20 de diciembre de 2012. Todo está normal sobre la Tierra. Los aviones están volando, los barcos zarpan de los puertos, la gente hace sus compras de Navidad; en resumen, el mundo parece hallarse como siempre. Sólo parece. Si observa los rostros de las personas, notará la expresión de una profunda preocupación. Varios libros han señalado que, algún día, la Tierra será golpeada por un enorme cataclismo. Escapar de él sin haber hecho los preparativos necesarios, se volverá algo imposible. Las predicciones del zodíaco de los mayas y los egipcios han sido el único tema de debate durante semanas y meses. ¿Y qué pasaría si resulta que esto es verdad? ¿Cómo podremos sobrevivir? ¿Hacia dónde debemos correr?
El temor tenía sus buenos fundamentos en muchas personas, pero no obstante, ellos no tomaron las medidas necesarias. Algunos miles de personas hicieron los preparativos y almacenaron alimentos y suministros de energía. También construyeron una biblioteca con los libros que contienen todos los conocimientos que existen al presente y se almacenó otra copia en los videodiscos digitales que pudieran sobrevivir a la tormenta magnética. Con calma y confianza en sí mismos, hacían los últimos preparativos. Barcos especialmente equipados con suministros por un año, abandonaron los puertos hace algunos días. Estos serían los que van a sobrevivir la inundación.
Entonces, un ominoso mensaje llegó al satélite Heliostat, que se encontraba en órbita alrededor del Sol. Yo había registrado los cambios en el campo magnético del Sol. No era un cambio normal, sino algo importante. Sólo al cabo de unos segundos de haber recogido el Heliostat el mensaje, estaba enviando la información a la Tierra a la velocidad de la luz.
Después de que los satélites de la Tierra y los observatorios del espacio recibieron la alarmante noticia, el pánico se desató entre los científicos, pues supieron que el cataclismo iba a producirse. En los países donde no se había tomado ninguna medida, los gobiernos trataron de detener las informaciones, pero en vano. Minutos más tarde, todas las estaciones del mundo las estaban difundiendo. El pánico era increíble: se acercaba rápidamente el final de la sociedad de consumo.
Millones de personas trataban de escapar, corriendo al puerto para intentar subir a los barcos. Los buques —que no estaban construidos para esta eventualidad— fueron asaltados por las turbas desenfrenadas. La gente gritaba, se peleaba, se mataba por llegar a bordo. Grupos armados tomaron un barco crucero que ya estaba lleno de pasajeros; estos fueron devueltos a tierra y el buque zarpó hacia el océano. Veleros, botes de goma, todos cambiaron de dueño en medio de una terrible violencia. Era un caos total y la anarquía corría sin freno alguno. Había grupos arrasando las áreas abandonadas, y las iglesias se colmaron de gente. El penetrante olor del miedo, miedo puro y desnudo, provenía de casi todos los habitantes de la Tierra. El fin estaba por llegar; ya se encontraba más allá del punto de retorno
Cortocircuito en el Sol
La masa del Sol, con un volumen de 1.300.000 veces el tamaño de la Tierra, tembló; era el preludio de algo más que un tiempo tormentoso en el Sol. De hecho, este debería estar en un ciclo de baja actividad, pero los satélites que lo circunvalaban emitían información para los heliosismólogos: se estaba por producir un acontecimiento que sólo ocurre cada 12.000 años. Las antiguas civilizaciones habían descubierto los códigos de este cataclismo y, tanto en las pirámides como en un enorme templo subterráneo con más de 3.000 habitaciones, habían logrado guardarlos para las futuras civilizaciones, pero el conocimiento se había perdido y la gente pensaba que el zodíaco sólo servía para hacer graciosas predicciones.
La última de esas predicciones para las cuales había sido diseñado, fue recibida con aullidos de escarnio por parte de los científicos, hasta que llegó el momento del juicio final. Con asombro, observaron cómo las líneas magnéticas empezaron a cambiar brutalmente, cómo el Sol entró en un gigantesco cortocircuito y entonces, agitaron sus manos, sus corazones latieron con fuerza y un abrumador temor se apoderó de ellos. Miraron los números incrédulamente, pero no había otra salida, pues con la reversión del magnetismo, la capa de convección ardería en llamas. Una dínamo gigante había entrado en funcionamiento, el cual podría causar una continua producción de campos magnéticos. En breve, el Sol experimentaría su mayor actividad desde tiempos inmemoriales.
Entonces, sucedió lo inevitable: se desataron reacciones nucleares internas, se fundió mucho más hidrógeno que lo normal y una gigantesca cantidad de energía encontró su curso hacia la superficie., A doscientos mil kilómetros de esta, de repente la energía se transmitió a la capa de convección, haciendo que súbitamente las capas de gas se calentaran, expandieran y fueran arrojadas en forma ascendente, hacia las capas más frías.
Una vez en la superficie del Sol, las bolas de gas burbujeante estallaron, abriéndose y liberando hacia el cielo, una temperatura normal de 6.000 grados. Fuentes gigantes de fuego que alcanzaban más de cientos de miles, incluso de millones de kilómetros de altura, hicieron arder al Sol, y enormes cantidades de rayos radiactivos fueron arrojados al espacio. Estos alcanzaron al Heliostat. "Bliiip" se oyó en su última transmisión y eso fue todo; terminó.
La advertencia del Heliostat sobre una tormenta cósmica de inconmensurables proporciones quedó interrumpida abruptamente, pues la radiación atómica había realizado su tarea asesina y ahora el Sol ardía en llamas. Por todas partes, la superficie solar se abrió con enormes llamaradas, similares a lo que sucedería si todos los volcanes de la Tierra entraran en erupción, flagelando a todo el planeta. Era el preludio de la obertura de la caída del mundo.
Los campos magnéticos y eléctricos se estaban tornando frenéticos, un fenómeno que hasta el presente era desconocido, salvo en los misteriosos confines del espacio exterior. Era algo que uno podía observar en lejanas constelaciones de las fronteras del universo. Allí, en una lejanía inimaginable, probablemente en el último escondite del espacio infinito, ocurrían estos notables sucesos. Pero ahora, en nuestro universo que tiene miles de millones de años, nuestro Sol se convirtió en el centro de todo. Cada segundo, billones de partículas fueron arrojadas al aire y se creó una fuente de radio intergaláctica como si no fuera nada.
¿Era este en verdad el Sol o una galaxia ultraterrena? Un espectáculo mortal y fascinante comenzó a desplegarse. Lenguas de fuego provenientes del Sol arrojaron al espacio su destructiva carga. Es imposible describir con palabras su poder explosivo.
Una de esas llamas que se desarrolla puede llegar a alcanzar la energía de cincuenta mil millones de bombas explosivas de hidrógeno. La temperatura alcanzada en este infierno tiene varios cientos de millones de grados. ¡Si la Tierra cayera allí, se reduciría casi por completo a un protoplasma nuclear!
Y estas eran sólo las erupciones más pacíficas. Una vez que el horno de fuego atómico alcanza su máximo poder, la estabilidad del Sol mismo está en peligro. El comienzo de la catástrofe es anunciado por movimientos sísmicos producidos en las estrellas; capas de materia ardiendo son arrojadas desde las capas subterráneas y se libera una indescriptible cantidad de luz y energía.
Lejanos espectadores observarían este espectáculo (de hecho, increíblemente hermoso) con consternación. Las llamaradas solares forman una especie de red alrededor del Sol, provocada por las salvajes erupciones ondulantes; tienen una belleza sobrenatural en el espacio desértico. El enloquecido plasma solar lleva las células cerebrales a su máximo, haciendo surgir un demente entusiasmo a causa de tanta belleza, sumado a una aterradora tensión al conocer su descomunal poder destructivo; algo milagroso y a la vez mortal, como hielo que se evapora instantáneamente cuando se coloca en un horno atómico.
Sin embargo, el mundo de ensueños de los astrofísicos fue sólo una pura realidad para todos los habitantes de la Tierra, que iría a terminar en una catástrofe destructora, la más grande jamás conocida. Es un evento que sólo puede experimentarse una vez en la vida si, de más está decir, se logra sobrevivir a él. Increíblemente bello y a la vez, desesperadamente mortal. Peor que la peor de las pesadillas.
Los cambios en el campo magnético del Sol, viajando a la velocidad de la luz, ahora han alcanzado la Tierra. A su vez, produjeron cambios en los cerebros de los terrícolas; no muy drásticos, sino sólo sutiles. Esto fue suficiente para empujar el miedo a niveles desconocidos. Todos ahora estaban convencidos de que la población de la Tierra podía desaparecer completamente. Un grito primordial estaba ahora en la mente de casi todos: "Sobrevivir, ¡debo sobrevivir!"
Otros, por su parte, permanecían completamente estoicos; sus voces sonaban más fuerte mientras recitaban sus plegarias pidiéndole perdón a su Dios. Para eso, ya era demasiado tarde. El Creador estaba encolerizado por los crímenes que la humanidad había cometido contra la naturaleza. Con su enojo contenido, Él generó el caos en ese Sol de miles de millones de años de antigüedad. Los Testigos de Jehová ahora tenían su fin del mundo, los islámicos decían que era la voluntad de Alá y muchos se convirtieron repentinamente. A la larga, la Biblia demostró ser cierta, pues había llegado el fin de los tiempos.
En Nueva York, un nuevo día comenzaba. Una luz difusa, oculta detrás de espesa niebla, con un brillo jamás irradiado por la más brillantes de las luces, dominó la atmósfera entera. En la ciudad, se había detenido toda la actividad este 21 de diciembre. La nieve en las calles se derretía velozmente y la temperatura se elevó con toda rapidez. Una figura solitaria miraba toda la ciudad con su cámara infrarroja desde el edificio del Empire State y luego dirigía su mirada al Sol invisible. Tembló ante esta visión apocalíptica y decidió quedarse esperando lo inevitable.
Mientras tanto, en el barco Atlantis, todo estaba dispuesto. Los casi 4.000 pasajeros que se habían anotado años atrás para este viaje de supervivencia, estaban más que alertas. Observaban muy de cerca lo que ocurría. El barco pesaba más de 100.000 toneladas y estaba completamente lleno de alimentos, ropa y suministros energéticos. Contaba con un quirófano y también con un consultorio odontológico. Todos lucían ropa de estreno, tenían sus dentaduras en excelentes condiciones, habían traído anteojos de repuesto y demás. Después del cataclismo, iban a pasar años, antes de que la civilización comenzara a funcionar otra vez.
Desde el comienzo, todo estaba racionado porque la ola gigantesca podía llegar a destruir prácticamente todos los suministros de alimentos del mundo. También había algunas gallinas a bordo, un par de cabras y algunos pocos animales más. Muchos otros, así como plantas, semillas y aparatos estaban en otro barco carguero alquilado con este propósito. También se hallaban centenares de jóvenes mujeres a bordo, a las que se les habían ofrecido unas vacaciones gratis a bordo de un crucero, con la intención de que ellas se ocupasen de repoblar el mundo. Ellas lo sabían y dieron su consentimiento para viajar en estos días específicos. Uno nunca sabe. Seguro que no iban a lamentarlo.
Mientras sucedía todo esto, continuaban las erupciones solares con toda su fuerza, liberándose un torrente de radiación de onda corta energizada. Esta onda de choque interestelar, principalmente de rayos X y radiación gamma, podrían matar a los astronautas que se encontraran a miles de millones de kilómetros de distancia del lugar del hecho, y la tormenta de plasma solar desorientaría por completo su nave espacial. Las agujas de la brújula van a girar alocadamente, los equipos eléctricos van a entrar en cortocircuito y el radiofaro va a ser barrido por la tormenta de electrones. Una nave muerta va a circular en el espacio eternamente.
Ahora la onda de choque de plasma solar interestelar se acercaba a la atmósfera terrestre. Los electrones y protones tenían una velocidad mucho mayor que la normal, debido a su impetuoso origen. En la Tierra había vientos, tormentas, huracanes y tornados. Los vientos no eran los causantes del mayor daño, las tormentas podrían arrancar árboles y hacer volar techos, etc., los huracanes iban a arrasar pueblos y ciudades enteras, mientras que los tomados destruirían todo lo que encontraran a su paso. Lo mismo va a ocurrir con las tormentas solares.
La baja actividad arroja plasma a una velocidad lenta y la mayor actividad produce una importante cantidad de plasma que puede alcanzar algunos millones de toneladas. Pero ahora, todos los registros se habían dañado. Cientos de miles de toneladas de electrones con carga negativa y protones con carga positiva eran lanzados como torpedos al vacío del espacio. Las primeras partículas se aplastaron contra la magnetosfera y la mayoría de ellas rebotó, continuando su viaje hacia otros destinos. En circunstancias normales, la magnetosfera tiene la forma de una lágrima, con una parte globular en dirección hacia el Sol y alongada en la línea de la onda de choque. Cada vez más y más partículas empezaron a golpear contra el campo protector, que había funcionado perfectamente durante los últimos 11.003 años y, del mismo modo que el parabrisas de su auto lo resguarda del viento, la magnetosfera cumplía con su tarea de protección. La incesante corriente de partículas radioactivas estaba haciendo su lento y destructivo trabajo.
El campo magnético de la Tierra colapsa
El parabrisas empezó a quebrarse, las partículas eran cada vez más grandes pero la pantalla aún se mantenía en pie —del mismo modo que un parabrisas completamente resquebrajado puede sostenerse debido a los soportes reforzados— filtrándose por él, billones y billones de partículas cargadas. Estas sobrecargaban los cinturones de Van Alien, que también circunvalan la Tierra. Otras partículas corrían en espirales descendentes hacia las líneas magnéticas de los Polos Norte y Sur. De ese modo, gran cantidad de energía se liberaba debido al estímulo recibido por los átomos de nitrógeno y oxígeno. El resultado fue la generación de auroras boreales y australes teñidas de brillantes colores, tornándose a cada minuto, más y más violentas, y representando una señal de advertencia de lo que estaba por venir.
El escudo de deflexión de la Tierra también se estaba afectando progresivamente por la tormenta geomagnética que estaba por alcanzar su máxima potencia. Y no podía ser de otra manera, pues el Sol había arrojado partículas al espacio, a una turbovelocidad. Eyectadas a enormes velocidades, estas partículas electromagnéticas se abrieron paso por la atmósfera con una fuerza mayor que la usual, creándose una especie de chimenea donde las líneas del campo de los vientos solares se adentraron en la magnetosfera.
Se generaron tormentas sumamente fuertes en las capas superiores de la atmósfera, las conversaciones telefónicas se interrumpieron, las conexiones radiales se desconectaron abruptamente y las señales televisivas entraron en cortocircuito. En resumen, desapareció toda posibilidad de comunicación en la Tierra. Era algo aterrador, más aterrador que cualquier otra cosa, pues sin comunicaciones, este mundo no podría sobrevivir.
La tormenta solar más grande de la historia desde el fin de la Atlántida, estaba ahora haciendo su trabajo mortal. El flujo de electrones se hacía sentir en los polos, donde hallaron su camino. En Canadá, se sobrecalentaron los transformadores eléctricos, siendo esta una reacción en cadena seguida de reactores que se derrumbaban. El flujo de electrones ahora adquiría una fuerza huracanada, penetrando la atmósfera cada vez más. Todas las plantas de energía eléctrica y nuclear del planeta entero fueron cayendo una por una. Había vuelto la era del hombre de las cavernas.
En muchas partes, los motores de combustión entraron en cortocircuito y quedaron fuera de servicio; era como si ya nada fuera a funcionar nunca más. Los Testigos de Jehová rezaban para estar entre los elegidos, otros tenían un color gris mortecino y sólo atinaban a murmurar incoherencias; sólo les quedaban unas pocas horas y entonces, sus vidas, abruptamente llegarían a su fin en un terremoto, erupción volcánica u ola gigantesca.
En el barco Atlantis, aislado con plástico contra las corrientes de inducción y los campos magnéticos, fue un gran momento para todos y les pertenecía a los pocos que habían creído en las profecías del zodíaco. Gracias a ello, ahora estaban por recibir la recompensa de seguir viviendo. El hecho de que iban a perder todo lo que poseían los conmovió profundamente, pero la esperanza surgió de la nueva vida que estaba por comenzar luego de la catástrofe.
Las crecientes necesidades de la humanidad habían colocado a la Tierra al borde del desastre; este evento la haría llegar a su fin, creando una nueva posibilidad de hacerlo mejor esta vez, siguiendo las leyes de la naturaleza y no las leyes opresivas del supercomercio y sus fuerzas destructivas. Valía la pena seguir vivo. De un solo golpe muchos problemas desaparecerían, aunque muchos otros iban a comenzar. Sin embargo, la creencia en la supervivencia era muy fuerte y constituiría la fuerza motriz detrás de una nueva existencia.
En el edificio del Empire State, la solitaria figura observaba cómo se desvanecía la electricidad en Nueva York; él sabía que su fin estaba próximo. Con intensidad miró al brumoso e impenetrable cielo. ¿Vendrían los ángeles a buscarlo y sacarlo de allí? Había un zumbido en el aire y ya empezaba a oler a ozono, mientras la temperatura seguía subiendo. Era como un día de verano, sólo que era invierno. Los perros empezaron a ladrar y aullar, y los gatos a chillar; era horroroso. La muerte inminente era esperada en un espacio de tiempo exageradamente doloroso, donde los segundos parecían siglos.
La catástrofe se va a producir
Los polos ya no pudieron seguir soportando el continuo torrente de partículas, y enormes diferencias potenciales penetraron la corteza terrestre. Los gigavoltios chocaron entre sí, generando un cortocircuito a escala global, la dínamo terrestre desapareció y el campo magnético protector alrededor del planeta azul fue borrado de un plumazo. El infierno se desató.
Ahora el plasma solar golpeó contra la desprotegida atmósfera, dando como resultado fuegos artificiales de alcance mundial. Las auroras aparecían por todas partes a una velocidad de relámpago, las diferencias potenciales generadas en la atmósfera eran enormes y parecía que el cielo había sido dominado por el fuego. Ya nada podría detener el golpe fatal, y cualquiera que viese esto se daría cuenta con toda claridad. Miles de millones de personas iban a morir, más que nunca en todas las catástrofes anteriores juntas, pero también iba a sobrevivir más gente que nunca, simplemente porque el planeta ahora estaba más poblado.
La hora del juicio final se acercaba con rapidez. La capa exterior de la Tierra tembló; normalmente está unida a ella, pero debido a la reversión del núcleo interior de la Tierra, las cadenas de la capa exterior se rompieron. El casquete polar del Polo Sur, que se había tornado sumamente pesado durante casi 12.000 años, empezó a hacer su trabajo desestabilizante. La catástrofe se avecinaba y podía empezar en cualquier momento.
Debido a que las partículas solares ahora podían penetrar profundamente en la atmósfera, se crearon numerosos campos magnéticos, perturbando el funcionamiento de los cerebros, tanto de animales como de seres humanos. Muchos animales, ciegamente entraron en pánico, al tiempo que sus amos comenzaron a desesperarse. El fuego radiactivo ardió con intensidad, causando un daño irreparable en los órganos reproductores.
Abordo del Atlantis ya estaban preparados para esto. Los escudos de deflexión eran un excelente protector. También, los compartimientos separados detenían gran parte de la radiación, y sólo el capitán y algunos oficiales iban a recibir su parte más pesada, dado que no podían abandonar sus puestos. De ellos dependía que el barco sobrellevara con todo éxito o no, los cambios geológicos y, preferentemente, lo hiciera en una sola pieza. Ellos transpiraban profusamente y se preguntaban qué les estaría aguardando, ¿cuánto tiempo pasaría antes de los primeros movimientos sísmicos?
Entonces, la Tierra empezó a gruñir. "¡Ya llegó!". Esta idea pasó por sus mentes, y luego se le sumó: "¡Va a empezar ahora!" Nuevamente el sonar detectó un sonido semejante a un gruñido y los cielos parecieron moverse, debido al gigantesco balanceo que se produjo en la corteza terrestre.
DESPLAZAMIENTO DE LOS POLOS EN LA TIERRA
¿Qué había sucedido? El núcleo de hierro de la Tierra se comporta como una dínamo. Debido a las partículas que cayeron sobre él, este entró en cortocircuito y se detuvo; entonces, la capa exterior de la Tierra (la litosfera) giró alrededor de una capa de hierro de consistencia viscosa y se desconectó, y el cimbronazo que sufrió la Tierra también afectó la astenosfera. La litosfera que se encuentra encima de esta, siendo la capa más delgada de la Tierra y sobre la cual depende toda la vida, se quebró.
El peso del hielo que se encontraba sobre la Antártida—que había estado creciendo por más de 11.000 años hasta alcanzar una increíble masa— puso en movimiento la capa exterior de la Tierra. Al rajarse, romperse y temblar, esta capa comenzó a tener vida propia.
La Tierra siguió sacudiéndose de manera continuada y nuestro solitario observador de Nueva York fue arrojado en todas direcciones. Luego, la torre se quebró en su base y lentamente comenzó a derrumbarse. En apenas unos segundos, sólo quedaban las ruinas del edificio que había tenido cientos de metros de altura. Durante su caída al vacío, nuestro hombre vio cómo se formaba una fisura gigantesca en la calle donde iría a caer; era como si hubiese empezado Armagedón.
Las casas se venían abajo y se hundían en insondables profundidades. Las carreteras construidas de concreto y asfalto se partían por largas distancias, y los puentes se derrumbaban sobre las aguas arremolinadas debajo de ellos. La gente desaparecía repentinamente en las grietas que se formaban a sus pies y todo aquel que no se encontraba en un barco o arriba en la montaña, quedaba atrapado; de hecho, no había ningún lugar seguro.
Los escaladores del Monte Everest, perteneciente a los Himalayas, y que es una cadena montañosa que se formó durante el anterior corrimiento de los polos, eran arrojados cual plumas al aire desde la montaña temblorosa, quedando sepultados bajo las avalanchas. Entonces, la montaña se abrió en dos y se derrumbó. Fin del ascenso.
En Hollywood, las casas paradisíacas de las estrellas de cine se deslizaron hacia el océano, a una asombrosa velocidad. El cuento de hadas había concluido, sin que importara ya cuan famosos habían sido. Debajo de Disneylandia, la tierra se convirtió en algo parecido a las arenas movedizas. Los juegos y las atracciones, disfrutadas por cientos de millones de personas, se partieron, se desplomaron y se hundieron en el terreno pantanoso que emergía. En Londres, el famoso Puente de la Torre también colapso, al que le siguió la ciudad entera, como si fuera un castillo de naipes.
Pronto, el corazón financiero quedó en ruinas y nada pudo preservarse del hermoso distrito de compras. Las cañerías de agua explotaron, las de gas arrojaron su contenido, las estaciones de servicio se desgajaron y nublaron la atmósfera. Era el caos, el supremo caos. Un delirante pánico se apoderó de los sobrevivientes. No había escapatoria. Las ciudades, al derrumbarse, quedaron en ruinas, y el sonido de los llantos y gemidos de las personas heridas, podía oírse por todas partes. Si todos los muertos se hubieran quejado juntos, el sonido hubiese sido ensordecedor.
El suelo tembló. En otros lugares se revolvió como un mar embravecido, y no sólo por un segundo, sino por varios minutos; parecía que iba a durar para siempre. Se estaba anunciando una tragedia de incalculables proporciones. La Tierra seguía temblando y sacudiéndose. Era una calamidad indescriptible. Castillos maravillosos se partían y derrumbaban, quedando sólo las ruinas. No había nada que pudiera soportar esta naturaleza que se había vuelto loca.
Por un minuto, la Torre Eiffel parecó resistir; se balanceaba de un lado al otro y luego encontraba nuevamente su equilibrio, hasta que uno de sus principales pilares se hundió y el poderoso esqueleto de hierro se derrumbó completamente. En París, nada era igual a lo que había sido hasta el día anterior. La festiva iluminación se apagó, el Arco de Triunfo se vino abajo, los puentes sobre el río Sena desaparecieron, el Museo del Louvre, donde se guardaba el zodíaco de Dendera, resistió apenas un momento. En resumen, con cada temblor, París se deshacía más y más.
En el interior de la Tierra, las grandes masas de piedra seguían rompiéndose sin parar y las extensiones rocosas se deslizaban, cubriendo áreas ya destruidas. Este fenómeno causaba un incesante temblor y sacudón de la corteza terrestre y no iba a detenerse rápidamente, porque ahora, toda la Tierra estaba en movimiento.
En el mundo entero, los sismógrafos saltaban hasta el techo. Eran utilizados para medir la fuerza de los terremotos y podían registrar los temblores a grandes distancias, debido a que los temblores de los grandes terremotos provocan ondas que penetran en todas las capas de la Tierra y viajan sobre su superficie; en EE.UU. o Europa se registra cada temblor… hasta ahora. Las incesantes series de imponentes terremotos causaron una permanente disfunción de los instrumentos; pero esto no representó una gran pérdida, dado que la mayoría de la gente que los usaba murió en uno de los maremotos.
No obstante, la catástrofe no había terminado. Volcanes de miles de años retomaron su actividad. Lo que una vez sucedió en otras civilizaciones, se repetía aquí y ahora. Con fuerza abrumadora, docenas, miles de volcanes entraron en erupción a cortos intervalos y podían oírse a kilómetros de distancia.
Miles de kilómetros cúbicos de roca y enormes cantidades de ceniza y polvo fueron arrojados a las capas superiores de la atmósfera. Un fuego infernal, peor que el peor de los infiernos, salió disparado por la boca de los volcanes y lava hirviente expulsada desde las montañas, destruía todo a su paso. Los pocos gorilas que quedaron en el mundo conocieron ahora su trágica suerte. Por miles de años, habían llevado una vida pacífica en las altas montañas de África y ahora la tierra se sacudía peligrosamente. Con un enceguecido pánico trataron de escapar; entonces, Némesis, diosa de la venganza, hizo su trabajo.
Debido a la fragmentación de las capas terrestres, la roca se hizo fluida; normalmente, se mantiene sólida por la presión de las capas superiores, pero como estas se habían abierto, las rocas se derritieron con rapidez. Pronto, la presión interior fue tan alta que buscó una vía de escape a través de las capas superiores. Las piedras y rocas superiores fueron empujadas y se derritieron. El "corcho" voló y toneladas de lava se esparcieron por los aires.
Aterrorizados, los gorilas miraron hacia arriba y luego, desde el cielo, cayó una lluvia de fuego sobre ellos. Los gases venenosos, las brasas, el barro hirviendo y las cenizas no les dejaron salida a los animales. Lo peor de todo son las cálidas nubes de gases, pues en apenas unos pocos minutos, estas cubren kilómetros de distancia y se hace imposible la respiración, dado que no hay suficiente oxígeno. La temperatura de los gases es tan elevada que hasta pueden provocar fatales quemaduras, si es que todavía uno sigue vivo. Cuando la nube se retira vuelve el oxígeno, y prácticamente todos los árboles, plantas y casas, entre otros, arden en llamas, y como si eso no fuera suficiente, llega la lava y lo cubre todo.
Ese fue el fin de los gorilas. Hace casi 12.000 años, durante el desastre anterior, los mamuts, los tigres con colmillos de sables, los toxodontes (mamíferos de América del Sur) y docenas de otras especies, se extinguieron. Ahora le tocaba el turno a los simios y muchos otros animales exóticos, cuya existencia conoce el hombre por su presencia en los zoológicos.
El aire estaba cargado con los quejidos de estas criaturas, amenazadas por una completa extinción. Veían imágenes fantasmales de la catástrofe anterior, como si hubieran retrocedido en el tiempo. Hace miles de años, en otra enorme erupción, un grupo entero de mastodontes quedó enterrado bajo la ceniza volcánica. Cuando fueron descubiertos en el valle de San Pedro, aún permanecían parados; lo que pasó entonces fue asombroso, pero pertenecía a un pasado olvidado. Lo que ahora estaba aconteciendo era la pura realidad: la actividad volcánica con un efecto destructivo sobre la vida animal y vegetal, y no sólo localmente sino a escala mundial.
Las nubes de cenizas oscurecieron el cielo, como si el mundo hubiese ingresado en una era de oscuridad. Eso era cierto, porque esta violencia de la naturaleza no sólo mató toda la vida en muchas regiones, sino que también asoló las comarcas inhabitables. Si bien las personas y los animales trataron de escapar, la Tierra seguía temblando, sacudiéndose y arrojando fuego; era algo increíblemente traumático y aquellos que lograron sobrevivir lo recordarían para siempre. Por generaciones, esta descomunal catástrofe iba a convertirse en el tema de conversación, a causa del devastador daño producido.
En el año 2012, el lago Titicaca comenzó a descender, lo cual acarreó un enorme y traumático cambio. Hace algunas horas, todavía estaba a 3.800 metros sobre el nivel del mar y en menos de tres horas, ya se encontraba a menos de 2.000 metros. Los millones de crustáceos fósiles experimentaron de nuevo su anterior hora de la muerte. Las olas gigantescas empezaron a asolar el lago que una vez fue tranquilo. La silvestre belleza desértica se convirtió en la sepultura de navegantes y pescadores; el lago más grande que la humanidad había conocido, estaba llegando a su fin.
La furia de los dioses aparentemente se calmó un poco, pues el incesante temblor disminuyó y los volcanes dejaron de arrojar sus interiores al aire. Mientras tanto, los cielos ya habían empezado a moverse; allí donde brillaba el Sol, parecía que él mismo había perdido su curso. Ese era el castigo porque los sacerdotes de Machu Picchu ya no hacían su ritual sagrado. Ellos solían atar una soga a un gran pilar de piedra para "guiar" al Sol por el cielo y para evitar que se saliera de su curso. Este "Intihuatana" o ritual de la "estaca para atar al Sol" dejó de realizarse por siglos. El dios del Sol ahora se vengaba abandonando su rumbo y provocando muerte y destrucción. En Stonehenge, se había reunido un grupo de videntes para hacer el intento de que el Sol retomara su ruta, pero sin éxito alguno. La ira del Sol era demasiado feroz, después de tantos siglos sin ofrendas ni rituales.
Los griegos habían descripto esta destrucción en una versión mítica. Faetón, el hijo del Sol, fue encargado de conducir el carruaje de su padre, pero no pudo mantenerlo en su curso habitual. En la Tierra, comenzaron los incendios, a causa de este cambio de ruta. Para salvar a la humanidad, Zeus decidió matar a su hijo; con ese propósito dejó caer un rayo en dirección a este, con el resultado esperado. Como el incendio aún ardía en la nueva senda, envió una ola gigantesca para extinguir el fuego. En el libro hebreo de Henoch, Noé gritó con amarga voz: "Dime qué está sucediendo con la Tierra, ahora que la están flagelando y sacudiendo tanto…"
Eso es exactamente lo que se preguntaban los japoneses. Tokio se había derrumbado; islas enteras habían desaparecido bajo el mar y la lava corría en torrentes sobre los arrozales, su fin se aproximaba, de eso no cabía duda. Así como la Atlántida, una vez desapareció completamente, su tierra también iba a hundirse bajo las aguas.
Una vez más, el Sol hacía un extraño movimiento en el cielo y la Tierra del Sol Naciente se hundía también cada vez más profundamente, como si el océano la tragara. El agua salada penetró por la capital, la rodeó y siguió subiendo. Aquí, el Sol ya no nacería más. Si hubieran estudiado el calendario maya, tal vez hubiesen podido escapar de la furiosa locura de la naturaleza, como alguna vez lo hicieron otras civilizaciones. Pero ¿qué tecnócrata, sólo interesado en computadoras, chips y otros productos para la sociedad de consumo, hubiera permitido que ese pensamiento siquiera cruzase su mente? Ahora era demasiado tarde y el ciclo actual del Sol terminaría en la destrucción del mundo entero.
4 Ahau 3 Kankin: 21-22 de diciembre de 2012: Uno sólo tenía que mirar a su alrededor para darse cuenta y ver el poder de este antiguo oráculo. Como resultado del desastre cósmico del Sol, se produjo un terrible desastre geológico sobre la Tierra, el mayor de todos los tiempos; por cierto, el más grande de Japón, que desapareció para siempre en las furiosas aguas.
En Egipto, las pirámides de Giza —erigidas a imagen de la constelación de Orion— habían soportado la violencia bastante bien hasta ahora, gracias a su construcción superior. Los antiguos maestros constructores tuvieron la inteligencia de crear algo que iba a perdurar en el tiempo lo más posible.
La población mundial se estaba diezmando a una velocidad inigualada; ni siquiera una guerra nuclear podría llegar a ser más fatal. Aun con los cientos de millones de computadoras que el hombre moderno había logrado construir, no podía lograr que una computadora calculara el final del mundo. Sin embargo, hace más de 14.000 años, los sacerdotes de otras civilizaciones sí fueron capaces de hacerlo. Los conocimientos perdidos, ahora temblaban y se sacudían, pero estaban firmes contra las poderosas olas de la Tierra. Era como si los sumos sacerdotes quisieran resguardar su creación maestra, como si hubieran querido decir: "Protejan esos lugares sagrados, no destruyan la resurrección de Orion, dejen que sea más fuerte que la violencia de la naturaleza".
Y así sucedió. El daño fue escaso, como si los dioses lo hubiesen determinado, mientras todo lo demás en el mundo colapsaba.
Si pudiera ver el desastre desde una nave espacial, el panorama sería mucho más claro. La Tierra se había movido y había sido desplazada de su eje. Allí donde alguna vez estuvieron los polos, ahora había otras regiones. Los estadounidenses y canadienses
se aterrarían si pudieran ver que su mundo era arrastrado hacia el lugar donde antes se encontraba el polo. No había cómo detenerlo. Canadá y EE.UU. iban a desaparecer bajo el hielo polar como sucedió antes, hace 12.000 años.
En Navidad, la ciudad de Nueva York -corazón financiero de la sociedad de consumo que había escalado hasta la cima-, ahora iba a quedar enterrada bajo una gruesa capa de hielo y su clima sería extremadamente frío, frío polar.
Si se realizaran excavaciones en miles de años, se descubrirían millares de cadáveres humanos y de animales, porque se habrían congelado para siempre, a causa del súbito desplazamiento del eje de la Tierra.
En el lado opuesto del mundo, el otrora Polo Sur se había movido hacia un clima más moderado. A causa del intenso calor generado por las erupciones solares, grandes porciones de hielo comenzaron a derretirse.
Después del último desplazamiento, el hielo debió derretirse y sólo entonces, se hizo posible el crecimiento de la vegetación. Por supuesto, esto tardó unos miles de años. Entonces, los animales pudieron reproducirse sin ser perturbados. Dado que las personas emigraron más tarde, la mayor parte del país permaneció deshabitada. Hubiera sido mejor que permaneciese de ese modo. Sumamente sorprendidos, los norteamericanos sobrevivientes iban a ver su tierra deslizarse hacia el Polo. Su tierra iba a desaparecer casi por completo e iban a comenzar a darse cuenta cuando sintieran las primeras oleadas de frío.
El dólar -que alguna vez fue todopoderoso-, ahora llegaría a su fin para siempre, congelado a cincuenta grados bajo cero y cubierto de colosales cantidades de hielo. Dentro de cientos de años, ya nadie hablaría del dólar, del índice Dow Jones, del precio del oro, la plata y los metales preciosos, la crisis del petróleo, etc. terminaría para siempre, así como el mundo de la Siberia de repente llegó a su fin durante el deslizamiento anterior.
En aquel tiempo, Siberia tenía un clima moderado, pero en pocas horas, de pronto se tornó intensamente frío. Como consecuencia de ello, grandes cantidades de mamuts murieron en forma súbita; el deceso llegó tan rápido, que ni siquiera habían digerido las plantas que habían comido. Incluso en la actualidad, se pueden hallar flores y pastos en buen estado dentro de sus estómagos.
Richard Lydekker escribe en Smithsonian Reports [Informes smithsonianos] (1899):
"En muchas instancias, como es sabido, se han hallado carcasas enteras de mamuts enterradas, con la piel y los pelos conservados, y la carne tan fresca como las de las ovejas congeladas de Nueva Zelanda en la cámara frigorífica de un barco carguero. Y los perros que arrastran trineos, al igual que los yakuts, a menudo se han procurado una suculenta comida con la carne de mamut, que tiene miles de años de antigüedad. En circunstancias como estas, es evidente que los mamuts deben haber quedado enterrados y congelados casi inmediatamente después de su muerte, pero como la mayoría de los colmillos parecen encontrarse de manera aislada, a menudo apilados unos encima de otros, es probable que comúnmente las carcasas se rompieran al ser arrastradas por los ríos, antes de llegar a sus tumbas finales. Incluso entonces, el entierro o, al menos el congelamiento, debe haber sido relativamente rápido, ya que la exposición en su condición normal hubiera deteriorado aceleradamente la calidad de su marfil. De qué manera pudieron los mamuts existir en una región donde sus restos se congelaron tan rápidamente, y cómo esas grandes cantidades se acumularon en puntos determinados, son interrogantes que en el presente no parecen poder responderse de manera satisfactoria."
Los norteamericanos obtuvieron su respuesta ahora. De un clima suave y benigno, EE.UU. y Canadá se convirtieron en tierras de hielo y nieve; para las regiones del norte fue lo peor. La nueva ubicación de Montreal, ahora no estaba lejos del centro del nuevo Polo. Sin electricidad, sin gas, la gente se congelaba y moría rápidamente y esto le iba a pasar a cientos de millones de personas, en los que alguna vez habían sido los polos económicos del poder. Su carne no se pudriría y, en miles de años, podrían realizarse horrorosos descubrimientos.
También se preguntarían: "¿Por qué esta inteligente civilización no pudo ver lo que se avecinaba? Si ellos antes habían conseguido que una nación entera escapase del desastre, entonces, ¿por qué no lo habían hecho ahora?"
Preguntas, miles de preguntas tratando de comprender esta catástrofe para la humanidad. No iban a hallar respuesta, o deberían empezar a buscarla en los intereses comerciales, el escepticismo, la falta de comprensión de antiguos códigos, la todopoderosa creencia en el dólar, etc.
Millones de animales murieron y sus esqueletos irían a cubrir el fondo del mar por miles de años. La isla Llakov, en la costa de Siberia, de hecho, está construida con millones de esqueletos que aún permanecen en buenas condiciones debido a las bajisimas temperaturas. Pero ni siquiera los peces van a sobrevivir. Cerca de Santa Bárbara, en California, el Instituto Geológico de los Estados Unidos ha descubierto un lecho de peces petrificados en el anterior fondo del mar, donde se estima que más de mil millones de peces hallaron su muerte por una masiva ola gigantesca.
LA OLA GIGANTESCA
Cuando uno mira a la Tierra desde el espacio exterior, se ve un planeta azul, pues está compuesto principalmente por agua. Los océanos no son sólo tierras fértiles que están allí para alimentar la vida, sino también —y esto es lo más importante— para la destrucción de la vida.
Al haber adquirido movimiento la corteza terrestre, todo, incluidas las masas de tierra y los océanos, alcanzó cierta velocidad. Cuando la corteza terrestre se une otra vez y detiene su movimiento, evoca inmensos temblores. Puede compararse con un auto que choca contra un muro; cuanto más rápido marcha, mayor será el impacto. Cuando las placas tectónicas chocan entre sí, van acompañadas por titánicos movimientos sísmicos, erupciones volcánicas, etc.
En determinados lugares las placas serán prensadas otra vez, unas contra otras, de tal manera que se formarán montañas con varios kilómetros de altura. En otras partes, las capas subyacentes se abrirán y tierras enteras desaparecerán en las profundidades. Los sucesos apocalípticos que se avecinan no tienen parangón, pues serán tan destructivos que resultan incomprensibles.
Un choque de autos trae aparejados otros fenómenos. Por ejemplo, si uno no está atado de manera segura, puede llegar a ser despedido del vehículo; los que no usan el cinturón de seguridad suelen volar por el parabrisas cuando se produce un choque a alta velocidad, resultando de ello serias heridas o incluso la muerte. En el lenguaje científico, a esto se lo denomina la ley de inercia: todos los objetos que alcanzan cierta velocidad la mantienen; es una ley de la naturaleza que siempre ha existido y existirá eternamente y las víctimas de accidentes automovilísticos lo saben muy bien. Esta ley universal también se aplica para la Tierra misma. Al estudiar de cerca los desplazamientos polares anteriores en los escritos de la Atlántida, entonces, uno se entera de que esto sucedió en apenas algunas horas.
Científicamente, puede demostrarse que el deslizamiento de la corteza mide 29 grados, basándose en las rocas magnéticas endurecidas que siguen apuntando al polo original. Dicho deslizamiento está en correspondencia con el corrimiento de la corteza terrestre de 3.000 kilómetros. Imagine tener que viajar 3.000 kilómetros en su auto durante 15 horas; eso equivale a una velocidad de 200 kilómetros por hora.
Desde el momento en que la Tierra empieza a moverse, uno soporta cierto nivel de velocidad, pero si esto pasara rápidamente, entonces, podríamos salir despedidos. Una vez que la Tierra alcanza una velocidad constante, ya no se nota. Ahora estoy llegando al punto crucial. El campo magnético de la Tierra se recupera y une las capas exteriores, otra vez. Este es el efecto más desastroso para todos los terrícolas y los animales. Es como si un muro inmenso apareciera de repente y hubiera que clavar los frenos de un auto de carrera. ¡Demasiado tarde!
En un colosal impacto, uno choca contra el obstáculo y sale despedido del vehículo. Eso es lo que ocurre con los océanos en este punto del cataclismo; debido a la ley de inercia, ya no pueden detenerse y, según sea la dirección, los mares comienzan a elevarse sobre determinadas tierras costeras…
EPÍLOGO
Un año después de la completa aniquilación de la población del mundo, los sobrevivientes del desastre murieron. Los restos radiactivos de las plantas nucleares fundidas, los derrames de petróleo en todo el mundo y los gases venenosos que expulsaba la industria de armas químicas, demostraron ser letales. Aquí, un especial experimento planetario llegó a su fin definitivamente.
La nueva era nunca iba a empezar.
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