Las técnicas promueven profundas transformaciones en la psicología del individuo, consiguiendo un gradual distanciamiento de estas facultades, hecho que, a su vez, produce repercusiones perceptibles en los diversos cuerpos del sujeto. Cuando estos efectos se traslucen en los cuerpos astral y etéreo, tiene lugar el primero de esos encuentros; y el segundo cuando los efectos se proyectan incluso en el propio cuerpo físico.
Hasta el momento presente, el individuo ha estado confinado a esa estrecha banda de frecuencias dentro del conjunto del espectro electromagnético, que definen los respectivos umbrales sensoriales, y registraba únicamente los estímulos procedentes del mundo físico tridimensional, tal como sucede a la inmensa mayoría de los hombres normales. Ahora, como consecuencia del trabajo al que se ha sometido y del seguimiento de determinadas normas, los limites de su conciencia se han dilatado, sus barreras se han flexibilizado, y él está -al menos potencial y teóricamente- en condiciones de traspasar el nivel de percepción ordinaria, y abarcar con su conciencia de vigilia estímulos correspondientes a ámbitos de cuatro dimensiones y más. Semejante conquista supone siempre un precio, una contrapartida, y ese precio es el que exige -de manera rigurosa- la entidad a la que se ha venido designando como el Morador del Umbral.
Nadie accede al correcto uso de las llamadas 'Facultades Superiores': percepción y acción en mundos de más de tres dimensiones, sin haber demostrado cumplidamente su capacidad de transitar por esos nuevos mundos de forma totalmente equilibrada y armónica, dejando a su paso efectos constructivos, trasluciendo amor y expansión, y produciendo mejora y transformación evolutiva en todo con lo que se conexiona. Esto, necesariamente, implica dos cosas: el haberse enfrentado con éxito con el Morador, y, para que esto sea posible, es indispensable haber vivido una vida plena, en la que el individuo haya sabido hacerse con todos los resortes necesarios para poder manejar sus propios contenidos psíquicos (conscientes o inconscientes) de tal manera que pueda hacer frente -con éxito, cuando menos éxito moral- a cualquier tipo de situación con la que pudiera verse enfrentado. Esto supone que la persona ha logrado una plena madurez en el mundo físico, y que ha obtenido de él, de la experiencia en su ámbito de tres dimensiones, todo el conocimiento y todas las habilidades que pudiera aportarle.
El mundo físico, en el cual las corrientes espirituales -en cierto modo- se cristalizan y parecen perecer e incluso extinguirse en lo que a su apariencia exterior se refiere, es absolutamente indispensable, tanto para el progreso del hombre, como para el conjunto de la obra creadora. Sabemos que la Evolución procede de forma espiral, adentrándose primero en lo material, para proyectarse después a lo espiritual. Pero esa proyección última no podría ser brillante y realizadora, sin la previa inmersión en la materia. De la misma forma, el alma humana no puede alcanzar mayores alturas en los mundos espirituales, en los ámbitos de realidad de más de tres dimensiones, si no ha desenvuelto es ese mundo la totalidad de las capacidades superiores, en forma germinal.
Las facultades superiores únicamente pueden gestarse mediante el trabajo en el mundo físico tridimensional.
Los mayores esfuerzos, llevados a cabo fuera de ese ámbito, no despertarán ni un ápice la clarividencia, clariaudiencia, ni ninguna de las restantes capacidades que nos abren acceso a otros niveles de experiencia. Es por este motivo que una persona que no las ha gestado -al menos hasta cierto punto- en su experiencia, física, no las posee después de la muerte. Y es por el mismo motivo que la persona excesivamente materialista, que no ha albergado en su ánimo ninguna inquietud por nada que se aparte de lo tridimensional, permanece ciega y sorda a todo estímulo, después de su muerte física. Es un absoluto error creer que una persona, por el simple hecho de abandonar el mundo físico, ya sea en la muerte, o por alguna conmoción, accede inmediatamente a la percepción en otros planos. Si esa persona no gestó los gérmenes de esas facultades, permanecerá insensible en esos otros niveles de la realidad, o bien será víctima de las visiones que le puedan ser impuestas por las Entidades Opositoras, en función de sus propias debilidades y tendencias subconscientes, pero nunca será capaz de registrar verdaderas percepciones de esos mundos.
En contra de lo que apuntan algunas tendencias budistas, en la actualidad igualmente proyectadas fuera de su época y de su contexto, el alma humana no busca la encarnación por la sed de sensaciones y placeres, si no porque (asistida por las Jerarquías Creadoras) reconoce la absoluta necesidad de la experiencia física en orden a su pleno desenvolvimiento.
De la misma manera que el recién nacido ejercita sus facultades de percepción, en base al desarrollo básico que alcanzó mediante el período transcurrido en el claustro materno, en donde se fueron gestando las estructuras de sus órganos sensorios, el alma individual únicamente puede emplear sus facultades de percepción anímica, si las gestó y estructuró de manera apropiada mediante su "inmersión" en el mundo físico tridimensional. El que algunas almas se enreden -de forma provisional- en las limitaciones y trampas involucradas en la materia, únicamente es signo de que la superación de esas dificultades les conferirá la fortaleza necesaria para hacer frente a los obstáculos y problemas, de índole trascendente, existentes en los ámbitos superiores de la realidad. Pero, dicho de forma un tanto anecdótica, ninguna persona puede aspirar a la bienaventuranza del Nirvana, si previamente no ha aprendido a hacer su declaración de Hacienda o arreglar una pequeña avería de cualquier electrodoméstico. No existen tareas pequeñas ni trabajos despreciables, esto lo resaltaron los místicos y conocedores de todos los tiempos, y el individuo que no quiere aprenderlo por las buenas, se verá forzado a dominar esa lección, aunque sea en contra de sus apetencias.
Por consiguiente, si el individuo no ha conseguido el máximo desarrollo en lo que concierne al mundo físico, no puede plantearse las exigencias propias del camino espiritual. Esto constituye un bienintencionado aviso a todas esas personalidades que, inseguras de sí mismas, repudian las exigencias del mundo físico, so pretexto de ser de esa forma "más espirituales". Quienes así proceden, no solamente se incapacitan para obtener ningún progreso, sino que están facilitando notablemente las condiciones para encontrarse con una de las múltiples trampas que las Entidades Opositoras guardan a los buscadores inexpertos y egoístas.
Cuando la persona se hace capaz de proyectar -con pleno derecho- su conciencia más allá del nivel tridimensional, uno de los primeros entes con los que se tropieza es el constituido por las propias pulsiones, temores, inclinaciones y complejos. Es decir: el encuentro con las dimensiones más ocultas y sombrías del propio equipo interno, o con lo que las propias acciones erróneas pasadas han hecho de nosotros. Para aquellos poco familiarizados con la literatura esotérica, existe un ejemplo de más fácil acceso en la famosa obra de Oscar Wilde (de quien podría sospecharse una afinidad con estos temas) titulada 'El Retrato de Dorian Gray'. Aunque se pudieran considerar este relato como muestra de la imaginación fantasiosa del autor, con unos toques de morbidez, para propiciar un cierto hálito terrorífico en el lector, lo cierto es que en esa novela existe un contenido de rigurosa verdad, y que, de la misma forma que las acciones deliberadamente malvadas del protagonista del relato, se plasman misteriosamente en el retrato que pintase su amigo artista, existe un nivel psíquico dentro del individuo, en el que se albergan resultados de su conducta, constituyendo una especie de modelo, plástico y cambiante, que representa la cualidad y calidad de la persona como individuo único en el Cosmos. Este modelo recoge tanto los aspectos positivos como los negativos, pero es a los segundos a los que nos interesa referirnos en el tema que consideramos.
La visión del Morador del Umbral como un ente maléfico y diabólico, de terrorífico aspecto y perversas intenciones, inclusive su misma denominación, obedecen a una influencia romántica - con toda la carga de tenebrosidad y decadencia - propia del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, en los que se desarrolló esta terminología; y, por otra parte, a experiencias de personas que se enfrentaron a esa vicisitud sin la necesaria preparación. Contamos con el clásico ejemplo de la renombrada novela ocultista "Zanoni", menos accesible que la mencionada de Oscar Wilde. Zanoni es una obra del inglés, Sir Edwards Bulwer Lytton, reputado como autor ocultista, quien, en este texto en particular, traiciona posiciones -por cierto - sumamente retrógradas y de una misoginia muy poco en consonancia con verdaderos contenidos del Esoterismo Occidental Rosícruciano (que siempre tuvo en la mayor estima la colaboración de la mujer, y que nunca exigió la renuncia al matrimonio a sus seguidores, sino más bien al contrarío). En Zanoni, se hace una descripción sumamente terrorífica del Morador en el Umbral, vinculándolo de una manera un tanto capciosa con el sentimiento de atracción por una mujer, con lo que, automáticamente- se deduce que la mujer es el "foco de perdición" para el buscador espiritual; una de las mayores y más arraigadas falacias, sembradas por las corrientes ocultistas de corte Orientalista.
Lo que sucede al incauto sujeto contemplado en la narración, es que posee un temperamento absolutamente inmaduro, dentro del cual, el hecho de que se sienta atraído por una mujer hermosa (completamente natural y lógico) ni beneficia ni perjudica. La madurez se consigue por el aprovechamiento de la experiencia, no por forzadas e innaturales abstenciones. Si Dios (y la totalidad de las Jerarquías Creadoras, que han tenido su papel en ese complejo proceso) hubiese deseado que los hombres no se uniesen con las mujeres, hubiese inventado métodos de reproducción no sexuales, y no Se habría tomado la molestia de producir la diferenciación de sexos, los cuales se necesitan el uno al otro, y están destinados a (o necesitados de) complementarse.
Volviendo al caso de quien se tropieza -a su debido tiempo, y de la forma apropiada-con el Morador, no existe la necesidad ineludible de que el hecho registrado sea terrorífico Más bien se trata de una lógica advertencia que le es hecha al sujeto, por aquella parte de sí mismo que se va a ver particularmente afectada por el nuevo curso que va a asumir su vida en lo sucesivo. Se trata de concienciar a la persona de los riesgos que va a afrontar en un nuevo ámbito de actuación, del cual ignora - en su mayor parte - el funcionamiento de sus leyes y las características propias del ámbito.
El Morador o "lastre moral" individual, debe de comenzar por ser reconocido como algo propio. Esa suele ser la primera señal de la adecuada preparación del individuo para hacer frente a la eventualidad. La persona no preparada entiende al Morador como un monstruo, con el cual no tiene la menor relación, incapaz de identificarse con lo que interpreta como nefasto. Esto indica que el propio orgullo le imposibilita el reconocerse en sus auténticas dimensiones, incluidas las menos favorables. Una vez aceptada la identificación con el Morador, éste se expone a si mismo como un representante de nuestra historia pasada, y -en muchos sentidos- como un reto, un desafío cara al futuro.
Lo que antes ha estado fuera de nuestra percepción, pasa ahora a radicar dentro mismo de su foco La conciencia vigílica, que anteriormente fuese únicamente receptiva de las señales procedentes del nivel tridimensional de la realidad, ahora se encuentra expuesta - al mismo tiempo - a las impresiones de un nivel de cuatro dimensiones (el que tradicionalmente se ha designado como Astral). En este nivel, lo primero que percibe el individuo son sus propias proyecciones. Es por ese motivo que todo trabajo, toda acción, todo pensamiento y sentimiento que tenga lugar en lo sucesivo, se traducirá en modificaciones perceptibles (favorables o desfavorables, según los casos) de esas imágenes proyectadas en su derredor.
Conocer las peculiaridades de nuestro subconsciente, saber que todos los seres humanos albergamos en nuestro interior un Ángel y un Demonio múltiple, todo ello forma parte tanto del proceso de desenvolvimiento Oculto como de la maduración natural y espontánea del ser humano, aunque, lógicamente, el no preparado en Esoterismo, le dará otras denominaciones a estos seres que contempla, vivos y operantes en su interior.
Todo ello es normal, no es mágico, no es sobrenatural, y, sobre todo, es importante mantener siempre en la mente que les sucede a todos los hombres. Forma parte consustancial de su crecimiento anímico. Conocerse bien a si mismo, en lo bueno, en lo malo y en lo regular, no tiene por qué ser terrorífico ni conmocionante. Más bien constituye una garantía de seguridad, para nosotros y para los que nos rodean.
Cuando alcanzamos este tipo de conocimiento, sabemos bien cuáles son los resultados anímicos de nuestras acciones, y en qué sentido debiéramos realizar ajustes o modificaciones en nuestros mecanismos internos. Estos 'mecanismos', aunque funcionan como tales, en realidad son seres dotados de entidad propia y autónoma, si bien no poseen otro cuerpo sustancial que el nuestro, que los alberga y en el que operan como órganos o células, imperceptibles para los sentidos convencionales, pero no para la conciencia alerta o super-despierta. Este cambio en el estado de conciencia se halla descrito en la Leyenda del santo Grial en la figura de Parsifal, en su transito desde el original estado de conciencia de 'sueño 'al estado denominado de 'duda'...
No se trata únicamente de la apertura de la propia conciencia a unos niveles a los que ordinariamente no encuentra acceso, sino -de forma, todavía más determinante- de la asunción de una madurez dentro del proceso global de desarrollo espiritual, que se va a reflejar en hechos de la mayor importancia. El Morador confronta al individuo con la materialización efectiva de la historia pasada, le muestra el resultado de sus equivocaciones y de las acciones deliberadamente erróneas, le exige una completa toma de conciencia de esa responsabilidad y de la ineludible necesidad de realizar una compensación que equilibre la desarmonía y la malformación a la que esa entidad (pues el Morador es una verdadera entidad viviente, como ya señalamos) ha sido sometida.
Ahora bien, este trabajo, a partir del momento en el que el individuo traspase el umbral de percepción que es custodiado por el Morador, ha de ser llevado en condiciones muy distintas de lo que lo fue previamente. Hasta entonces, la persona ha estado ayudada por distintos tipos de entidades protectoras, que le han orientado en su actuación y le han inculcado fuerza en sus momentos de desánimo. En el futuro, no podrá contar con ninguna asistencia, con excepción de la que él mismo sea capaz de extraer de su propio contenido como ente espiritual. Ha de ser mediante su autotransformación, mediante la conversión del plomo material en auténtico Oro Solar y espiritual, como el individuo forje su propia luz. Nadie le llevará de la mano. El se alumbrará el camino.
Ni siquiera las entidades gregarias, los Supervisores de Raza, Pueblos y Naciones, le asistirán en su discurrir sucesivo. Ha dejado de formar parte de lo que podríamos designar como "rebaño humano" y se ha convertido en un ente individual y autosuficiente, que librará sus propias luchas. No podrá buscar ningún apoyo fuera de si mismo. Si en un futuro aspira a gozar del derecho y la capacidad de tender la mano a otros más débiles y menos avanzados, ha de conquistar el don de la fortaleza y la decisión inquebrantable y férrea.
El Morador le advierte: si existe la más mínima duda acerca de la propia capacidad para hacer frente a tan ardua situación, el buscador debe postergar su decisión de traspasar el umbral, o únicamente desgracias (para la persona y para el conjunto) podrían cosecharse como resultado de una acción temeraria e irreflexiva.
No obstante estas consideraciones no deben desanimar al sincero aprendiz, que siempre encontrará - si sabe esperar con Fe, esperanza y paciencia - el momento idóneo para su decisión. E igualmente es importante desdramatizar los hitos del desenvolvimiento espiritual, que, si se sigue siempre una conducta recta y tranquila, se produce tan naturalmente como los ciclos naturales en una planta. El SER HUMANO despierto no necesita ser ayudado en cada momento por las Entidades Espirituales. O, expresado más correctamente: aunque esa ayuda nunca le ha de faltar, lo que no tendrá será la substitución de su propia responsabilidad. Su desarrollo está en sus manos, pero así como el Sol y la lluvia ayudan siempre a las plantas para que crezcan de forma adecuada, así nosotros tendremos siempre la ayuda que precisemos, más allá de nuestras propias e individuales fuerzas y capacidades, que únicamente a nosotros nos incumbe ejercitar y poner en práctica en cada momento de nuestras vidas.
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