Un nuevo capítulo parece escribirse en la historia de la astronomía. Y el motivo no sería otro que un imperceptible agujero negro ubicado en el corazón de la Vía Láctea, en la esquina del Sistema Solar. Conozcan a la bestia galáctica que devora masas enteras de polvo y gases estelares. No muestra su rostro pero está dando que hablar.
Es el secreto mejor guardado de nuestra galaxia. Y está escondido en su mismísimo corazón, detrás de inmensas, pesadas y oscuras nubes de gas y polvo. Allí, a 27 mil años luz del Sistema Solar, anida una criatura de pesadilla.
Una entidad que pesa tanto como varios millones de soles juntos, y que, sin embargo, ocupa un volumen relativamente chico: masa extraordinaria, densidad extraordinaria, y por ende, gravedad extraordinaria. Nada, ni siquiera la luz, puede escapar del súper agujero negro que domina el centro de la Vía Láctea. En suma: no se ve. No hay manera alguna de verlo. ¿Y entonces cómo sabemos que existe?
Simplemente porque, irremediablemente, esta bestia gravitatoria afecta a su entorno, y los astrónomos han sabido reconocer e interpretar esos signos de desorden y destrucción (y lo mismo ocurre, a escala menor, con los agujeros negros convencionales).
Los primeros indicios de la presencia de un súper agujero negro en el núcleo de la Vía Láctea surgieron hace poco más de tres décadas. Pero no fue hasta los años '90 que los científicos comenzaron a trazar crudamente su perfil. Ahora, por primera vez, y luego de una larga pesquisa, astrónomos de la Universidad de California acaban de publicar datos verdaderamente precisos sobre el monstruo galáctico.
"SAGITARIO A" Y OTRAS PISTAS
A mediados de los años '70, los radioastrónomos estadounidenses Bruce Balick y Robert Brown detectaron poderosas emisiones de radio procedentes de un rincón del cielo, en plena constelación de Sagitario. Era una fuente compacta, extremadamente brillante, y parecía coincidir con el centro de nuestra espiralada galaxia. Con el correr de los años, esa misteriosa "radiofuente", bautizada como "Sagitario A", fue el blanco de muchos otros programas de observación, no sólo en ondas de radio, sino también en luz infrarroja y en rayos X.
Poco a poco, los astrónomos se fueron dando cuenta de que, sea lo que fuere, se trataba de una zona de la Vía Láctea muy pequeña, pero extremadamente caliente y activa. Y ante la falta de mejores explicaciones, comenzó a surgir una audaz hipótesis: quizás, esas radiaciones provenían de ardientes remolinos de gases, "espiraleando" a toda velocidad en torno de un agujero negro central.
Sonaba muy espectacular, pero esta hipótesis encajaba bastante bien con lo que parecía ocurrir en otras galaxias. A comienzos de los '90, varios supertelescopios –incluyendo el Hubble– espiaron los núcleos de la vecina galaxia de Andrómeda, y otras más grandes y lejanas, como las colosales y elípticas M84 y M87 (pertenecientes al Cúmulo de Virgo, un enjambre de miles de galaxias, situado a 60 millones de años luz de la Vía Láctea).
Y así se descubrió algo sumamente curioso: emisiones muy intensas, provenientes de sus núcleos, y estrellas moviéndose en forma alocada y a velocidades alucinantes, como si algo invisible, pero pesadísimo, las acelerara, y las zamarreara de aquí para allá. A la hora de los cálculos, resultó que, para justificar todos esos efectos observables en sus entornos, esas cosas debían ser millones y millones de veces más masivos que el Sol.
No podían ser agujeros negros clásicos (que son el resultado de la muerte y colapso de enormes estrellas), sino súper agujeros negros. Muchas grandes galaxias parecían tenerlos. Y "Sagitario A" parecía ser la mejor señal de que la Vía Láctea no era la excepción. Pero para estar seguros de tan inquietante presencia había que ir más a fondo.
LOS ASTRONOMOS Y SU ESTRATEGIA
Confirmar y perfilar al monstruo galáctico fue uno de los mayores logros de la astronomía contemporánea. Y si bien es cierto que hubo varios esfuerzos científicos en esa dirección, los resultados más claros y contundentes provienen de un grupo de astrónomos que se le animaron a la criatura, subiéndose a la cima de un volcán apagado.
En 1995, la doctora Andrea Ghez y un puñado de colegas de la Universidad de California, de Los Angeles (UCLA) comenzaron a explorar el centro de la Vía Láctea con la ayuda de los súper telescopios Keck I y Keck II, en el Observatorio de Mauna Kea, Hawai; dos colosos de 400 toneladas, cada uno equipado con un espejo primario de 10 metros de diámetro. Pero además de buenos científicos y buenos instrumentos, una tarea tan difícil como estudiar algo invisible requiere de una buena estrategia.
Y la estrategia de Ghez y sus compañeros lo era, aunque requería de una gran paciencia. Para empezar con la faena, apuntaron el Keck I exactamente hacia Sagitario A. Pero en lugar de observar en luz visible, se corrieron al infrarrojo, dado que esas longitudes de onda pueden traspasar más fácilmente la bruma galáctica que se interpone en la visual.
Luego eligieron unas cuantas estrellas que parecían estar muy cerca de la misteriosa región, confirmaron que realmente lo estaban y comenzaron a fotografiarlas para monitorear sus movimientos a lo largo de los años. ¿Por qué? Simplemente porque las trayectorias y velocidades de esas estrellas podían decirles mucho acerca del posible agujero negro.
TANTEANDO A LA BESTIA
Tras algunos años de paciente seguimiento, los astrónomos de la UCLA habían cosechado pilas de imágenes. Fotos infrarrojas que, cual fotogramas, les fueron mostrando la "película" con los movimientos de esas estrellas. Y fue así como brotaron algunos datos un tanto preliminares, pero absolutamente contundentes. Números que fueron volcados en un recordado paper, publicado en 2000 en la revista Nature.
Lo más jugoso: eran las observaciones más finas jamás realizadas de estrellas en el corazón de la Vía Láctea. Y tres de esos lejanos soles no sólo estaban muy cerca de Sagitario A –a "escasos" 16 mil millones de kilómetros, tres veces la distancia Sol-Plutón– sino que, y más importante, venían acelerando sin parar: en 1995, la velocidad orbital de esas estrellas parecía ser de unos 3 millones de kilómetros por hora, y en 1999, casi el doble.
A ese ritmo, sólo les tomaría unos 15 años orbitar a Sagitario A. O dar una vuelta en torno del centro de la galaxia. Al fin de cuentas, se trataba de lo mismo, porque muchos estudios independientes ya indicaban que Sagitario A estaba ubicado en el "eje" de rotación de la Vía Láctea.
Y bien, fueron justamente esos movimientos, esas distancias, y esas velocidades las que delataron el peso de la "cosa" en torno de la que giraban las 3 estrellas: afinando el lápiz, Ghez calculó que se trataba de un objeto de 2,6 millones de masas solares, apenas con un tamaño semejante a la órbita de Marte. Lo único que encajaba en ese escenario era, efectivamente, un súper agujero negro.
El cuadro de hace apenas unos años ya resultaba verdaderamente impresionante. Sin embargo, ahora, con más y mejor información disponible, Ghez reconoce que ella y sus compañeros se quedaron cortos: el monstruo galáctico es mucho más masivo de lo que parecía.
NUEVAS OBSERVACIONES, NUEVOS NUMEROS
Los científicos de la UCLA no les perdieron el rastro a los caóticos avatares que ocurren en el núcleo de nuestra galaxia. Todo lo contrario: desde 1995 hasta hoy, han mantenido una atenta vigilia a los alrededores de Sagitario A. Actualmente, manejan datos mucho más sólidos y confiables, resultado, justamente, de un monitoreo que ya lleva trece años.
Todas las novedades se volcaron en un nuevo paper que muy pronto será publicado en el prestigioso Astrophysical Journal. Ghez y los suyos pudieron trazar, con más exactitud que nunca, las trayectorias de siete estrellas que orbitan al súper agujero negro. Una de ellas, denominada SO-2, es especialmente rápida: su velocidad fue calculada en unos 8 mil kilómetros por segundo. O sea, casi 30 millones de kilómetros por hora. "Estamos observando el vertiginoso centro urbano de nuestra galaxia, donde las estrellas se mueven a velocidades tremendas, y las cosas cambian en cuestión de minutos", cuenta la astrónoma. Tan entusiasmado como ella está el propio director del Observatorio Keck: "Es increíble que podamos estar viendo esas estrellas dando vueltas alrededor del súper agujero negro de la Vía Láctea", dice Taft Armandroff.
Y agrega: "Si en mis tiempos de estudiante me hubieran dicho que alguna vez vería algo así, hubiese pensado que se trataba de pura ciencia ficción".
Con las nuevas y más firmes cifras en la mano, y aplicando simples leyes orbitales y gravitacionales (que se remontan a Kepler y Newton), Ghez concluyó que, en realidad, el monstruo escondido tiene 4,1 millones de masas solares. O sea, un 50 por ciento más que su estimación inicial de 2000. Por otra parte, ella y sus colegas sospechan que toda esa masa está comprimida en un objeto de no más de 15 millones de kilómetros de diámetro.
Es decir, sólo 10 veces el diámetro del Sol. Sólo un agujero negro súper masivo responde a ese perfil, a esa densidad, y a ese extraordinario campo gravitatorio que juega con las estrellas vecinas cual si fueran moscas. Y que está engullendo la materia interestelar (masas de gas y polvo) que tiene más cerca. Incluso, de tanto en tanto, estrellas enteras.
Materiales que formarían un enorme disco, en alocada rotación, en torno del súper agujero negro. Desde allí –y no desde el agujero negro, que, a no olvidarse, no se ve– provendrían las poderosas radiaciones que fueron detectadas, inicialmente, hace más de tres décadas. Y que dieron inicio a este alucinante capítulo de la astronomía contemporánea.
EL ORIGEN DEL MONSTRUO
El monstruo está. Pero ¿de dónde salió? Obviamente no se trata de un agujero negro "normal", que puede tener 10, 20 o 30 masas solares, y que es el resultado del fatal colapso y estallido (supernova) de una estrella grande y masiva. Muchos astrofísicos piensan que esta bestia gravitatoria probablemente nació en los primeros tiempos de la Vía Láctea.
Hace 10 o 12 mil millones de años, cuando, a medida que iban muriendo, muchas estrellas del núcleo galáctico formaron agujeros negros que crecieron –devorando gases y estrellas– y se fusionaron unos con otros. Hasta que, finalmente, formaron una única entidad, superlativa y dominante. Una criatura que, incluso, se convirtió en el pivote de toda la galaxia.
Inevitablemente invisible. Abrumadoramente pesado. Centro y eje de la Vía Láctea. Hasta hace apenas unas décadas, nadie hubiese siquiera soñado con la existencia de semejante cosa. Pero el monstruo existe. Ahí está. Siempre estuvo. Ahora, con gran esfuerzo y astucia, la astronomía finalmente lo ha encontrado. La galaxia, resignada, nos ha entregado su secreto mejor guardado.
La investigación ha develado los secretos ocultos de esta tumultuosa región al mapear las órbitas de casi 30 estrellas, un aumento de 500% sobre estudios previos. Una de estas estrellas ha completado ya una órbita completa alrededor del agujero negro.
El centro de la Vía Láctea Las regiones centrales de nuestra galaxia, la Vía Láctea, observadas en el infrarrojo . |
Al observar los movimientos de 28 estrellas orbitando alrededor de la región más central de la Vía Láctea con paciencia admirable y precisión asombrosa, los astrónomos pudieron estudiar al agujero negro supermasivo que allí se encuentra, "Sagitario A*" (se pronuncia "Sagitario A asterisco"). La nueva investigación marca la primera vez que las órbitas de tantas de estas estrellas centrales han sido calculadas con precisión y revela información sobre la enigmática formación de estos objetos, y sobre el agujero negro al que están unidas.
"El centro de la Vía Láctea es un laboratorio único donde se pueden estudiar los procesos fundamentales de la gravedad fuerte, de la dinámica estelar y de la formación de estrellas, que son relevantes para todos los otros núcleos galácticos, con un nivel de detalle que nunca será posible lograr más allá de nuestra galaxia", explica Reinhard Genzel, líder del equipo proveniente del Instituto Max Planck de Física Extraterrestre en Garching, cerca de Munich.
El polvo interestelar que llena la galaxia bloquea nuestra visión directa en luz visible sobre la región central de la Vía Láctea, de modo que los astrónomos utilizaron longitudes de onda del infrarrojo que pueden penetrar el polvo para poder sondear la región. Si bien esto representa un reto tecnológico, bien vale el esfuerzo. "El centro galáctico alberga el agujero negro supermasivo más cercano que conocemos. Por lo tanto, es el mejor lugar para el estudio detallado de los agujeros negros", sostiene el autor principal del artículo, Stefan Gillessen.
El equipo utilizó las estrellas centrales como "partículas de prueba" al observar como se mueven alrededor de Sagitario A*. De la misma forma en que las hojas capturadas en una ráfaga de viento invernal revelan una compleja red de corrientes de aire, el rastreo de las estrellas centrales muestra el nexo de las fuerzas que actúan en el centro galáctico.
Estas observaciones pueden ser utilizadas para inferir propiedades importantes del agujero negro mismo, tales como su masa y su distancia. El nuevo estudio demostró también que al menos un 95% de la masa que afectaba a las estrellas debía estar en el agujero negro. Por lo tanto, queda poco lugar para otra materia oscura.
"Indudablemente el aspecto más espectacular de nuestro estudio a largo plazo es que ha producido lo que ahora se considera la mejor evidencia empírica de que los agujeros negros supermasivos existen realmente. Las órbitas estelares del centro galáctico demuestran que la concentración central de masa equivalente a cuatro millones de masas solares debe ser un agujero negro, más allá de cualquier duda razonable", dice Genzel. Las observaciones también permiten a los astrónomos definir con gran precisión la distancia que nos separa del centro de la galaxia, calculada ahora en 27 000 años-luz.
Para construir esta imagen sin paralelo del corazón de la Vía Láctea y calcular las órbitas de las estrellas individuales, el equipo debió estudiar las estrellas durante muchos años. Estos últimos resultados removedores representan 16 años de trabajo dedicado, que comenzó con observaciones realizadas en 1992 con la cámara SHARP adosada al Telescopio de Nueva Tecnología de 3,5 metros de ESO ubicado en el observatorio de La Silla, en Chile.
Posteriormente, desde 2002 se realizaron más observaciones utilizando dos instrumentos montados en el Telescopio Muy Grande (VLT) de ESO. Un total de aproximadamente 50 noches de tiempo de observación con telescopios de ESO, a lo largo de 16 años, han sido empleadas para completar este increíble conjunto de observaciones.
Este nuevo trabajo mejoró la precisión con la cual los astrónomos pueden medir las posiciones de las estrellas en un factor de seis, comparado con estudios previos. La precisión final es de 300 microarcosegundos, lo que equivale a ver una moneda de un euro desde una distancia de unos 10 000 km.
Por primera vez el número de órbitas estelares conocidas es lo suficientemente grande como para buscar en ellas propiedades comunes. "Las estrellas de la región interior tienen órbitas aleatorias, como un enjambre de abejas", dice Gillessen. "Sin embargo, seis de las 28 estrellas orbitan el agujero en un disco. En este aspecto el nuevo estudio ha confirmado también de forma explícita trabajos anteriores en los cuales se había descubierto el disco, pero únicamente en un sentido estadístico. Movimiento ordenado más allá del mes-luz central, órbitas aleatorias más adentro… esta es la forma en que mejor se describe la dinámica de las estrellas jóvenes en el centro galáctico".
Una estrella en particular, conocida como S2, orbita alrededor del centro de la Vía Láctea tan rápidamente que ha completado una revolución entera dentro del período de 16 años del estudio. La observación de una órbita completa de S2 representó una contribución clave para la gran precisión alcanzada y para la comprensión de esta región.
Sin embargo, todavía se mantiene el misterio sobre la forma en que estas estrellas jóvenes llegaron a estar en las órbitas que vemos hoy. Son demasiado jóvenes como para haber migrado largas distancias, pero parecería ser incluso más improbable que se hayan formado en sus órbitas actuales, donde actúan las fuerzas de marea del agujero negro. Se están planificando observaciones futuras para comprobar varios modelos teóricos que intentan resolver este acertijo.
"ESO todavía tiene mucho trabajo por delante", dice Genzel. "Para los estudios futuros de la vecindad inmediata del agujero negro necesitamos una resolución angular mayor de la actualmente posible".
Según Frank Eisenhauer, investigador principal del instrumental de próxima generación GRAVITY, ESO será pronto capaz de obtener esa muy necesaria resolución. "El próximo gran avance será combinar la luz de las cuatro unidades telescopio de 8,2 metros, una técnica conocida como interferometría. Esto mejorará la precisión de las observaciones en un factor de 10 a 100, sobre lo actualmente posible. Esta combinación tiene el potencial de comprobar directamente la teoría general de la relatividad de Einstein en la actualmente inexplorada región cercana a un agujero negro".
NOTAS:
Las observaciones son la culminación de 16 años de una larga campaña de monitoreo, comenzada en 1992 en el Telescopio de Nueva Tecnología de ESO con SHARP. Fue luego seguida en el Telescopio Muy Grande de ESO con los instrumentos NACO y SINFONI. Estos dos instrumentos se basan en el uso de la óptica adaptable, que permite a los astrónomos eliminar el efecto de distorsión de la atmósfera. Como el centro de la Vía Láctea está muy lleno de objetos, es necesario observar con la mayor resolución posible, de ahí la necesidad del uso de la óptica adaptable.
Desde el centro galáctico únicamente pueden llegar hasta nosotros señales de radio, luz infrarroja y rayos-X. Mientras que las observaciones de radio muestran principalmente gas, y los observatorios de rayos-X son sensibles a los procesos de alta energía, el infrarrojo nos permite observar a las estrellas.
Una pareja de astrónomos de Texas y Alemania han usado un telescopio del Observatorio McDonald de la Universidad de Texas en Austin junto con el Telescopio Espacial Hubble y muchos otros telescopios de todo el mundo para descubrir nuevas pruebas de que las galaxias más grandes y masivas del universo y los agujeros negros supermasivos en sus corazones crecieron juntos a lo largo del tiempo.
"Evolucionaron simultáneamente", dijo John Kormendy de la Universidad de Texas en Austin, que fue coautor de la investigación junto a Ralf Bender del Instituto Max Planck para Física Extraterrestre en Alemania y Ludwig Maximilians del Observatorio de la Universidad. Los resultados se publican en el ejemplar de esta semana de la revista Astrophysical Journal Letters.
Los astrónomos saben que las galaxias, esas vastas ciudades de millones o miles de millones de estrellas, crecen a través de colusiones y fusiones. El trabajo de Kormendy y Bender implica a las mayores galaxias del universo — "las galaxias elípticas" que tienen una forma aproximada a un balón de rugby y que pueden estar hechas de hasta billones de estrellas. Virtualmente todas estas galaxias contienen un agujero negro en sus centros, es decir, una región infinitamente densa que contiene la masa de millones o miles de millones de veces la del Sol y de la cual no puede escapar la luz.
Una teoría principal actual dice que cuando colisionan las galaxias, sus agujeros negros terminan orbitándose entre sí. Juntos, los dos agujeros negros actúan como una batidora: Agitan violentamente el centro galáctico con si increíblemente potente gravedad, y arrojan estrellas fuera de las regiones centrales. Cuando el par de agujeros negros cae al centro del nuevo remanente de la fusión, este núcleo supergaláctico carece de estrellas que han salido volando. Kormendy y Bender midieron la atenuación resultante de tales núcleos galácticos, el conocido como "déficit de luz".
El déficit de luz en los núcleos galácticos es sorprendente a la vista de décadas de trabajo por parte de muchos astrónomos, incluyendo a Kormendy y Bender, los cuales demostraron que las mayores galaxias elípticas contienen los agujeros negros más masivos en sus centros. Estos son monstruos que "pesan" mil millones de veces la masa del Sol. Atraen las estrellas alrededor de ellos con una gravedad ferozmente potente. Los astrónomos esperan que unos agujeros negros tan masivos tirasen de las estrellas de la galaxia hacia un diminuto y denso cúmulo en el centro. Pero observaciones en la década de 1980 con telescopios terrestres y observaciones mucho mejores en la década de 1990 con el Telescopio Espacial Hubble revelaron lo contrario. Las mayores galaxias tenían grandes y dispersos centros de baja densidad. ¿Por qué los agujeros negros no están rodeados por densos cúmulos de estrellas? ¿Dónde están las estrellas que faltan?
La teoría de que los agujeros negros binarios lanzan gravitatoriamente a las estrellas fuera de los centros galácticos ha sido la explicación popular pero no demostrada. Ninguna observación con telescopios proporcionó una evidencia contundente – hasta ahora.
"Nuestras nuevas observaciones son sólidas y un vínculo directo entre los agujeros negros y las propiedades del centro de la galaxia", dice Kormendy. "Son el "arma humeante" que conecta los agujeros negro con la formación de los sorprendentemente dispersos centros de las galaxias elípticas gigantes".
Kormendy y Bender hicieron estudios detallados de 11 galaxias en el Cúmulo de Virgo. Para lograr una descripción global exhaustiva de cada galaxia, usaron la visión de gran angular de la Cámara de Foco Principal en el Telescopio de 0,8 metros del Observatorio McDonald. Usaron el Telescopio Espacial Hubble para estudiar estos mismos núcleos galácticos en mayor detalle. Se usaron muchos otros telescopios para conectar los datos centrales de Hubble con los datos externos del telescopios McDonald. Los resultados sobre 27 galaxias elípticas en el Cúmulo de Virgo medidas por Kormendy, Bender, y sus colegas de la Universidad de Texas David Fisher y Mark Cornell, y patrocinados por la Fundación Nacional de Ciencia, tienen prevista su publicación en un próximo ejemplar de Astrophysical Journal Supplement Series.
Sus medidas de precisión del brillo – es decir, el número de estrellas — a distintas distancias del centro de las galaxias elípticas les permitieron calcular con mucha más exactitud que anteriormente las masas de estrellas "que faltan" en el centro de las elípticas más grandes. Esto reveló más sorpresas: La masa perdida se incrementaba de forma análoga a la masa medida en los agujeros negros centrales. Se sabía que ambas cantidades estaban relacionadas, pero no que la correlación era tan estrecha como para estar dentro del margen de error. Es decir, que la correlación es virtualmente perfecta.
La masa perdida también se incrementa simultáneamente con otra propiedad de la galaxia conocida por estar directamente relacionada con los agujeros negros, y es la velocidad a la que se forman las estrellas más lejos en la propia galaxia, donde no pueden sentir la gravedad del agujero negro.
"A los astrónomos les encantan las correlaciones estrechas", dice Bender. "Nos dicen lo que están conectado y con qué. Las nuevas observaciones nos dan unas pruebas mucho más sólidas de que los agujeros negros controlan la formación galáctica, al menos en sus centros ".
De acuerdo con Linda Sparke, directora del programa de la NSF para ciencias astronómicas, "Esta valiosa investigación demuestra cómo los agujeros negros crecen junto con la galaxia. Son grandes noticias. Hemos aceptado desde hace mucho tiempo que los agujeros negros no se colocan aleatoriamente en las galaxias. Las galaxias más luminosas albergan los agujeros negros más masivos. Pero no aún no sabíamos cómo los agujeros negros y las galaxias influyen entre sí. Kormendy y Bender han visto la huella de pares de agujeros negros fusionándose en los centros de enormes galaxias elípticas, revelando las pruebas de que los mayores agujeros negros se forman después de que colisionen galaxias menores para producir un sistema más grande".
Kormendy añade finalmente, "Hemos creído desde hace mucho que los agujeros negros alimentan los quásares en los núcleos galácticos, los cuales son los objetos más brillantes del universo. Y hemos llegado a sospechar que poner agujeros negros gigantes en los centros de galaxias jóvenes e iluminar tanta luz de quásar sobre ellas afecta a la formación de la galaxia. En otras palabras, sospechamos que el estudio de los quásares y el estudio de las galaxias son el mismo tema. No podemos comprender una sin la otra.
"Creemos que haber ayudado a fusionar estos temas conectando directamente los agujeros negros a la estructura de la galaxia", comenta. "John Muir en su famosa cita comenta que todo está relacionado con todo lo demás en el mundo. Cuando encontramos que temas distintos están relacionados, construimos una teoría de formación galáctica en la que tenemos confianza".
Año Internacional de la
Astronomía Amenazada
.... algo tan cotidiano como ver aparecer cada noche las estrellas está siendo barrido rápidamente de nuestras vidas
JUAN ANTONIO ALDUNCIN GARRIDO 10/03/2009
Farolas en la avenida del Cid en Valencia, ejemplo de contaminación lumínica.-
Consulta el especial del Año Internacional de la Astronomía de ELPAÍS.com
Avanza este Año Internacional de la Astronomía, que parece dedicado a un asunto no especialmente problemático: la astronomía tiene un aire más bien amable y seductor. Y la excusa señalada para conmemorar es algo tan poco controvertido como la invención del telescopio. Entonces, ¿hay algo que reivindicar, denunciar o por lo que luchar en relación con la astronomía, este año? Pues bien, resulta que la atractiva ciencia del cielo está cada vez más amenazada por la plaga de la contaminación lumínica. En un sentido puro y simple: algo tan cotidiano como ver aparecer cada noche las estrellas está siendo barrido rápidamente de nuestras vidas. El cielo es regalo de la naturaleza (como los bosques o las olas), pero está hoy por hoy apartado de nosotros porque los excesos de la luz artificial se interponen como una muralla que no nos deja ver. Por eso, uno de los proyectos pilares de este año es Descubre el Cielo Oscuro, con el objetivo de recuperarlo y protegerlo.
Leyes equívocas
Quienes gobiernan dicen que quieren resolver el problema. Pero por lo general todo queda en bonitas palabras; o bien se han gestado algunas leyes, ordenanzas o reglamentos tan equívocos y permisivos que son incapaces de garantizar una mejora sustancial de la situación. Mientras tanto, la contaminación lumínica no hace sino aumentar. Parece que detrás de esto hay ideas erróneas sobre lo que sería un alumbrado de exteriores correcto. Muchos siguen pensando que cuanta más luz mejor, pero eso ya no es así una vez que se han alcanzado los niveles necesarios para la seguridad. A otros les parece bien que muchos lugares estén sobrecargados de farolas. No se dan cuenta de que tanta luz se acompaña de deslumbramiento, de modo que la sensación de seguridad resulta engañosa. Y se siguen instalando luces donde, en verdad, no hacen falta, manteniéndose encendidas sin necesidad a las tantas de la madrugada. Se olvida que eso supone consumir en vano al cabo del año miles y miles de kilovatios-hora.
Entre las actividades del Año Internacional de la Astronomía, se puede plantear un conteo de estrellas visibles en ciertas constelaciones y en determinados períodos del año. Y se basa en los datos aportados por un gran número de personas que voluntariamente hacen dicha observación desde los puntos más dispares de nuestra geografía. Es, pues, un proyecto abierto y participativo. A tenor de las aportaciones recibidas, se puede decir que entre los puntos sondeados los que disfrutan de noches naturales, libres de contaminación, no pasan del 14%. Es llamativo el deterioro que padece el firmamento nocturno en general, hasta el punto de que más de la mitad de la población vive bajo cielos tan contaminados por luz que han perdido de vista entre el 91% y el 97% de las estrellas. Triste panorama. O bien todo un aliciente para trabajar por cambiar las cosas; aprendiendo lo que es un alumbrado racional; valorando la oscuridad natural de la noche; promoviendo leyes que sean útiles; cumpliéndolas. Es el reto más serio para el Año Internacional de la Astronomía, si deseamos que el derecho a un firmamento asequible a todos tenga algún sentido en el futuro.
Juan Antonio Alduncin Garrido es miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y de Cel Fosc, Asociación contra la Contaminación Lumínica
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