HORIZONTES DE REDES NOOSFERICAS

Nada de lo aquí escrito nos pertenece.Si hubiese alguna pertenencia,sería el lazo noetico con el cual se han atado tantas bellas flores de conocimiento que son ofrecidas a la humanidad como un ramillete de noologias...... TOD@ TEXTO/ILUSTRACION ES USAD@ CON FINES DE DIFUNDIR VISIONES SOBRE NUESTRO UNIVERSO Y SUS PENSADORES. SI ALGUIEN SE SIENTE AFECTAD@ POR ELLO, CON SUMA DILIGENCIA RETIRAMOS DE ESTE PORTAL SU APORTE SOBRE EL PARTICULAR EN RAZON DE SU SOLICITUD PERSONAL EN LA EXPLICITUD ESCRITA Y DIRECCIONADA DE SU AFECTACIÓN

miércoles, 9 de julio de 2008

ANTROPOGENESIS 1





EL SABER QUE VINO DE LAS ESTRELLAS
Sorprendentemente, la astronomía conocida por las grandes civilizaciones supera con mucho lo que parecería lógico, teniendo en cuenta las modestas herramientas de investigación utilizadas por los antiguos observadores del cielo. Esto, unido a las múltiples leyendas y mitos referidos a visitas de dioses que legaron a los hombres sus secretos conocimientos sobre el universo, nos obliga a preguntarnos si el anciano saber astronómico pudo ser realmente traído a la Tierra por seres extraterrestres.
El hombre del paleolítico era nómada. A fin de orientarse en su constante deambular, tuvo que fijar unos puntos de referencia y lo consiguió mediante la observación del Sol y de las estrellas.
Pronto comprendió que los movimientos de los astros estaban relacionados con asombrosos acontecimientos. La naturaleza se comportaba apacible o violentamente dependiendo de la posición que el Sol tuviera en el horizonte. Los truenos, los relámpagos, las tormentas y todo aquello que le atemorizaba, guardaba relación con la mayor o menor presencia de este astro, por lo que divinizó como dador de la vida. Por otra parte, la constatación de que los ciclos estacionales se repetían hizo que el ser humano comenzase a medir el tiempo. La observación llevó al hombre a percatarse de que el Sol no aparece siempre por el mismo sitio. Sólo hay dos días al año en que sale por el este y se pone por el oeste (en el hemisferio norte): durante los equinoccios de primavera (21 de marzo) y de otoño (21 de Septiembre). En ellos, el número de horas del día es el mismo que el número de horas de la noche, o sea, 12. El resto del año, el Sol naciente se mueve como un péndulo por el horizonte, hacia la izquierda o hacia la derecha del este geográfico. Este deplazamiento marca un arco en el horizonte cuyos límites son los días del solsticio de verano, el día más largo del año (21 de Junio) y el solsticio de invierno, el día más corto (21 de diciembre).
Estos conocimientos eran marcados por los egipcios con dos obeliscos situados frente al templo, cuya fachada principal se orientaba al este, en una línea imaginaria que pasaba entre los dos monumentos. Desde un punto determinado del templo, el sacerdote-astrónomo podía mirar el horizonte y conocer la llegada de estos días clave, a medida que el Sol naciente se aproximaba a uno u otro obelísco. Pero no era sólo esto lo que los antíguos conocían del cielo...
EL GRAN SANTUARIO
El culto al Sol apareció ya en el Período Chelense (100.000 a.C). Las grandes construcciones pétreas surgieron con gran profusión por todos los rincones de Europa desde Portugal a los Países Escandinavos. Sólo en la isla de Seeland (Dinamarca) se han encontrado 3.500 megalitos. Y el denominador común de tales construcciones fue la astronomía, ya que se ha constatado que el 70% de los dólmenes y avenidas cubiertas tienen la entrada orientada hacia el nordeste, buscando la salida del Sol en el solsticio de verano. Bretaña es una tierra privilegiada, situada sobre un macizo granítico que recibe y emite a su alrededor radiaciones telúricas. En esta región francesa se conservan actualmente cerca de 3.800 megalitos con alineaciones sobre la línea equinoccial, la dirección de salida del Sol solsticial de verano y de la puesta solsticial en invierno.
Pero sin duda es Stonehenge el más conocido y evocador de todos los monumentos protohistóricos de función ritual y astronómica. El tramo recto de su Avenida, por la que se accedía desde el exterior hasta el centro del conjunto, estaba perfectamente orientado hacia al lugar donde se habría visto el primer destello solar en el solsticio de verano. Stonehenge fue erigido en un lugar previamente seleccionado en la estrecha porción del hemisferio norte en que los azimuts (ángulo que forma con el meridiano el círculo vertical que pasa por un punto de la esfera celeste) del Sol y de la Luna, en su máxima declinación (distancia del astro al ecuador), forman un ángulo de 90°. La importancia del lugar elegido era tal que sus constructores no dudaron en traer bloques de hasta 400 toneladas desde una cantera situada a 300 km. Actualmente, los arqueólogos sostienen que Stonehenge se comenzó a levantar hacia el 3600 a.C., continuándose las obras en épocas posteriores. Stonehenge no es un monumento ordinario, ya que cumplió simultáneamente las funciones de calendario lunar y solar y aportó, además, el conocimiento de los ritos de las estaciones. El 21 de junio, solsticio de verano, el primer rayo de luz iluminaba el altar, ahora caído entre los dólmenes. Los estudios astronómicos realizados por el profesor Gerald Hawkins y por Sir Norman Lockyer demuestran que la Luna tenía más interés para sus enigmáticos constructores que el Sol. Próximos a la entrada del monumento, cuarenta hoyos, señales de otros tantos postes dispuestos en seis filas, coinciden con la posición más septentrional a la que llega la Luna cada 18,61 años. No es posible que unos hombres prehistóricos obtuvieran tal refinamiento astronómico mediante la mera observación del firmamento. Además, se ha comprobado que las alineaciones lunares están realizadas con tal perfección que para establecerlas debieron, sin ninguna duda, contar con información acerca de la inclinación de la órbita y diámetro lunar. Gracias a estos y otros datos, las investigaciones más recientes indican que la época señalada por la posición de los astros en el cielo es mucho más remota que la fecha de su supuesta construcción. Ello nos lleva a preguntarnos: ¿Quién planificó Stonehenge y cuáles fueron sus motivos?
EL AÑO DE VENUS
En el continente americano, la astronomía alcanzó sorprendentes niveles de perfección. En Naxatum, la más antigua de las ciudades mayas conocidas, dos templos servían como punto de observación para las puestas de sol durante los solsticios de verano e invierno. En Chichén ltzá, durante el equinoccio de primavera, el juego de luces y sombras que provoca el Sol en la balaustrada de la pirámide principal produce la aparición de la imagen de una serpiente de cascabel con plumas que dudosamente puede ser fruto de la casualidad. En México, Guatemala y Honduras se desarrolló un intrincado calendario astronómico de una exactitud excepcional. En el Códice de Dresde aparece reflejado cómo los mayas hicieron un registro completo de la aparición de Venus como estrella de la mañana y de la tarde, con su ciclo de 584 días. Los mayas eran conscientes de la proporcionalidad del año de Venus y del llamado año vago terrestre de 365 días. Ocho años vagos corresponden exactamente a cinco años de Venus, representando un ciclo de 2.920 días, tras los cuales Venus retorna al mismo lugar del cielo en la misma época del año. Además, los astrónomos mayas calcularon la duración del año solar en 365,242 días. Y dieron al mes lunar un valor exacto de 29,5302 días, con un insignificante error de 0,00039.
Sería absurdo pensar que toda esta serie de complejos cálculos tuviera, únicamente, una función agrícola. Basta pensar en los esfuerzos realizados en la ciudad mexicana de Teotihuacán, donde se desvió el curso de un río para adaptar su trazado a un plan establecido según la orientación astronómica ¡de las Pléyades! Este grupo de estrellas experimentaba una salida helíaca (aparición de los astros dentro de la hora anterior al amanecer) el día exacto en que se producía el primero de los dos pasos anuales del Sol por el cenit, un día de enorme importancia para señalar las estaciones ya que entonces el Sol no proyecta sombras cuando está a la altura del mediodía. Dada la importancia de las Pléyades en el saber popular mesoamericano, este grupo estelar parece constituir la clave astronómica según la cual se planificó la orientación de Teotihuacán, Tenayuca, Tepozteco y Tula.
PIRAMIDES AMERICANAS Y DIOSES BLANCOS
Los edificios de Chichén ltzá, en Yucatán, muestran un planteamiento similar. La Torre del Caracol es probablemente el más famoso de todos los edificios astronómicos de la América antigua. Se trata de una torre circular con cuatro puertas, cada una de ellas orientada hacia un punto cardinal. Se abren tres ventanucos al oeste, al suroeste y al sur. Dos de estas ventanas marcan perfectamente los extremos septentrional y meridional del trayecto de Venus a lo largo del horizonte. Además, las puestas solares en los días equinocciales se adaptan limpiamente a la banda estrecha de cielo que puede verse desde la alineación interior derecha y exterior izquierda de la primera ventana. Según la leyenda, fue el enigmático dios Quetzalcoatl quien levantó el templo mayor piramidal de Chichén ltzá.
Las construcciones individuales de los asentamientos mexicanos también tienen significado astronómico. Dichos edificios podrían haberse desviado deliberadamente de la simetría para poner énfasis en algún suceso importante (la salida de algún astro, por ejemplo) relacionado con el horizonte. Una de las construcciones menos corrientes desde este punto de vista es el conocido como edificio de Monte Albán, un lugar elevado habitado por los antiguos zaspotecas, cerca de la ciudad de Oaxaca. Su planta tiene forma de flecha. Mientras todos los demás edificios tienen sus ejes dirigidos sensiblemente hacia los puntos cardinales, la escalera del edificio está orientada al noreste. Los bajorrelieves de la pared oeste mostraban claramente el símbolo de los palos cruzados. Es el mismo instrumento de observación dibujado en los códices. En el año 275 aC., fecha en que se construyó, apuntaba hacia la salida de Capella, la sexta estrella más brillante del cielo, que experimentaba una salida helíaca precisamente el mismo día del primer paso anual del Sol por el cenit de Monte Albán, el 9 de mayo de aquella época. Cuando esto sucedía, los sacerdotes descendían al pasadizo del llamado edificio P para hacer sus observaciones solares.
¿De dónde procedía este conocimiento astronómico? Tanto en Monte Albán como en la cercana Palenque, y hasta en la lejana Tiahuanaco abundan figuras que representan a seres humanos con aspecto de astronautas, lo que, obviamente, ha provocado que un cierto número de investigadores hayan elaborado la hipótesis de que fueran seres extraterrestres quienes proporcionasen a los constructores de estos edificios las indicaciones para su realización. De hecho, Francisco Pizarro en Perú y Hernán Cortés en México conocieron dos leyendas asombrosamente semejantes que avalarían dicha teoría. Se referían ambas a un ser barbudo y de tez clara que arribó a estos países en una antigüedad remota para impartir sus enseñanzas. Aquel ser extraordinario era conocido como Quetzalcoatl entre los aztecas y como Kukulcán entre los mayas. Una figura que aparece en el Códice Florentino muestra a Quetzalcoatl en el momento de su partida. Está provisto de un uniforme y de un casco y a corta distancia de él se encuentra lo que parece una nave con forma discoidal, a bordo de la cual, supuestamente, abandonará la Tierra.
La deidad andina más importante fue Viracocha, quien realizó su obra creadora en el lago Titicaca. Según la leyenda, Viracocha habría creado una nueva generación de hombres que fue la conquistadora del valle de Cuzco. Los incas, que conservaron su culto en secreto, no quisieron presentarlo como deidad máxima por ser el dios de los vencidos tiahuanacos y lo reemplazaron por el Sol, llamado Inti en quechua. Pero no fue Viracocha el primer «extranjero» que pisó tierra andina. Hace cinco millones de años, una nave refulgente se posó en la Isla del Sol de Tiahuanaco y de ella descendió Orejona, una mujer de cabeza puntiaguda, cuatro dedos en cada mano y en cada pie y orejas desmesuradamente largas que, según se cree, provenía de Venus. Se apareó con varios hombres para mejorar la raza humana y sus hijos se convertirían en los antecesores de la nobleza local. Esta diosa transmitió sus enseñanzas a los hombres durante varios años hasta que, finalmente, regresó a su planeta de origen. Sus descendientes colgaron pesas de sus lóbulos para alargar las orejas y volverlas tan enormes como las de su ilustre progenitora. Hay que recordar que la puerta del Sol de Tiahuanaco señala a la estre1la Sirio. Los seres grabados poseen alas. Si estos visitantes extraterrestres tenían la cabeza alargada y los lóbulos de las orejas agrandados, no es de extrañar que sus descendientes quisieran imitarlos, lo que explicaría los cráneos humanos deformados hallados en Perú o las cabezas de los moais de la Isla de Pascua.
LUCES EN EL CIELO
Beroso vivió en tiempos de Alejandro Magno (300 a.n.e.) y fue sacerdote en el templo babilonio de Bel Marduk. Fue historiador, astrólogo y se dice que inventó, entre otras cosas, el cuadrante solar semicircular. En su libro Historio del Mundo describe un mítico contacto con seres venidos del cielo. Los mesopotámicos atribuían su conocimiento de las ciencias y las artes a un animal con capacidad racional llamado Oannes, el Enki de los sumerios, que salvó a los seres vivos del diluvio, cuando se desbordó el Eúfrates. Oannes surgía del Golfo pérsico durante el día para instruirles y retornaba al agua por la noche. Las obras de Beroso y otros autores se conservaban en la Biblioteca de Alejandría, creada por Demetrio de Falera, que escribió una obra titulada Acerca de los luces que se ven en el cielo, en la que trataba de los puntos luminosos que se observaban ocasionalmente en el firmamento y que nada tenían que ver con las estrellas. Otras obras, como la iluminación de Bel, escrita por el rey Sargón hace 5.000 años, recogen observaciones astronómicas con cálculos para predecir eclipses solares o lunares. Desgraciadamente, los manuscritos que podrían arrojar luz sobre toda esta sabiduría sirvieron para alimentar durante varios meses el fuego de los baños públicos de El Cairo, en el primer tercio del siglo VII de nuestra era, ya que, se afirmaba, iban en contra de la religión islámica.
A pesar de pérdidas como ésta, parte del conocimiento astronómico de la antigüedad ha llegado hasta nosotros a través de griegos, romanos y árabes, que lo heredaron de los egipcios. Después de visitar Egipto Julio César obtuvo una serie de datos sobre la medida del tiempo que ocasionaron que su consejero astrónomo Sosígenes pudiera modificar el calendario desde el año 45 a.n.e., añadiendo un día cada cuatro años y empezando a contar desde el 1 de enero y no desde el 1 de marzo, como se hacía hasta entonces. Así se originó el calendario juliano, que fue modificado por el papa Gregorio XIII en 1582.

ASOMBROSO LEGADO EGIPCIO
La teoría extraterrestre cuenta, en el caso de Egipto, con todo género de indicios. Simplicio dijo que los habitantes de este país conservaban observaciones astronómicas de los últimos 600.000 años. Diógenes Laercio databa la antigüedad de los cálculos astronómicos egipcios en unos 48.000 años y Marciano Capella decía que estudiaron las estrellas durante 40.000 años. Pero, por supuesto, los historiadores y egiptólogos oficiales no aceptan esto, como tampoco las cronologías que remontan la lista de sus míticos regentes predinásticos a aquella remota época. La representación más espectacular del firmamento egipcio está en el techo de una capilla del templo de Hathor Se trata del famoso Zodiaco circular de Dendera. El notable egiptólogo y hermetista R.A.Schwaller de Lubicz, demostró que en este zodiaco se encuentran las pruebas de la antigüedad del santuario. Consiste en dos círculos de constelaciones, toscamente superpuestos, centrado uno en el Polo Norte geográfico y otro en el real, el de la eclíptica, hacia el que señalaría el eje de la Tierra si no oscilase. El diámetro del zodiaco de oriente a occidente cruza la constelación de Piscis, evidenciando que se construyó en la era regida por esta constelación, hace más o menos 2.100 años. Pero un par de jeroglíficos, en su borde, insinúan la presencia de otro eje que pasa por el comienzo de la era de Tauro, suceso ocurrido ¡más de cuarenta siglos antes! Ello indica que los egipcios conocían la precesión de los equinoccios (movimiento de los puntos equinocciales en virtud del cual se anticipan un poco, de año en año, las épocas de los equinoccios) y que la tradición religiosa mantenida en el templo de Dendera data de ¡cuatro mil años antes de lo que hasta ahora se ha aceptado!

EL INDICE GEODESICO
Pero la hipótesis de visitas extraterrestres en el pasado que habrían contribuido al conocimiento de la astronomía adquiere un especial relieve cuando nos enfrentamos a la Gran Pirámide. Pasando por alto las numerosas referencias egipcias a sus «dioses instructores», que merecerían un desarrollo aparte, los datos suministrados por las medidas de este monumento despejan cualquier duda en lo que concierne a un conocimiento astronómico y geodésico absolutamente anacrónico para el que los egiptólogos otorgan a los primitivos moradores de las riberas del Nilo. Sencillamente, la tecnología de que disponían era claramente insuficiente para la obtención de tales datos.
Según los egiptólogos, las primeras tumbas faraónicas conocidas son las de la XI dinastía, es decir, que datan de 2.160 a 2.000 años a.C. Están situadas frente a Karnac, en la llanura de El Taraf, al nordeste del Valle de los Reyes y se abren hacia el oeste, es decir, hacia el Sol poniente. En consecuencia, las pirámides orientadas al norte no eran sepulturas, sino templos y, como tales, contenían no sólo la cultura religiosa sino un conocimiento, adquirido de los dioses, que se plasmó en forma de datos que relacionaban el monumento con las medidas geodésicas de nuestro planeta. Han sido muchos los investigadores que han comprobado la precisión de estos datos.
Jomard, que participó en la expedición napoleónica, extrajo de Estrabón y de Diodoro Sículo la información de que el apotema de la Gran Pirámide tenía un estadio de longitud, es decir, 185,5 metros. Los autores clásicos afirmaban que un estadio era la sexcentésima parte de un grado geográfico. Según esto, el apotema de la pirámide multiplicado por 600 nos daría la longitud de un grado en Egipto. Jomard tuvo en cuenta también la afirmación de Agatárquides de que la largura de cada lado de la base era idéntica a la longitud de un minuto (cada una de las sesenta partes iguales en que se divide un grado de círculo) del meridiano terrestre. Con estos datos se comprueba no sólo el asombroso conocimiento geodésico del planeta que tenían los egipcios, sino la premeditada adecuación de las medidas de la pirámide a las del planeta.
Podría decirse que la pirámide contiene las proporciones de un semiglobo, en el que la base del monumento representa el ecuador y la altura la distancia del Polo Norte al centro del globo. Y si los antiguos no mentían al señalar que su altura era la sextecésima parte de un grado de longitud y su base un octavo de minuto, la Gran Pirámide podría ser la representación de una mitad de nuestro planeta. En relación con las medidas geodésicas de este monumento, numerosos investigadores de todos los tiempos han intentado desentrañar y reproducir la hipótetica idea original del arquitecto de la Gran Pirámide y de la unidad de medida empleada.

UN INSÓLITO DESCUBRIMIENTO
Pero hagamos el proceso contrario. Supongamos que queremos construir el monumento más grande de la Tierra, que disponemos de toda la tecnología precisa para tal fin y que queremos incorporar las medidas del planeta a esa pirámide. Partimos de la premisa constatada de que la Tierra no es una esfera perfecta. La figura geométrica que mejor define la superficie de nuestro planeta es un elipsoide de revolución, es decir, un cuerpo engendrado por una elipse, cuyos ejes son los radios polar y ecuatorial, y que gira sobre el radio polar. Actualmente, la geodesia física hace un estudio de la Tierra considerándola un geoide, definiendo su superficie como la de los océanos en calma y los continentes sin tener en cuenta su relieve, es decir, como si toda la tierra estuviese al mismo nivel del mar. Si superponemos las figuras elipsoide y geoide de la tierra (como si superpusiésemos, por ejemplo, un melón y una sandía), ambas coincidirán en determinadas líneas, que consideraremos «zonas de cota cero». Queremos, pues, construir una pirámide que cumpla dos condiciones. La primera es que esté situada en el meridiano terrestre donde interseccionen el elipsoide y el geoide antes mencionados (ver figura). Para ello, nos basaremos en un mapa que representa estas dos superficies y sus discrepancias, publicado en el libro Geodesia Física de Weikko A. Heiskanen, donde figuran los antes mencionados puntos de intersección líneas de cota cero. En él podemos ver que los únicos lugares del planeta donde se cumple esta primera condición son una franja de terreno que recorre el Nilo y otra que, subiendo por la cuenca del Amazonas, llega a la península del Yucatán y a México, siendo exclusivamente la zona de Egipto donde la línea que tiene cota cero en todos sus puntos coincide con el meridiano del lugar. La segunda condición es que el lugar preciso del emplazamiento de dicha pirámide esté ubicado en aquel paralelo cuyos puntos estén situados en su totalidad a la misma distancia del Polo Norte y del centro de la Tierra. Con ello, obtenemos un solo punto en el planeta que cumpla estas dos premisas: la meseta de Giza, situada en el paralelo 29° 58' 51" norte y longitud 31° 9' este de Greenwich.
Asombrosamente, cada punto de la Tierra tiene un radio diferente, debido al achatamiento de los polos. El radio polar -según el anuario del Observatorio Astronómico, que publica las medidas dadas por el Servicio Internacional de la Rotación Terrestre (IERS)- es de 6.356,751 Km, siendo el radio ecuatorial de 6.378,136 km. El radio terrestre en la meseta de Giza es de 6.372,829 km. Hasta hoy se ha especulado mucho en relación con la unidad de medida empleada en la Gran Pirámide. El problema principal reside en la diferencia entre nuestro metro actual, la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano que pasa por Dunkerke y Barcelona, y el metro real egipcio, estimado por el notable egiptólogo Petrie en 1,0479 y por Newton en 1,0478. Por ello han surgido algunas teorías extravagantes que han tratado de hacer coincidir nuestro metro actual con el utilizado en el antiguo Egipto como, por ejemplo, prolongar el radio polar «convenientemente» 300 kilómetros, para elevar nuestro vulgar 1,00 a la categoría de 1,048, definiendo la atmósfera con ese exacto espesor, como si ésta fuese uniforme. Por tanto, los estudiosos más oficialistas han tomado a broma siempre tales consideraciones, afirmando que el metro egipcio no podría corresponderse con dato geodésico o astronómico alguno.

EL METRO SAGRADO EGIPCIO
Y todo lo contrario. Como primicia mundial vamos a demostrar que el metro real egipcio se corresponde con medidas geodésicas de nuestro planeta, de una forma absolutamente constatable. Partimos de la esfera ideal cuyo radio es el radio de la Tierra medido en Giza. Pues bien, la longitud de arco comprendida entre la Gran Pirámide y el polo norte de dicha esfera corresponde a la cifra de 6.673,611 km. Todo este planteamiento nos lleva a dar una simple fórmula que dictamina milimétricamente y con datos geodésicos absolutamente fiables el metro utilizado en la Gran Pirámide:
1 metro egipcio = Radio en Giza x Pi2 /160.000 Es decir: 6.372,829 x 3,14162/60.000=1,048.
Para los amantes de la geometría, se cumple también que la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano de una esfera con radio de 6.673,611 km., sería, precisamente, 1,048 metros, el patrón de medida utilizado en la Gran Pirámide.
Estamos seguros de que estos datos, aunque difícilmente comprensibles para los neófitos en geometría y en astronomía, revolucionarán la historia de la piramidología, al relacionar el metro sagrado egipcio, empleado en todas las medidas interiores y exteriores del monumento, con datos geodésicos intrínsecos a la ubicación de la Gran Pirámide en nuestro planeta. Este monumento señala un punto exacto de la superficie terrestre, el mismo punto desde donde se sospecha que alguien situado a unos 10.000 metros de altura pudo tomar una imagen, por métodos desconocidos, del globo terrestre. Aquellas remotas observaciones se plasmaron en antiguos mapas como el de Piri Reis, distorsionado con asombrosa exactitud debido a la falta de concavidad de la fotografía original. Un punto geodésico que señala que los constructores del monumento y, posiblemente, los instructores de los pueblos de la antigüedad, conocían las medidas de nuestro planeta, porque eran poseedores de una tecnología ajena y avanzadísima, sin la cual no podrían haber llegado de ninguna forma a conseguir estos datos.



HERMES TRISMEGISTO: el enigma del antiguo egipto

El hombre actual sustenta su existencia en un conjunto heterogéneo de bases y lineamientos morales, intelectuales, científicos y éticos que le dan un aspecto frágil y peligrante. Este ser, habitante milenario de la faz terrestre, a común persigue logros y contempla los medios, ignorando si son causas o efectos y su naturaleza y magnitud. Concreta un hecho, pudiendo ser este efecto de una causa no atendida, o concreta otro, que es una potencial causa e ignora su efecto. Todo fluye y refluye. Cada acto acarrea un movimiento consecuencial. Un efecto se convierte en causa y una causa en efecto de otra anterior. Ignorando la naturaleza de los hechos, como excelentemente lo hace el hombre, se confunde si sus esencias son básicas e imperecederas o si son bamboleantes y caducas, entonces el hombre si no contempla las Causas Primeras y su verdadera magnitud, todo lo que hará, ya sea que actúe o piense, tendrá una existencia efímera, cuyos límites estarán determinados por la naturaleza de sus actos y pensamientos y el Ritmo que estos lleven. Las Causas Primeras, adecuadamente atendidas brindan efectos Imperecederos y éstas constituyen un Poder ESTATICO Y DINAMICO, inmutable e inalterable, que engendra a los hechos o efectos espirituales, mentales, morales y existenciales NO CADUCOS, NO EFIMEROS, sino ETERNOS Y DE VALIDEZ UNIVERSAL. Tenemos conocimiento de que en todas las épocas existieron mentes de hombres sabios que supieron observar todo lo que tiene valor universal y supieron destacar todo aquello que es efímero, sin sustancia y apoyado sobre bases frágiles. Hacia el año 2000 a.C., Egipto sufrió la crisis más atormentadora, que un pueblo puede atravesar: una invasión extranjera y una semiconquista. Conducida por reyes-pastores llamados HICSOS, dicha invasión se lanzó sobre la nación y fundó en el Delta la ciudad de AVARIS. Según los textos de MAMETON, los Hicsos habían sido fenicios, JOSEFO los consideraba árabes.

En realidad la invasión de estos extranjeros debe relacionarse con un movimiento de emigración, en el que los Hititas se establecen en Anatolia, los Kasitas fundan una dinastía en Babilonia, los Semitas trataron de establecerse en Canaán y son seguidos por bandos de Arios. Y finalmente esta oleada fue a morir en Egipto, y, según cita textual de Mametón: “Durante su reinado, sopló contra nosotros la cólera divina; yo no sé por que, de improviso estos hombres, tuvieron la audacia de invadir nuestro país y, por la fuerza, se apoderaron de él. Estas gentes se adueñaron de los jefes, incendiaron salvajemente las ciudades, arrasaron los templos de los dioses y trataron a los pobladores con extrema crueldad…”.Para estos momentos la existencia nacional de Egipto estaba comprometida, por su conocimiento en peligro y su misión universal amenazada. Pero tenían Un Alma Vital, es decir, un cuerpo organizado de iniciados, depositarios de las antiguas creencias herméticas, que se retiraron al fondo de los santuarios, se replegaron en sí mismos para resistir mejor al enemigo. En apariencia el sacerdocio se había doblegado ante la invasión y había reconocido sus tradiciones religiosas. Sin embargo, escondidos por los templos se guardaron como un tesoro sagrado: las ciencias, las tradiciones y la antigua y pura religión egipcia, con la esperanza de una restauración de la dinastía nacional.

EL GRAN MAESTRO DE LA INICIACIÓN ANTIGUA
La iniciación antigua reposaba sobre una concepción del hombre más sana y más elevada que la nuestra. Nosotros hemos disociado la educación del cuerpo, de la mente, del espíritu y del alma y podemos afirmar que los verdaderos buscadores de conocimiento, los que se convirtieron en sacerdotes e iniciados, buscaron el desarrollo espiritual hasta alcanzar la Conciencia del Alma (que significa el conocimiento consciente y Cósmico de la Naturaleza DIVINA del Alma). En la iniciación, el hierofante se acercaba al recién llegado y le formulaba un breve y penetrante examen, en el que era aceptado o no para traspasar la puerta del templo. Este tenía dos columnas: la roja significaba la ascensión del espíritu de la Luz de Osiris; la negra representaba su cautiverio en la materia y esa caída podía conducirlo al aniquilamiento. Para el que abordara la doctrina secreta, había dos caminos, nada más, la locura y la muerte para el débil, la vida y la inmortalidad para el fuerte y justo. Llegada la noche, dos asistentes conducían al aspirante al portal del Santuario oculto y lo introducían en una galería aterradora con estatuas de hombres con cabezas de animales, iluminada por la luz de una antorcha. Al final de este corredor debía entrar sin pronunciar palabra, por un agujero en la pared delante de él (aún tenía tiempo el estudiante de retornar, porque una vez cerrada la puerta del templo, debería continuar inexorablemente). Este era tan bajo que solo arrastrándose podía entran en él. Se le entregaba una muy pequeña antorcha y se lo dejaba solo. Arrodillado, avanzaba por el corredor mientras escuchaba desde el fondo del subterráneo una tétrica voz que decía: “Aquí perecen los locos que han codiciado la ciencia y el poder”. En su marcha notaba que el corredor se ensanchaba, pero descendía en pendiente cada vez más rápida, que terminaba en un embudo que desembocaba en una noche horrorosa. En su desesperación, el estudiante percibía una grieta a su izquierda, extendía su lámpara y veía una escalera que subía en espiral en la roca, era la salvación del abismo. Finalmente se encontraba frente a una reja de bronce que daba a una ancha galería sostenida por hermosas cariátides, en los laterales estaban grabados y pintados innumerables símbolos. Un mago llamado PASTAFORO, guardián de los símbolos sagrados le abría la reja y lo felicitaba por haber atravesado con fortuna la primera prueba y le explicaba los símbolos. Los 22 símbolos representaban los primeros 22 de los 78 arcanos y constituían el alfabeto de la ciencia oculta, es decir los principios absolutos, los cuales eran las condiciones del Mago, la Sacerdotisa y el Jereca, el Triunfo, la Justicia, el Apostolado, la Inmortalidad, la Inspiración, la Resurrección, el Regreso, etc. eran las claves universales que, se convertirían en la fuente de toda sabiduría y poder. Cada letra y cada número expresan en esa lengua, una ley ternaria que tiene repercusión en el mundo divino, en el mundo intelectual y en el mundo físico. Así como la “A” corresponde a la letra Nº 1, representada en el mundo divino al Ser Absoluto, de donde emanan todos los seres, en el mundo intelectual la unidad, fuente de síntesis de los números, en el mundo físico el hombre, cumbre de los seres relativos, que por la expansión de sus facultades se eleva en las esferas concéntricas de lo infinito. Las explicaciones del mago seguían y a su término venían la prueba de fuego, que significaba la muerte del novicio. Una vez que reunía todo su valor y se decidía a atravesar el horno, advertía que era solo una ilusión óptica. Luego venía la prueba del agua y de la liberación de los sentidos. Si no lograba la altura del Espíritu y del Conocimiento adecuados, cayendo en el abismo de la materia, salvaba la vida, pero perdía la libertad, quedando como esclavo del templo. Si, por el contrario, el aspirante había vencido, doce neócoros provistos de antorchas venían a rodearlo para conducirlo triunfalmente hasta el Santuario de ISIS, donde los magos alineados en semicírculo y vestidos de blanco, lo esperaban en la asamblea planetaria.

Y, sin embargo, apenas estaba admitido en su umbral, porque ahora comenzaban largos años de estudio y aprendizaje. Estos pocos elegidos, estos escasos, que contaban con una moral suficientemente alta como para alcanzar ser admitidos, tenían una fuente de sabiduría encarnada por un “Maestro de maestros”: HERMES, contemporáneo de Abraham, primer patriarca bíblico, hacia 1990 a.C. Este Gran Iniciado que, según “El Kybalión” vivió 300 años y tuvo en Hermes su última encarnación en la Tierra. A su muerte fue elevado a la categoría de Dios, bajo el nombre de THOT. “Señor de las letras, las artes y las ciencias…, enseñando a los hombres la escritura y la división del tiempo y revelándoles los misterios cifrados en las medidas. Fue llamado ‘DOS VECES GRANDE’ por los primitivos egipcios, en razón de que sus enseñanzas se referían a dos mundos –el oculto y el manifestado–, Hermes Trismegisto, ‘EL TRES VECES GRANDE’ por los comunicadores de su obra, en razón que esas enseñanzas se relacionan con los tres planos en que se mueve el pensamiento del hombre y éste identifica y expresa cuanto su naturaleza es capaz de percibir y discernir. Su nombre es genérico y designa a la vez un hombre, una casta y un dios. Como hombre es el primero, el gran iniciador de Egipto; como casta es el sacerdocio, depositario de las tradiciones ocultas; como dios, el planeta Mercurio, asimilado con su esfera a la categoría de “Iniciadores Divinos”. Hermes, el aludido personaje divino e histórico egipcio, fue más bien legendario en Grecia y en Roma. En la mitología Helénica fue uno de los doce (12) dioses mayores, hijo de Zeus o Júpiter y la ninfa Maya, una de las siete Pléyades o siete hijas del Dios Atlas. Fue conocido con el nombre de Mercurio. Luego de nacer en el monte CILENO en Arcadia, fue criado y educado por las CUATRO ESTACIONES DEL AÑO, las que derramaron sobre él los dones de sus mejores primicias: la Primavera le dio su florida y convincente elocuencia; el Verano, su potencialidad fecundante; el Otoño, la madurez de sus reflexiones y su experiencia y el Invierno su rigor y frialdad. Para los griegos, Hermes o Mercurio, es un INVENTOR. Se le atribuían las invenciones del fuego, de las letras, de los números, de la música y de los ejercicios gimnásticos. Hermes era el Heraldo, mensajero de los dioses y conductor de las almas a su último destino. Era el dios pastor, protector de los caminos, del comercio y bienhechor de la humanidad. A pesar de las variantes introducidas por los griegos y romanos respecto a la naturaleza oculta de Hermes Trismegisto, las más acertadas informaciones nos las han dado las Escuelas de Sabiduría del Antiguo Egipto, aquellas escuelas que aún existen y las obras literarias que atravesaron triunfantes la historia hasta el día de hoy. Kircher afirma que muchos de los fragmentos de las obras de Hermes eran pergaminos salvados de la maravillosa biblioteca de Alejandría, destruida por romanos y por árabes. Aquella maravilla fundada por Tolomeo Filadelfo, poseía, según Josefo y Estrabón, CIEN MIL volúmenes, sin contar otras tantas copias manuscritas de los antiguos pergaminos caldeos, fenicios y persas. Los egipcios atribuían a Hermes 42 libros sobre ciencias ocultas, y el libro griego conocido con su mismo nombre, encierra, efectivamente, relatos alternados, que es como el “fiat lux” de donde recibieron Moisés y Orfeo sus primeros rayos. En la actualidad nos es dable encontrar algunos libros valiosos de filosofía hermética, pero la mayor parte de ellos se ha perdido, en una época en que las persecuciones a los teólogos de Edad Media, eran a sangre y fuego, a ultranza, contra la doctrina secreta. Según cita clemente de Alejandría, los 42 libros sagrados de los egipcios eran una parte de los libros de Hermes. Clemente y Abamón le atribuyen 1.220 libros a Hermes y Mametón le atribuye 36.000. Las primeras obras herméticas, según Bunsen y Diógenes Laercio, durante decenas de miles de años atrás culminando la cumbre de su obra con la aparición física de Hermes, de 300 años de duración, 19 siglos antes de Cristo. Todo esto y la extraordinaria importancia que la sabiduría ocultista de Hermes ha tenido siempre en la actualidad, pasando por las derivaciones herméticas del medioevo de la Cábala, la Astrología y la Alquimia, y la aplicación en el día de hoy por parte de los esotéricos y espiritualistas de los Principios Básicos de su Doctrina, hacen pensar seriamente en la magnitud y jerarquía espiritual de este Gran Iniciado y Maestro, llamado Hermes Trismegisto. En reconocimiento a su sabiduría legada a los hombres de todos los tiempos, estudiaremos brevemente el significado de las Siete Leyendas o Principios Universales del Hermetismo.

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