HORIZONTES DE REDES NOOSFERICAS

Nada de lo aquí escrito nos pertenece.Si hubiese alguna pertenencia,sería el lazo noetico con el cual se han atado tantas bellas flores de conocimiento que son ofrecidas a la humanidad como un ramillete de noologias...... TOD@ TEXTO/ILUSTRACION ES USAD@ CON FINES DE DIFUNDIR VISIONES SOBRE NUESTRO UNIVERSO Y SUS PENSADORES. SI ALGUIEN SE SIENTE AFECTAD@ POR ELLO, CON SUMA DILIGENCIA RETIRAMOS DE ESTE PORTAL SU APORTE SOBRE EL PARTICULAR EN RAZON DE SU SOLICITUD PERSONAL EN LA EXPLICITUD ESCRITA Y DIRECCIONADA DE SU AFECTACIÓN

sábado, 19 de julio de 2008

ANTROPOS (?)

Pensamiento Occidental y la mujer.......

La soberbia del pensamiento occidental parece ser lo único que continúa creciendo en medio de la visible decrepitud de las propuestas de la sociedad capitalista avanzada. Occidente está tardando demasiado en “descubrir” lo que el pensamiento de oriente (y muchas de las llamadas sociedades “primitivas”) conoce desde hace milenios.El derruído panteón de las vidriosas luminarias de la filosofía occidental continúa arrojando oscuridades que son retomadas, aquí y allá, por los exégetas modernos, que parecen no darse cuenta de la espantosa catástrofe psicológica y moral que ha caído sobre ellos:

  • Es Nietzsche proclamando la muerte de dios, mientras las espiroquetas del Treponema pallidum se lo estaban comiendo, en realidad, a él mismo.
  • Es Michael Foucault pregonando –como no podía ser de otra manera- la muerte del hombre, para culminar toda una vida de disección etimológicamente luciferina de la realidad occidental, adquiriendo el HIV en los baños homosexuales de San Francisco, mientras encaraba su última investigación en el arte de infligir y recibir dolor, y su nuevo hallazgo de los placeres y agonías de las prácticas sadomasoquistas...
  • Es también el maestro del alambicamiento intelectual más exquisito, que fue Gilles Deleuze, desesperado en medio del laberinto por él mismo inventado, suicidándose al arrojarse por una ventana.
  • Es la cumbre del pensamiento marxista contemporáneo, Louis Althusser, internado en neuropsiquiátricos periódicamente y finalmente asesinando -extrangulando- a su mujer.
  • Es la afasia de Jacques Lacan –cuyo ingreso en sus escritos jamás podremos determinar-, que en un ultérrimo acto de lucidez sugiere que se queme todo lo que ha escrito porque no sirve para nada.
  • Es Schopenauer, cuyo acierto más perdurable fue beber en la fuente luminosa de los Upanishads.
  • Es Martin Heiddeger, encontrando lo mejor que se habrá de encontrar en su obra, en el Budismo Zen.
  • Es Jean Paul Sartre, sumerigo en su adicción a la mezcalina y al alcohol, delirando en el Ser y la Nada, mientras la lectura de La Náusea, nos produce un desagradable efecto emético...



Podrían hacerse muchas generalizaciones acerca de la historia del pensamiento occidental, pero, hoy por hoy, tal vez lo que se presenta con evidencia más inmediata sea que, desde el principio hasta el final, se ha tratado de un fenómeno dominado y abrumadoramente masculino: Sócrates, Platón, Aristóteles, Pablo, Agustín, Tomás de Aquino, Lutero, Copérnico, Galileo, Bacon, Descartes, Newton, Locke, Hume, Kant, Darwin, Marx, Nietzsche, Freud... La tradición intelectual de Occidente ha sido producida y canonizada casi íntegramente por hombres y se ha inspirado predominantemente en perspectivas masculinas.

Es claro que este predominio masculino en la historia intelectual de Occidente no se debe a que las mujeres sean menos inteligentes que los hombres, pero ¿se puede atribuir exclusivamente a las restricciones sociales? : algo arquetípico. La masculinidad de la mentalidad occidental lo ha invadido todo, ha sido fundamental, tanto en hombres como en mujeres, ha afectado todos los aspectos del pensamiento occidental y ha determinado su concepción básica del ser humano y el papel humano en el mundo.

Las principales lenguas en que se desarrolló la tradición occidental, desde el griego y el latín, tendieron sin excepción a personificar la especie humana con palabras de género masculino: anthröpos, homo, l’homme, man, l’uomo, chelovek, der Mensch, hombre: siempre ha sido «el hombre» esto o «el hombre» lo otro: «el ascenso del hombre», «la dignidad del hombre», «la relación del hombre con Dios», «el puesto del hombre en el cosmos», «la lucha del hombre con la naturaleza», «la gran conquista del hombre moderno», y así sucesivamente. El «hombre» de la tradición occidental fue un héroe masculino inquiridor, un rebelde prometeico biológico y metafísico que ha buscado sin cesar la libertad y el progreso, y que se ha esforzado permanentemente por diferenciarse de la matriz de la cual emergió y controlarla.


Esta predisposición masculina en la evolución de la mentalidad occidental, aunque en gran medida inconsciente, no sólo ha sido característica de dicha evolución, sino que ha sido, también, esencial a ella. En efecto, la evolución de la mentalidad occidental ha sido siempre impelida por un impulso heroico a forjar una identidad humana racional y autónoma, separándola de su unidad primordial con la naturaleza. Todas las perspectivas religiosas, científicas y filosóficas fundamentales de la cultura occidental, se han visto afectadas por esta decisiva masculinidad, que empezó hace cuatro milenios con las grandes conquistas patriarcales nómadas en Grecia y Medio Oriente a expensas de antiguas culturas matriarcales, y se manifestó en la religión patriarcal de Occidente a partir del judaísmo, en su filosofía racionalista a partir de Grecia y en su ciencia objetivista a partir de la Europa moderna.

Todo esto ha servido a la causa de la evolución de la voluntad y el intelecto humanos, ambos autónomos: el yo trascendente, el yo individual independiente, el ser humano que se autodetermina en su originalidad, en su separación y en su libertad. Pero para lograr esto, la mentalidad masculina reprimió a la femenina. Esto puede verse en el sojuzgamiento y revisión de las mitologías matrifocales prehelénicas que tuvo lugar en la Grecia Antigua, o bien en la negación judeocristiana de la Gran Diosa Madre, o bien en la exaltación que hizo la Ilustración del frío yo racional, consciente de sí y escindido de una naturaleza exterior desencantada.

En cualquier caso, la evolución de la mentalidad occidental se ha fundado en la represión de lo femenino, en la represión de la conciencia unitaria indiferenciada, de la participation mystique con la naturaleza, esto es, una progresiva negación del anima mundi, del alma del mundo, de la comunidad del ser, de lo omniimpregnante, del misterio y la ambigüedad, de la imaginación, la emoción, el instinto, el cuerpo, la naturaleza, la mujer.

Pero esta separación entraña, necesariamente, un anhelo de reunión con lo que se ha perdido, sobre todo después de haber llevado la heroica inquisición masculina a sus últimas y unilaterales consecuencias en la conciencia del pensamiento tardomoderno, que en su aislamiento absoluto se ha apropiado de toda la inteligencia consciente del universo (el hombre es un ser consciente inteligente, el cosmos es ciego y mecanicista, Dios ha muerto). Luego el hombre se enfrenta a la crisis existencial derivada de su condición de ser un yo consciente solitario y mortal arrojado a un universo que, en última instancia, carece de significado y es incognoscible. Y se enfrenta a la crisis psicológica y biológica derivada de vivir en un mundo modelado de tal manera que equivale a su cosmovisión; esto es, en un medio de fabricación humana y cada vez más mecanicista, atomizado, sin alma y autodestructivo.

La crisis del hombre moderno es esencialmente una crisis masculina, y su resolución ya empieza a advertirse con el tremendo surgimiento de lo femenino COMO PATRÓN OPCIONAL en nuestra cultura postmoderna. Pero este surgimiento no se manifiesta únicamente en el auge del feminismo, en el creciente poder de las mujeres o el rápido florecimiento de la preparación intelectual de las mujeres y las perspectivas sensibles al género prácticamente en todas las disciplinas intelectuales, sino también en el sentido creciente de unidad con el planeta y con todas las formas de naturaleza del mismo, en la creciente conciencia de lo ecológico y en la reacción cada vez mayor contra las estrategias políticas y corporativistas que sostienen la dominación y la explotación del medio, en la preocupación creciente por abrazar la comunidad humana, en el colapso acelerado de antiguas barreras políticas e ideológicas que separan los pueblos del mundo, en el reconocimiento cada vez más profundo del valor y la necesidad de asociación, de pluralismo y del juego recíproco de muchas perspectivas.

También se manifiesta en la extendida urgencia por volver a tomar contacto con el cuerpo, las emociones, el inconsciente, la imaginación y la intuición, en la nueva preocupación por el misterio del parto y la dignidad de lo maternal, en el creciente reconocimiento de una inteligencia inmanente en la naturaleza, en la gran popularidad de la hipótesis de Gaia. Se manifiesta en la apreciación cada vez mayor de las perspectivas culturales indígenas y arcaicas, tales como las de los nativos de América o África y los europeos antiguos, en la nueva conciencia de las perspectivas femeninas de lo divino, en la recuperación arqueológica de la tradición de la Diosa y el resurgimiento contemporáneo del culto a la Diosa, en el ascenso de la teología judeocristiana de orientación sofiánica y en la declaración papal de la Assumptio Mariae, en la brusca y espontánea aparición, ampliamente observada, de fenómenos arquetípicos femeninos en sueños individuales y en la psicoterapia.

Y también es evidente en la gran oleada de interés por la perspectiva mitológica, en las disciplinas esotéricas, en el misticismo oriental, el chamanismo, la psicología arquetípica y transpersonal, la hermenéutica y otras epistemologías no objetivistas, en teorías científicas del universo holonómico, campos morfológicos, estructuras disipativas, teoría del caos, ecología de la mente, universo participativo y un largo etcétera.

Como profetizó Jung, en la psique contemporánea se está produciendo un cambio histórico, una reconciliación entre las dos grandes polaridades, una unión de opuestos: un hieros gamos (matrimonio sagrado) entre lo masculino, dominante durante mucho tiempo, pero ahora alienado, y lo femenino, reprimido durante mucho tiempo, pero ahora en ascenso. Este dramático desarrollo no es meramente una compensación, un simple retorno de lo reprimido, ya que, fue siempre la meta subyacente a la evolución intelectual y espiritual de Occidente. Pues la pasión más profunda de la mentalidad occidental ha sido la de reunirse con el fundamento de su propio ser.

El impulso decisivo de la conciencia masculina de Occidente fue su indagación dialéctica no sólo con el fin de autorrealización, sino también, en último término, para recuperar su conexión con el todo, para armonizarse con el gran principio femenino de la existencia: diferenciarse de lo femenino, pero luego redescubrirlo y reunirse en él, con el misterio de la vida, la naturaleza y el alma.

Esta reunión puede darse ahora en un nivel nuevo y profundamente distinto del de la unidad inconsciente primordial, pues la larga evolución de la conciencia humana ha puesto por fin a ésta en condiciones de abrazar libre y conscientemente el fundamento y la matriz de su propio ser. El telos, la dirección y la meta inherentes al espíritu occidental, ha consistido en volver a conectar con el cosmos en una particiation mystique madura, en entregarse a sí mismo, libre y conscientemente, a una unidad mayor que preserva la autonomía humana a la vez que trasciende la alienación humana.

Pero para lograr esta reintegración de lo femenino reprimido, lo masculino debe pasar por un sacrificio, por una muerte del yo. El pensamiento occidental debe tener la voluntad de abrirse a una realidad cuya naturaleza podría hacer añicos sus creencias mejor establecidas acerca de sí mismo y del mundo. Éste es precisamente el acto de heroísmo que ha de tener lugar. Ahora es necesario cruzar un umbral que exige un valeroso acto de fe, de imaginación, de confianza en una realidad más amplia y compleja; umbral que, además, exige un acto de autopercepción sin flaqueza alguna.

He aquí el gran desafío de nuestra época, el imperativo evolutivo de que lo masculino vea más allá de su hubris y su unilateralidad, que se apodere de su sombra inconsciente, elija entrar en una relación fundamentalmente nueva de mutualidad con lo femenino en todas sus formas. Lo femenino, pues, deja de ser lo que se debe controlar, negar, explotar, para convertirse en lo que debe reconocerse y respetarse plenamente y a lo que hay que responder por lo que es en sí mismo; deja de ser lo que no se reconoce como «otro» objetivado, para convertirse en fuente, meta y presencia inmanente. Éste es el gran reto, se trata de un reto para el cual el espíritu occidental se ha venido preparando lentamente durante toda su existencia.

El incansable desarrollo interior de Occidente y el incesante ordenamiento masculino de la realidad ha ido llevando poco a poco, en un movimiento dialéctico de inmensa longitud, hacia un matrimonio profundo y en muchos niveles de lo masculino y lo femenino, una reunión triunfal y restauradora; gran parte del conflicto y la confusión de nuestro tiempo es reflejo del hecho de que este drama de la evolución se está aproximando a sus fases culminantes. Nuestra época está produciendo algo fundamentalmente nuevo en la historia humana: somos testigos –y lo padecemos- del trabajo de parto de una nueva realidad, una nueva forma de existencia humana, un «hijo» que es fruto de este gran matrimonio arquetípico y que lleva en su seno todos sus antecedentes, pero en una nueva forma. Por tanto, se reafirmam los indispensables ideales que han expresado los valedores de las perspectivas contraculturales feministas, ecologistas, arcaicas y otras. Pero también hay que dar apoyo a quienes han valorado y sostenido la tradición central de Occidente –toda la trayectoria desde los poetas épicos griegos y los profetas hebreos, la larga lucha intelectual y espiritual desde Sócrates y Platón, Pablo y Agustín, a Galileo y Descartes y a Kant y Freud-, que este estupendo proyecto occidental debería considerarse una parte necesaria y noble de una gran dialéctica, y no ser rechazado simplemente como una confabulación imperialista-chauvinista.




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Hoy estamos asistiendo a una nueva forma de canibalismo, una antropofagia existencial, ochocientosmil años después de que el Homo Antecessor poblara la sierra de Atapuerca. Nos estamos comiendo el futuro de generaciones venideras, con la exención ecológica y antropológica que nos concedemos.Esa es la realidad que no cambia, la de nuestro enfrentamiento permanente, por que este mundo se ha construido siempre sobre los conflictos, reales o irreales, inventados o consecuentes, pero al fin y al cabo, evitables con un poco de cordura y algo menos de orgullo y prepotencia.

El peligro no se encuentra en el hiperrealismo que han denunciado Baudrillard, Eco o Boorstin, no, ese no es el problema. El auténtico conflicto se establece con el precio que debemos pagar para evolucionar, negar la realidad más auténtica, y aceptar la realidad más virtual que nos ofrecen, cada día un poco más.La hiperrealidad es un envoltorio de la realidad establecido desde el exterior (fetichismo de la mercancía que diría Marx) para transformar la realidad en un bien apto para el consumo y el negocio.Es el precio que nos exige nuestra civilización occidental para seguir avanzando, que nos deshagamos de nuestra realidad propia y auténtica para poder comprar y consumir la que nos ofrecen. Es decir, para incrementar el negocio y la producción que convierte en ricos a los mismos de siempre.

Ante esta agresión inhumana, es necesario clavar los dedos en la tierra, darse un baño en el mar, abrazar un árbol, recoger el aroma de una flor o contemplar las estrellas en una noche de luna llena, si es posible en compañía de otros. Sentir, es la mejor forma de vacunarse contra la locura de los usurpadores.La globalización es la puerta del futuro, del camino de esperanza que conduce a un mundo mejor, en el que nuestros deseos puedan hacerse realidad; como decía Bachelard, reivindiquemos el derecho a soñar; no permitamos nos fabriquen sueños a la medida para luego vendérnoslos, aunque cada día sean más asequibles, son extraordinariamente perjudiciales para nuestra libertad.



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