monumentos fueron construidos por la cultura Tiwanakota hace más de 2.000 años, y según explican fuentes antropológicas se encuentran alineados con la salida del sol. Una particularidad del acontecimiento es la salida del sol, instante en el que la gente creyente de este culto recibe la energía del Dios Inti (Sol) por las palmas de las manos, las cuales exponen al astro.
La Cultura Tiwanakota
La cultura tiawanakota es considerada como una de las culturas más importantes de Latino América, debido a los alcances que lograron a través de su historia, y al alcance que tuvo su tecnología, la cual posteriormente fue utilizada en el resto del continente.
Los orígenes de esta cultura se remontan alrededor del año 15800 ane Hasta alrededor de los años 6300 ane esta cultura básicamente desarrolló complejos urbanos. Alrededor del año 10300 ane, empieza a conquistar a las culturas que se encuentran a sus alrededores obligándolos a adoptar ciertas características culturales. Igualmente en este periodo de la cultura tiawanakota podemos observar la delicadeza que es alcanzada en la alfarería, los avances más importantes en cuestiones de medicina y estructuras sociales. En el año 9000 ane, los Tiwanakotas siguen con la expansión de su cultura y construyen algunos de sus templos más importantes, Akapana, Pumapunku.
Durante la permanencia de esta cultura y su evolución a un imperio el desarrollo que ellos logran en áreas como, alfarería, arquitectura, medicina, astrología e hidráulica es notorio. Estos avances, luego del colapso de este imperio, han sido utilizados por culturas posteriores como los Incas.
cinco válidas razones
que fueran virtudes
y se mostraran en el no hablar.
Pensé en ... "callar por clemencia"
y el derecho absoluto
de cada quien a ser dueño
de su vida y su suerte
me lo hizo desestimar.
Pensé en "callar por obediencia"
y la libertad de conciencia
abrió inmediata, otra brecha
irrefutable, por cierto a quien quiera argumentar.
Pensé en "callar en autodefensa"
y la indigna cobardía se asimiló prontamente
a lo que muy fatuamente intentaba conjugar.
Pensé, luego, "callar por conveniencia"
y la deshonestidad, la perfidia
y la mezquina avaricia resultaron un mal trío
imposible de justificar.
Consideré al fin "callar por lealtad"
y aunque por cierto fuera
la causa, el amor más puro,
él, me resultó insuficiente para intimarme a callar.
Será que la verdad
pide a gritos que se rompan los silencios
cuando hace falta hablar.
………….
Pero no mengüé y seguí buscando
razones sanas
para que el silencio se entronara
en destacado pedestal.
Quizás él valga como refugio
cuando quiere un alma sigilosa
reencontrarse a solas con su propia identidad.
Quizás, también cobre valor el silencio
cuando la conciencia afirma,
que es tiempo que a ella nos debemos entregar.
Quizás haya más circunstancias
por lo que resulta sano limitarse en el hablar:
es bueno si un homenaje se hace sin disertar
pero sobre todo quizás sea arte el silencio
cuando con una mirada
En el medio de la vida
con miedo a ser o a no ser
se nos plantea la cuestión
de sacarnos de encima
de una vez
y para siempre el pudor
que se nos hace ya máscara,
esas falsedades sin razón
que nos tiran para atrás
y terminan ahogándonos.
La Leyenda del Díctamo Real
El díctamo es una yerbita muy fragante que nace en lo alto de
los páramos andinos. Entre los indios es planta sagrada, a la
cual atribuyen la rara virtud de prolongar la vida. Todos
hemos visto y olido los manojitos de díctamo que las
rozagantes parameñas venden en el mercado, pero es creencia
popular que ese no es el verdadero díctamo, el díctamo real
sino una planta semejante, puesto que la existencia de aquél
está envuelta en el misterio: sólo los venados dan con él en
la soledad de los páramos, a la hora en que el sol baña con
tinte de rosa los escarpados riscos.
He aquí la leyenda de díctamo:
Hubo un tiempo en que reinaba entre los indios de los Andes
una mujer por extremo hermosa, que ejercía un poder inmenso
sobre las tribus. Los mancebos más arrogantes y valerosos la
cargaban en un palanquín de oro por floridos campos y las
márgenes de los ríos al son de los instrumentos músicos. Las
doradas espigas de maíz y los lirios silvestres se inclinaban
ante ella; y volaban gozosas las avecillas para endulzar sus
oídos con la melodía de sus cantos. Tan prendados estaban los
indios de su reina, que miraban como una calamidad pública el
más leve quebrado de salud que la afligiese. No se
consideraban felices sino el bajo influjo de sus gracias y la
sabiduría de su gobierno; pero sucedió que un velo de su
tristeza empezó a cubrir el semblante de la hija del Sol, y
poco a poco fue apoderándose de ella una enfermedad
desconocida, que la consumía sin dolor. Las danzas y músicas
sólo le producían lágrimas. Sus salidas, cada vez más raras,
eran ya tristes y silenciosas como un cortejo fúnebre.
La comarca entera se conmovió profundamente. Por todas partes
se hacían demostraciones públicas para aplacar la cólera del
Ches1, entre ellas la extraña y patética danza de los
flagelantes, especies de penitencia pública que consistía en
una procesión de danzantes en la que cada indio tocaba con una
mano la tradicional maraca, y con la otra se azotaba las
espaldas, todo en medio de una algarabía diabólica, en que se
mezclaban el ingrato sonido de aquel instrumento músico, las
declamaciones de dolor y los gritos salvajes.
En la selva sagrada, en los adoratorios y en las riberas de
las lagunas andinas los piaches hacían de continuo ceremonias
singulares ante los ídolos deformes del culto indígena; pero
la reina continuaba enferma: Día por día se adelgazaban más
sus formas bajo la vistosa manta de algodón, y perdían sus
mejillas aquel color de nieve y rosa que les daba el aire puro
de los Andes.
Mistajá era grandiosa doncella, favorita de la reina. Penas y
alegrías, todo era común entre ellas, de suerte que la joven
india, en la enfermedad de su amiga y soberana, vivía con el
corazón traspasado de dolor, velando día y noche al lado de su
regía e infortunada compañera.
-Mistajá, amiga mía- le dijo un día la reina-, la muerte se
acerca y yo no quiero morir. ¿Sabes tú si los piaches han
agotado todo remedio.
-No, no es posible, le contestó la doncella, bañada en llanto.
-Dime la verdad.¿Sabes qué les ha contestado el Ches sobre mi
mal?
-Ciertamente, nada sé porque han guardado en esto silencio
profundo, a pesar de que le han consultado por medios
extraordinarios.
-Pues mira, Mistajá, mi única esperanza está aquí, dijo la
reina, mostrándole una joya de oro macizo en figura de águila.
Cuando mi padre, ya moribundo, la colóco sobre mi pecho, me
dijo estas palabras: <<Esta águila es mensajera de los favores
con que el Ches nos ha elevado sobre los demás indios. Si la
pierdes, arruinarás tu estirpe>>Yo, Mistajá, antes que el
poder, prefiero la vida, y por ello estoy dispuesta a
confiarte el águila de oro para que subas en secreto al Páramo
de los Sacrificios y la ofrendes al Ches.
Mistajá perdió el color y tembló de pies a cabeza. Era cosa
muy grave y extraordinaria lo que le ordenaba la reina, pues
solamente los piaches y los ancianos subían a aquella altura
desconocida para el pueblo, teatro de los horribles misterios.
-¿Tiemblas, Mistajá?...Yo iría en personas si tuviese fuerzas,
pero no puedo levantarme siquiera, y sólo en ti confío, pues
ni los piaches ni mis guerreros consentirían jamás en este
sacrificio, que puede privarme del lugar.
-Yo haré lo que me mandes, contestó la fiel amiga, llena de
espanto, pero resuelta a sacrificarse por su desgraciada
reina.
-En alta madrugada debes partir, para que al rayar el sol
estés en el círculo de piedras que debe existir en la cumbre
solitaria. Allí cavarás un hoyo en el centro, y después de
invocar al Ches con tres gritos agudos, que se oigan lejos,
enterraras el águila de oro y esparcirás por todo el círculo
un puñado de mis cabellos. ¡Ay, Mistajá!, yo te ruego que si
lo hagas y que observes con gran atención si en el cielo, en
el aire o en la tierra aparece alguna señal favorable.
Mistajá
Aquella noche mistajá no pudo conciliar el sueño. Cuando llegó
la hora de partir, la reina la armó con sus propias armas y le
entregó junto con su preciosa joya un hermoso gajo de su
abundante cabello. La doncella lo miraba todo en silencio, sin
poder articular ninguna palabra.
Dos horas de fatigosa marcha había desde la choza real hasta
lo alto del Páramo de los Sacrificios. Mistajá caminaba
aprisa, ora por el borde de algún barranco sombrío, ora
subiendo por ásperas cuestas, sin volver jamás la espalda,
dominada por el miedo y espantándose a cada momento con el
ruido de sus propios pasos. No tenía más rumbo que el vago
perfil que dibujaba el misterioso cerro sobre el cielo
estrellado.
Cuando hubo llegado a la altura, una aparición bastante
extraña la hizo detener de súbito. Quedó enclavada, lela de
espanto a la vista de unos fantasmas que blanqueaban entre las
sombras. Instintivamente se dejó caer en tierra, sin atreverse
siquiera a respirar: una larga fila de indios cubiertos de
pies a cabezas con mantas blancas, le cortaba el paso. Estaban
rígidos, como petrificados por el frío glacial de los páramos.
Largo rato permaneció Mistajá sobrecogida de terror, hasta que
empezaron a asomar las claras del día por el remoto confín.
Entonces sus ojos fueron penetrando más en las tinieblas, y la
enorme de piedras blancas clavadas de punta sobre la
altiplanicie que remataba el cerro sagrado. Recordó al
instante el círculo de que le había hablado la reina, y
continuó su marcha hasta descubrir una entrada por la parte del Oriente.
Era aquel un campo cerrado, una plaza circular de bastante
extensión y simétricamente delineada. Mistajá busca el centro,
y con el dardo más fuerte que hallo a su aljaba, se puso a
excavar la tierra húmeda por el rocío. Luego se irguió vuelta
hacia el oriente, y lanzó con toda el alma tres gritos
inmensos, que resonaron por los cerros vecinos. Con mano
trémula enterró el águila de oro y esparció después por todo
el círculo los cabellos de la reina, en momentos en que la
aurora teñía de púrpura el lejano horizonte.
Como le estaba ordenado, quiso fijarse en el cielo, en el aire
y en la tierra, pero un sueño profundo tumbó sus párpados, y
se dejó caer rendida, como presa de un poderoso narcótico. Era
el instante supremo de manifestarse el Ches sobre la empinada
cumbre.
"Chía y Chés, la luna y el sol, en un instante mágico se unen en una danza de amor…
Mostrando en su encuentro que la esperanza
El paso de una cierva la despertó sobresaltada, a la hora en
que los primeros rayos del sol jugueteaban con el bello
plumaje de su coroza. Un olor fragante se difundía bajo sus
pies: todo el círculo, antes yermo y triste, apareció a sus
ojos cubierto de una yerba fresca y losada, que la cierva
devoraba con especial delicia. Todo el espanto y sufrimiento
de que había sido víctima se tomaron como por encanto en un
gozo inmenso, en una alegría inefable.
Tomó algunos manojos de aquella prodigiosa yerba, descendió
rápidamente del Páramo de los Sacrificios para presentarse a
la soberana de los Andes. Que recibió la aromática planta como
una medicina del cielo: y volvió el color a sus mejillas, el
brillo a sus ojos y la alegría a su corazón; y la vieron de
nuevo todos sus súbditos salir por los floridos campos y las
riberas del espumoso Chama, en hombros de gallardos donceles y
al son de los instrumentos músicos.
Desde entonces existe en los páramos de los Andes el oloroso
díctamo, nacido de los cabellos de la hija del Sol, o la yerba
de cierva, que en su nombre indígena, en memoria de la cierva
que primero comió de ella, a la hora en que el sol bañaba con
tinte de rosa los escarpados riscos; pero el preciosos díctamo
desaparecerá como por encanto el día en que alguien
desentierre el águila de oro ofrendada al Ches en la
misteriosa cumbre.
1Ches era el nombre con que designaban al Ser Supremo los
aborígenes de los Andes Venezolanos.
Por: Tulio Febres Cordero
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