HORIZONTES DE REDES NOOSFERICAS

Nada de lo aquí escrito nos pertenece.Si hubiese alguna pertenencia,sería el lazo noetico con el cual se han atado tantas bellas flores de conocimiento que son ofrecidas a la humanidad como un ramillete de noologias...... TOD@ TEXTO/ILUSTRACION ES USAD@ CON FINES DE DIFUNDIR VISIONES SOBRE NUESTRO UNIVERSO Y SUS PENSADORES. SI ALGUIEN SE SIENTE AFECTAD@ POR ELLO, CON SUMA DILIGENCIA RETIRAMOS DE ESTE PORTAL SU APORTE SOBRE EL PARTICULAR EN RAZON DE SU SOLICITUD PERSONAL EN LA EXPLICITUD ESCRITA Y DIRECCIONADA DE SU AFECTACIÓN

viernes, 30 de septiembre de 2011

el 4 de oc­tubre de 1957,,,,,,Oanes y los otros Akpalus ....visitantes..en version ***escolarizada******.

La Biblioteca de Alejandría adquirió fama de guardar libros secretos que proporcionaban un poder ilimitado. Había allí curiosos manuscritos hindúes sobre medicina, escritos chinos sobre alquimia, saberes del antiguo Egipto sobre nigromancia, de los fenicios sobre magia, de los griegos sobre mecánica..., pero también sobre otros temas más comunes.
 
 

Hija de Teón , director de la Biblioteca de Alejandría, Hipatia  recibió de su padre una extensa educación en ciencias y filosofía. Su vestuario, de inspiración grecorromana, está tejido en seda y organza, y teñido y plisado a mano. Posee cierto carácter masculino, como el uso de una toga y la ausencia de velo que le cubra la cabeza.

Podían consultarse obras alucinantes, como Sobre el haz de luz en el cielo, escrita por el primer bibliotecario alejandrino que trataba, por vez primera en la historia, el tema de los ovnis. También estaba la obra completa de Beroso, sacerdote babilónico, historiador y astrólogo, que inventó el cuadrante solar semicircular y concibió una teoría sobre el conflicto entre los rayos del Sol y la Luna, anticipo de trabajos más modernos sobre la interferencia de la luz. Pero su obra más curiosa fue la Historia del Mundo donde narraba cómo en la antigüedad unos extraterrestres, los Akpalus (parecidos a peces y descritos con sus trajes y escafandras), habrían enseñado a los hombres los primeros conocimientos científicos. Hoy desgraciadamente sólo nos quedan escasos fragmentos de esta obra. También podía consultarse la obra completa de Manethón, historiador egipcio contemporáneo a la creación de la Biblioteca que investigó los restos de la civilización faraónica y, en su calidad de sacerdote, tuvo acceso a muchas tradiciones y secretos vedados a otros investigadores, muchos de los cuales no sabían leer los viejos jeroglíficos. Si se hubiesen conservado sus ocho libros y los cuarenta pergaminos selectos recogidos por él en los templos, quizá sabríamos todo lo que hoy ignoramos sobre el Egipto faraónico y, lo más importante de todo, sobre la civilización que lo precedió, aquella que Platón identificó con la Atlántida.

De todas estas obras y de otras muchas igual de apasionantes sólo nos quedan hoy referencias, citas y fragmentos, recogidos por autores contemporáneos a la existencia de la Biblioteca Alejandrina durante los mil años que se mantuvo activa.

Pero los asaltos a este templo del saber comenzaron pronto. Julio César tuvo el dudoso honor de encabezar la lista de incendiarios. En el año 47 a.C. sus legiones tomaron Alejandría y saquearon la Biblioteca. Se calcula entre cuarenta y setenta mil el número de volúmenes desaparecidos, parte en el incendio que asoló un ala de los edificios y parte sustraídos para uso particular de César. El siguiente ataque lo realizó la emperatriz Zenobia, reina de Palmira, quien se rebeló contra Roma y atacó los territorios de ésta potencia, entre ellos Alejandría, donde incendió la Biblioteca o al menos una parte de ella.

El siguiente pirómano fue el emperador Diocleciano, quien en el año 285 conquistó la ciudad y ordenó destruir dos bloques importantes de la Biblioteca: uno con los volúmenes egipcios, para privar al país de su patrimonio y hacerle perder su identidad, y otra con los volúmenes de alquimia, para impedirles fabricar riquezas y levantar un ejército contra Roma. Obras clave de esa cultura se perdieron para siempre.

Toda ideología -ya sea política, religiosa o filosófica- basada en el fanatismo de su verdad (propia, única y excluyente) es, por esencia, bibliófoba: odiará los libros y buscará su destrucción. Porque los libros son vehículo para la diversidad de ideas, suscitan la polémica, estimulan la capacidad critica y, en resumen, proporcionan conocimiento. Y el conocimiento es el mayor enemigo de aquellos que piden confianza ciega, obediencia muda y sumisión sin límites. El libro es, por tanto, el enemigo directo de toda tiranía, dictadura, fanatismo e integrismo.

Los cristianos fueron los siguientes en afán incendiario y en el año 390 el patriarca de Alejandría, Teófilo, decidió acabar para siempre con el paganismo en su diócesis destruyendo para ello el templo de Serapis, el Serapeum, junto con el anexo de la Biblioteca alejandrina que tenía allí su sede. Miles de manuscritos fueron saqueados, dispersados y, en la mayoría de los casos, incinerados para la mayor gloria del Dios cristiano.

Sin embargo, el golpe final vino de la mano de los árabes. En el 646, el general Amr lbn-el-As -enviado por el fanático Omar con la consigna funesta «no hacen falta otros libros que no sean El libro» refiriéndose al Corán-, conquistó Alejandría y destruyó la biblioteca hasta sus cimientos. Omar había dado instrucciones precisas: «En cuanto a los libros, si lo que contienen es conforme al Corán, son inútiles pues no hace falta más que El Libro de Dios. Sí por el contrario, lo que encierran se opone al Corán, no los necesitamos. En ambos casos deben ser destruidos». Cuando se apagó el incendio de la Biblioteca alejandrina, lbn-el-As ordenó recoger los libros que no hubieran ardido y distribuirlos por los baños públicos para que sirvieran como combustible.

Por suerte, los musulmanes que vinieron después se comportaron con menos fanatismo y gracias a su amor por la sabiduría recuperaron gran número de textos clásicos perdidos.

Oldcivilizations's Blog
 
Desde los ángeles del Libro de Enoch y del Antiguo Testamento, pasando por los "mensajeros" del enigmático Yavé,  hasta los misteriosos Akpalus, que surgen en la raíz de la civilización sumerio-babilónica, que quizá cabe identificar con el dios-astronauta Nomo de los Dogones, procedente de un planeta de Sirio B, tenemos toda una serie de seres mitológicos que han influido en el devenir de la Humanidad. ¿Y qué cabría decir del panteón de los dioses helenos, esos dioses tan humanos, con nuestras mismas flaquezas y deseos, pero que cuentan entre ellos a un Triptolemo, semidiós y héroe griego, que aprendió de la diosa Deméter las artes de la agricultura, y que entregó el trigo a los hombres, como hizo Osiris en Egipto?  El célebre astrónomo norteamericano Carl Sagan, junto con los autores franceses Louis Pauwells y Jacques Bergier, concordaron en afirmar que, posiblemente, "la civilización nació en Sumeria, gracias a la venida de misteriosos hombres-peces, llegados del espacio y que se instalaron en las profundidades del Golfo Pérsico. Estos visitantes extraterrestres serían llamados Akpalus y conocemos su existencia gracias a Beroso, sacerdote babilonio del siglo ÍV antes de Cristo".

 
Dijo el escritor Louis Pauwels: "Nuestra civilización, como toda civilización, es un complot. Numerosas divinidades minúsculas, cuyo poder sólo proviene de nuestro consentimien­to en no discutirlas, desvían nuestra mirada del rostro fantástico de la realidad. El complot tiende a ocultarnos que hay otro mundo en el mundo en que vivimos, y otro hombre es el hombre que so­mos. Habría que romper el pacto, hacerse bárbaro. Y, ante todo, ser realista. Es decir, partir del prin­cipio de que la realidad es desconocida.   Si empleá­semos libremente los conocimientos de que dispo­nemos; si estableciésemos entre éstos relaciones inesperadas; si acogiésemos los hechos sin prejuicios antiguos o modernos; si nos comportásemos, en fin, entre los productos del saber con una men­talidad nueva, ignorante de los hábitos estableci­dos y afanosa de comprender, veríamos a cada ins­tante surgir lo fantástico al mismo tiempo que la realidad."

La prehistoria de la humanidad es un verdadero puzzle, del que poco a poco van conociéndose piezas sueltas. A partir de ellas, una labor detectivesca y llena de conjeturas intenta rellenar las piezas  que faltan. 

La historia (y prehistoria) es como un objeto que miramos a través de un prisma de mil caras. Dependiendo de la cara veremos un objeto distinto. Muchas veces podemos encontrar más de una teoría o posible respuesta a cada pieza del puzzle. Por esta razón no es extraño encontrar en este blog algunas teorías contrapuestas. Pero seguro que al final podemos llegar a encontrar las piezas que encajen adecuadamente.

Incluso en las publicaciones dirigidas en prin­cipio a un vasto público, la crítica de las ideas y de los libros es como una con­versación entre mandarines que se desarrollase a ojos cerrados. Por eso pasó inadvertida la asom­brosa y rica obra de Shklovski, miembro director del Instituto de Astronomía de la Universidad de Moscú, publicada en francés en 1967. Sin embargo, por su cantidad de información, por su rigor cien­tífico, por la audacia de las hipótesis y la inmen­sidad de la visión sugerida, era la obra más ilustra­dora que podía escribirse sobre la vida en el Universo. Este libro impresionaba la mente por su enorme libertad. Shklovski ignoró las limi­taciones del especialista, los prejuicios doctrinales y políticos. Colocó sus razonamientos de ciencia estricta bajo el patrocinio de los poetas y de los visionarios. Podía verse el despliegue de una inte­ligencia en esa cultura de mañana, aumentada y unificada por la conquista del espacio, que hacía decir a Clarke: «No nos llevaremos nuestras fron­teras al cielo»

Iósif Samuílovich Shklovski (1916 – 1985) fue un astrónomo y astrofísico soviético/ruso. Shklovski nació en Glujov, una ciudad en la parte ucraniana de la Rusia Imperial. Después de graduarse de los siete años de escula secundaria, trabajó como capataz en la construcción de la línea de ferrocarril Baikal-Amur. En 1933 Shklovski entró en la Facultad Físico-Matemática de la Universidad Estatal de Moscú. Allí estudió hasta 1938, cuando hizo un curso de posgrado en el Departamento de Astrofísica del Instituto Astronómico Sternberg y siguió trabajando en el Instituto hasta el final de su vida. Se especializó en astrofísica teórica y radioastronomía, así como la corona solar, las supernovas, y los rayos cósmicos y sus orígenes. Demostró, en 1946, que la radiación de ondas de radio del Sol emana de las capas ionizadas de su corona, y desarrolló un método matemático para discriminar entre ondas de radio térmicas y no térmicas en la Vía Láctea.

Es célebre especialmente por sus sugerencias de que la radiación de la Nebulosa del Cangrejo se debe a la radiación sincrotrón, en donde excepcionalmente electrones energéticos giran a través de campos magnéticos a velocidades cercanas a la de la luz. Shklovski propuso que los rayos cósmicos de explosiones de supernova dentro de los 300 años de luz del Sol podrían haber sido responsables de algunas de las extinciones masivas de vida en la Tierra. En 1959 Shklovski examinó el movimiento orbital del satélite interior de Marte, Fobos. Concluyó que su órbita estaba decayendo y apuntó que, si esto se le atribuía a la fricción con la atmósfera marciana, entonces el satélite debía tener una densidad excepcionalmente baja. En este contexto manifestó un indicio de que podía ser hueco y posiblemente de origen artificial. El indicio aparente de implicación extraterrestre capturó a la imaginación pública, aunque hay algún desacuerdo sobre cuanto en serio pretendió Shklovski que la idea fuera tomada. Ganó el Premio Lenin en 1960 y la Medalla Bruce en 1972. El asteroide 2849 Shklovskij está nombrado en su honor. Fue un miembro de la Academia Soviética de las Ciencias.

  

Cuando recibió la obra en ruso, Carl Sagan, pro­fesor de Astronomía en Harvard y director del Ob­servatorio de Astrofísica de Cambridge, Massachu­setts, se apresuró a hacerla traducir por Paula Fern. Su lectura le sugirió una gran cantidad de re­flexiones incidentales o complementarias. Escribió a Shklovski, proponiéndole una edición americana en colaboración. «Desgraciadamente -le respon­dió el soviético-, tenemos menos probabilidades de reunirnos para trabajar juntos, que de reci­bir un día la visita de seres extraterrestres». Sa­gan publicó la obra, alternando el texto de su co­lega ruso con sus propias notas. Tal fue la primera y hasta hoy única obra escrita por dos grandes sa­bios del Este y de Occidente sobre el proyecto más maravilloso de nuestro tiempo: establecer contacto con otras inteligencias en el cosmos. Esta edición americana fue dedicada a la memoria de J. B. S. Haldane, biólogo y ciudada­no del mundo, miembro de la Academia de Cien­cias de los Estados Unidos y de la Academia de la Unión Soviética, y miembro de la Orden  del Del­fín, muerto en la India.

Se inicia con estos versos de una oda de Píndaro: "Hay una raza de hombres, hay una raza de dioses. Cada una de ellas saca su aliento vital  de la misma madre, pero sus poderes son diversos, de suerte que unos no son nada y los otros son los dueños del cielo luminoso  que es su ciudadela para siempre.  Sin embargo, todos nosotros participamos de la gran inteligencia; tenemos un poco de la fuerza de los inmortales, aunque no sepamos  lo que el día nos tiene reser­vado, lo que el destino nos tiene preparado  para antes de que cierre la noche".  He aquí la introducción de Shklovski:    «La idea de que la existencia de seres dotados de razón no se limita a la Tierra, sino que es un fenómeno ampliamente extendido en una multi­tud de otros mundos, apareció en un pasado muy remoto, cuando la Astronomía estaba aún en sus comienzos. Es muy verosímil que sus raíces arran­quen de los cultos primitivos, que "vitalizan" cosas y fenómenos. La religión budista contiene nociones bastante vagas sobre la pluralidad de mundos ha­bitados, en el marco de la teoría idealista de la transmigración de las almas. Según esta concep­ción, el Sol, la Luna y las estrellas son los lugares a los que emigran las almas de los muertos antes de alcanzar la beatitud del nirvana".

Los progresos de la Astronomía dieron una base más concreta y más científica a la idea de la pluralidad de mundos habitados. La mayoría de los filósofos griegos, idealistas o materialistas, no consideraban la Tierra como el único hogar de la inteligencia. Sólo podemos inclinarnos ante su in­tuición genial, si consideramos el nivel en que se encontraba entonces la Ciencia. Así, Tales, fundador de la escuela jónica, enseñó que las estrellas estaban hechas de la misma materia que la Tierra. Anaximandro afirmó que los mundos nacen y se destruyen. En opinión de Anaxágoras, uno de los primeros defensores del heliocentrismo, la Luna es­taba habitada. Veía en los "gérmenes de vida", dis­persos por todas partes, el origen de todo lo vi­viente. En el curso de los siglos siguientes, y hasta nuestra época, diversos sabios y filósofos han adop­tado la idea de la "panspermia", según la cual la vida ha existido siempre. La religión cristiana acep­tó con bastante rapidez el concepto de los "gér­menes de vida".

La escuela materialista de Epicuro defendió la pluralidad de mundos habitados, que imaginaba, por lo demás, semejantes a nuestra Tierra. Mitro­doro, por ejemplo, pensaba que "considerar la Tie­rra como el único mundo poblado en el espacio sin límites era una tontería tan imperdonable como afirmar que, en un inmenso campo sembrado, pue­de frotar una sola espiga". Es interesante obser­var que los partidarios de esta doctrina entendían por "mundos" no sólo los planetas, sino también toda clase de cuerpos celestes desparramados en la extensión infinita del Universo. Lucrecio defen­dió con ardor la idea de que el número de los mundos habitados es inconmensurable. En su "De Rerum Natura" escribió: "Es preciso confesar que hay otras regiones del espacio, otras tierras distin­tas de la nuestra, y razas de hombres diferentes, y otras especies salvajes". Observemos, de paso, que Lucrecio estaba absolutamente equivocado so­bre la naturaleza de las estrellas, que tomaba por emanaciones brillantes de la Tierra. Por esto si­tuaba sus mundos poblados de seres inteligentes más allá de las fronteras del universo visible.

Después, y esto había de durar un milenio y medio, la victoriosa religión cristiana haría  de la Tierra el centro del Universo, siguiendo a Tolomeo e impidiendo profundizar en las teorías de la mul­tiplicidad de mundos habitados. Fue el gran astró­nomo polaco, Copérnico, quien, después de rebatir el sistema de Tolomeo, mostró por vez primera a la Humanidad el lugar que realmente le correspon­día. Y al "volver la Tierra al sitio que le tocaba", la posibilidad de vida en otros planetas recibió un fundamento científico. Las primeras observaciones a través del telescopio, gracias a las cuales abrió Galileo una nueva era en la Astronomía, acuciaron la imaginación de sus contemporáneos. Se puso en claro que los planetas eran cuerpos celestes muy parecidos a la Tierra. Y esto condujo, naturalmen­te, a formular esta pregunta: Si había en la Luna montañas y valles, ¿por qué no podía haber ciuda­des, con habitantes dotados de razón? ¿Por qué había de ser nuestro Sol el único astro acompaña­do de una cohorte de planetas? El gran pensador italiano Giordano Bruno expresó estas atrevidas ideas en forma clara e inequívoca: "Existe una infinidad de soles, de tierras que giran alrededor de sus soles como giran nuestros siete planetas al­rededor de nuestro Sol… Seres vivos habitan esos mundos".

La Iglesia católica se vengó cruelmente de Bruno: declarado hereje por el Santo Oficio, fue quemado en Roma, en el Campo del Fiori, el 17 de febrero de 1600. Este crimen del clero contra la Ciencia no había de ser el último. Hasta el final del siglo XVII, la Iglesia católica (lo mismo que las Iglesias protestantes) no dejó de oponer una enco­nada resistencia a la teoría heliocéntrica. Pero, poco a poco, incluso los teólogos comprendieron la inutilidad de aquella lucha y empezaron a revi­sar sus posiciones. En la hora actual, no ven en la existencia de seres en otros planetas ninguna con­tradicción con los dogmas de su religión.   En la segunda mitad del siglo XVII y durante todo el XVIII, sabios, filósofos y escritores dedica­ron gran cantidad de libros al problema de la vida en el Universo. Citemos a Cyrano de Bergerac, Fon­tenelle, Huygens, Voltaire. Sus obras, puramente especulativas, unían a la profundidad de pensa­miento (cosa particularmente cierta en Voltaire) la elegancia de la forma.

Tomemos al sabio ruso Lomonosov, tomemos a Kant, a Laplace, a Herschel, y veremos que la idea de la pluralidad de mundos habitados se había extendido absolutamente por todas partes, sin que nadie, o casi nadie, en los medios científicos y filo­sóficos, se atreviera a levantarse contra ella. Sólo voces aisladas se oponían al concepto que hacía de los planetas otros tantos focos de vida, y de vida consciente. Así, William Whewell, en un libro publicado en 1853, opina, con cierta audacia para la época, que los pla­netas están muy lejos de poder ofrecer albergue a la vida, ya que los mayores están compuestos "de agua, de gas y de vapores", y los más próximos al Sol "reciben una enorme cantidad de calor, y el agua no puede conservarse en su superficie". De­muestra que no puede haber vida en la Luna, idea que tardó mucho en penetrar en las mentes. En efecto, a fines del siglo XIX, William Pickering afir­maba aún, con absoluta convicción, que las altera­ciones del paisaje lunar se explicaban por los des­plazamientos de grandes masas de insectos… Ob­servemos, de paso, que posteriormente se resucitó esta hipótesis para aplicarla a Marte…

A fines del siglo XIX y en el XX, la antigua hi­pótesis de la "panspermia" reapareció, bajo for­mas nuevas, y alcanzó una amplia difusión. Según este concepto metafísico, la vida existe en el Uni­verso desde toda la eternidad. La sustancia viva sólo se engendra partiendo de la materia inerte, según leyes exactas, y se transmite de un planeta a otro. Así, según Svante Arrhenius, finos granos de polvo, impulsados por la presión de la luz, transportan a otros planetas partículas de materia viva, esporas o bacterias, sin que éstas pierdan su vitalidad. Cuando encuentran en uno de aquellos condiciones favorables, las esporas germinan y dan origen a toda la evolución ulterior de la vida. Si, en principio, no se puede negar la posi­bilidad de esta transferencia de un planeta a otro, resulta difícil, de momento, aceptar un mecanismo semejante cuando se trata de sistemas estelares. Arrhenius pensaba que la presión de la luz puede imprimir velocidades considerables a los granos de polvo. Pero lo que ahora sabemos sobre la na­turaleza del espacio interestelar, excluye aquella posibilidad. En fin, la tesis de la eternidad de la vida es incompatible con la idea que, a base de muchísimas observaciones, nos hemos formado de la evolución de las estrellas y de las galaxias.

Según esta idea, el Universo se componía, en el pasado, solamente de hidrógeno, o bien de hidrógeno y he­lio; los elementos pesados, sin los cuales es incon­cebible cualquier forma de vida, sólo aparecieron más tarde. Además, el desplazamiento hacia el rojo del espectro de las galaxias hace pensar que, diez o quince mil millones de años atrás, el estado del Universo hacía poco probable la existencia de vida. Ésta pudo, pues, surgir únicamente en ciertas regiones privilegiadas y en una etapa determinada de la evolución. Por esto, la tesis principal de la teoría panspérmica nos parece equivocada. El ruso Constantin Tsiolkovski, padre de la Astronáutica, fue ardiente defensor de la plurali­dad de mundos habitados. Citaremos solamente algunas de sus frases: "¿Se puede concebir que Europa esté poblada, y no lo estén las otras partes del mundo?" Y después: "Los diversos planetas presentan las diversas fases de la evolución de los seres vivos. Lo que fue la Humanidad hace algu­nos años, podemos saberlo interrogando a los pla­netas...".  Si la primera cita no hace más que re­petir lo que dijeron filósofos antiguos, la segunda contiene un pensamiento muy importante que ha sido desarrollado después.

Los pensadores y escri­tores de los siglos pasados se imaginaban las ci­vilizaciones de los otros planetas, desde el punto de vista social, científico y técnico, parecidas a lo que veían sobre la Tierra en su época. En cuanto a Tsiolkovski, llamó acertadamente la atención so­bre las considerables diferencias de nivel entre las civilizaciones de los diversos mundos. Sin embargo, en su época, estas hipótesis no podían ser aún confirmadas por la Ciencia. La historia de las ideas de la pluralidad de mundos habitados está íntimamente ligada con la de las concepciones cosmogónicas. Así, en el pri­mer tercio del siglo XX, cuando circuló la hipótesis cosmogónica de Jeans, según la cual el Sol debe su cortejo de planetas a una catástrofe cósmica su­mamente rara (el "medio choque" de dos estrellas), la mayoría de los sabios consideraron la vida como un fenómeno excepcional en el Universo. Parecía sumamente improbable que en nuestra galaxia, compuesta de más de cien mil millones de estre­llas, hubiese una sola, además del Sol, que tuvie­se un sistema planetario. El hundimiento de la teo­ría de Jeans, después de 1930, y el florecimiento de la Astrofísica, casi nos llevan a la conclusión de que en nuestra galaxia hay una considerable can­tidad de sistemas planetarios, y de que el sistema solar es una regla, más que una excepción, en el mundo de las estrellas. A pesar de todo, esta su­posición, sumamente probable, no ha sido aún es­trictamente demostrada.

   

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Los progresos de la cosmografía estelar con­tribuyeron y contribuyen de modo decisivo a la solución del problema de la aparición y la evolu­ción de la vida en el Universo. En la actualidad, sabemos distinguir las estrellas jóvenes de las vie­jas, y sabemos durante cuánto tiempo irradian una energía lo bastante constante para conservar la vida en los planetas que se mueven a su alre­dedor. En fin, la cosmogonía estelar permite pre­decir, para un período bastante largo, los destinos del Sol, cosa que, evidentemente, tiene una impor­tancia capital para el futuro de la vida sobre la Tierra. Vemos, pues, que los diez o quince últimos años de investigación astrofísica han hecho posi­ble que el problema de la pluralidad de los mun­dos habitados sea considerado científicamente. Una ofensiva semejante se ha llevado a cabo en los frentes de la Biología y de la Bioquímica. El problema de la vida parece que es, en gran parte, químico. ¿De qué manera, y gracias a qué condiciones exter­nas, pudo producirse la síntesis de las moléculas orgánicas complejas que condujo a la aparición de las primeras partículas de materia viva? Durante los últimos decenios, los bioquímicos avanzaron considerablemente en este terreno,- apoyándose, sobre todo, en experimentos de laboratorio. Sin em­bargo, tenemos la impresión de que sólo muy re­cientemente apareció la posibilidad de abordar el problema del origen de la vida en la Tierra, y, por ende, en los otros planetas. Empezamos gracias a la genética a levantar una punta del velo que en­vuelve el sancta-sanctórum de la sustancia viva.

Los notables éxitos de la Genética y, sobre todo, el descubrimiento de la "significación ciber­nética" de los ácidos desoxirribonucleico y ribonu­cleico, vuelve a poner sobre el tapete la definición de la vida . Se hace cada vez más claro que el pro­blema del origen de la vida es, en gran parte, un problema genético. Su solución podrá obtenerse en un futuro bastante próximo, si continúan los progresos de una ciencia como la Bio­logía molecular. La puesta en órbita del primer satélite artifi­cial de fa Tierra por la Unión Soviética, el 4 de oc­tubre de 1957, abrió una etapa radicalmente nueva en la historia de la idea de la pluralidad de mun­dos habitados. A partir de entonces, el estudio y el dominio del espacio que rodea la Tierra avanzaron con enorme rapidez, para culminar en los vuelos de los cosmonautas soviéticos y, después, de los americanos. Los hombres comprendieron, de pron­to, que moraban en un diminuto planeta sumergi­do en la inmensidad del espacio cósmico. Natural­mente, todo el mundo había estudiado un poco de Astronomía en el colegio  y sabía, "teóricamente", el lugar que ocupaba la Tierra en el cosmos.

Sin embargo, la actividad práctica continuaba regida por un geo­centrismo espontáneo. Por esto no nos cansaremos de insistir en la conmoción producida en la con­ciencia de los hombres en este principio de una nueva era de la historia humana: la era del estu­dio directo y, más adelante, de la conquista del cosmos.   Así, pues, la cuestión de la existencia de vida en otros mundos salió del campo de la abstrac­ción para adquirir una significación concreta. Den­tro de unos años, se resolverá experimentalmente en lo que concierne a los planetas del sistema so­lar. Se enviarán "detectores de vida" a la superficie de los planetas, y aquellos nos informarán, sin error posible, de lo que encuentren en ella. No está lejos el día en que los astronautas desembarcarán, además de en la Luna, en Marte y, quizás, incluso en el enigmático y poco hospitalario Venus, y em­pezarán a estudiar la vida, si es que existe, según los mismos métodos empleados por los biólogos en la Tierra.    El enorme interés manifestado por el hombre de la calle en lo que atañe al problema de la vida en el Universo explica la fecundidad de los traba­jos que físicos y astrónomos famosos dedican, con gran rigor científico, al establecimiento de contac­tos con los habitantes inteligentes de los otros sis­temas planetarios.

Ahora bien, para tratar este tema es imposible mantenerse aferrado a una es­pecialidad. Hay que elaborar hipótesis sobre las perspectivas de evolución de la civilización en mu­chos miles e incluso millones de años. Y esto es una tarea delicada y, además, mal definida… Sin embargo, hay que llevarla a cabo, es muy concre­ta, y la solución que se le dé puede ser, en princi­pio, prácticamente comprobada. Nuestras ideas sobre la pluralidad de mundos habitados evoluciona, en este momento, muy de prisa. Ade­más, y a diferencia de otras obras sobre el mismo tema (como "La vida en el Universo", de Oparín y Fesenkov, y "La vida en los otros mundos", de Spen­cer Jones), que estudian, sobre todo, los planetas del sistema solar y, en especial, Marte y Venus, pero también dedican un espacio bastante considerable a los otros sistemas planetarios. Es la primera vez que se empren­de un análisis de la existencia eventual en el Uni­verso de formas conscientes de vida, y de posibles contactos entre las civilizaciones separadas por el espacio intersideral.

Ahora bien, si en la actualidad podemos consi­derar unas perspectivas tan fabulosas, se plantea una cuestión: ¿Habrá recibido nuestro planeta, en un pasado relativamente próximo, la visita de as­tronautas venidos de otros sistemas planetarios?      Cuando, en 1960, en "El retorno de los brujos", y después, en 1961, en "Planète", los franceses Louis Pauwells y Jacques Bergier se hicieron eco de los estudios del investigador soviético Agrest sobre este tema, tanto los buenos intelectuales raciona­listas franceses como los cristianos se echaron a reír. Recordamos que Louis Aragon aseguró que el tal señor Agrest era un simpático farsante, y que sólo por benevolencia toleraba la Unión de Escritores Soviéticos los va­ticinios de los locos inofensivos. El R. P. Dubarle dijo, despectivamente: "¡ahora nos vienen con teo­logía-ficción!" Los trabajos de Agrest datan de 1959. En 1967, Carl Sagan y Shklovski declararon con­juntamente: «La manera en que el señor Agrest plantea el problema nos parece absolutamente sen­sata y merece un análisis minucioso».

La idea esencial de Agrest es la siguiente. Su­pongamos que unos astronautas llegaron a nuestra Tierra y encontraron hombres en ella. Un acon­tecimiento tan fuera de lo corriente tenía forzo­samente que dejar huellas en las leyendas y en los mitos. Estos seres, dotados a sus ojos de un po­der sobrenatural, serían considerados por los pri­mitivos como de naturaleza divina, y los mitos otorgarían un papel especial al cielo del que habían venido y al que habían vuelto aquellos visitantes enigmáticos. Los «visitantes celestes» pudieron en­señar a los terrícolas ciertas técnicas y ciertos ru­dimentos científicos. Sabemos que los mitos y las leyendas nacidos antes de la aparición de la escri­tura poseen un gran valor histórico. Así, podemos actualmente reconstruir una gran parte de la his­toria precolonial de los pueblos del África Negra, que no tenían escritura, valiéndonos del folklore, de las leyendas y de los mitos. Carl Sagan añade este ejemplo: en 1875, los indios del noroeste de América vieron desembarcar a La Pérouse. Un siglo más tarde, el análisis de las leyendas inspiradas por aquel acontecimiento permiten reconstruir la llegada del navegante e incluso el aspecto de sus barcos.

Agrest interpreta pasajes de la Biblia: ve, en la destrucción de Sodoma y Gomorra, los efectos de una explosión nuclear; en la ascensión de Enoch, un secuestro de los visitantes; etcétera. Desde "El retorno de los brujos", ha proliferado toda una li­teratura sobre este tema. «Que nosotros sepamos -declara Shklovski -, no existe un solo monumen­to material de la pasada cultura en que podamos ver, fundamentalmente, una alusión a seres pen­santes venidos del cosmos». Es posible, por ejemplo, que el famo­so fresco sahariano del Tassili, que representa un «marciano» con escafandra, haya sido abusivamen­te utilizado como demostración. Sin embargo, pensamos, como Sagan y su colega ruso, «que las investigaciones encaminadas en este sentido no son absurdas ni anticientíficas. Sólo es preciso no per­der la sangre fría». ¿Seremos visitados? ¿Lo hemos sido ya? Lo cierto es que Sagan pretende establecer la frecuen­cia probable. Calcula que el número de civilizacio­nes técnicamente desarrolladas, existentes simultá­neamente en la galaxia, podría ser del orden del 106. La duración de tales civilizaciones sería de diez a la séptima potencia años. «Lo cual -observa Shklovski – me parece optimista.»

Sagan conjetura que estas civilizacio­nes estudian el cosmos siguiendo un plan que ex­cluye la repetición de una visita. Si cada civiliza­ción envía, cada año terrestre, una nave intereste­lar de investigación, el intervalo medio entre dos visitas de la región de una sola y misma estrella será igual a 105 años. En cuanto al intervalo medio entre dos visitas de un solo y mismo sistema pla­netario (por ejemplo, el nuestro), que albergue formas razonables de vida, podemos adoptar, en el cuadro de las hipótesis de Sagan, la cifra de al­gunos miles de años. La frecuencia es, aquí, de unos 5.500 años. Si «la Historia empieza en Sumer» y si esta historia nació de una visita, debemos es­perar un próximo desembarco. Pero, si, como escri­be el astrónomo americano, «parece probable que la Tierra haya recibido, en muchas ocasiones, vi­sitas de civilizaciones galácticas, y probablemen­te 104 durante la era geológica», ¿por qué no en­contramos ninguna huella formal?

Hay tres res­puestas a esto. Primera: la arqueología científica no ha hecho más que empezar y nos reserva, sin duda, muchas sorpresas. La idea de una cosmo­historia puede abrir nuevos caminos de investigación. Segunda: encontramos huellas en la memoria de los hombres, en las leyendas y los mitos, pero aún no hemos estudiado éstos con amplia curiosi­dad. Sagan aporta una demostración de esto al re­ferirse a la leyenda de los Akpalus,Tercera: el contacto con seres tan primitivos como los terrícolas de los antiguos milenios no justificaba la instalación de una base. Esta base podría estar en la cara oculta de la Luna, y nosotros sólo encontraremos la tar­jeta de visita de los galácticos cuando hayamos al­canzado el suficiente nivel tecnológico. Drake y Clarke llegaron a sugerir la posibilidad de que una civilización extraterrestre hubiese depositado un avisador automático, un sistema de alarma que iluminaría el espacio interestelar cuando el nivel técnico local alcanzase determinado grado. Función de semejante avisador podría ser, por ejemplo, el análisis del contenido de elementos radiactivos de la atmósfera terrestre. Un aumento de los radio­isótopos atmosféricos, provocado por repetidos experimentos nucleares, podría, en este caso, hacer funcionar la alarma.

Y, en esta Tierra, cada día más pletórica de radiaciones nuevas, tal vez se ha producido ya la señal. Sagan escribe: «A cuarenta años luz de la Tierra, las noticias referentes a una civilización técnica reciente vuelan ya entre las es­trellas. Si hay, allá, seres que escrutan los cielos, en espera de que aparezca una civilización técnica avanzada en nuestra región del espacio, conocerán nuestro saber, para bien o para mal. Y tal vez den­tro de algunos .siglos recibiremos algún emisario. Deseo que, cuando lleguen los visitantes de la re­mota estrella, hayamos progresado aún más y no lo hayamos destruido todo». Shklovski, más escéptico o menos lírico, con­siderando el abismo del tiempo pasado, reconoce que "hay una posibilidad diferente de cero de que la Tierra haya recibido visitantes del espacio».Y añade: «Lo mismo que Agrest, Sagan dirige su aten­ción a las leyendas y a los mitos. Hace particular hincapié en la epopeya sumeria, que relata las apa­riciones regulares, en las aguas del Golfo Pérsico, de seres extraños que enseñaban a los hombres ofi­cios y ciencias. Es posible que estos sucesos tuvie­sen lugar no lejos de la ciudad sumeria de Eridu, aproximadamente en la primera mitad del cuarto milenio antes de nuestra Era».

Esto nos hace pensar en las etapas históricas de "Un mundo feliz", de Huxléy; antes de Ford y des­pués de Ford… Pero volvamos a lo nuestro. Carl Sagan comprueba, apoyándose en sus investigacio­nes, una ruptura muy clara en la historia de la cultura sumeria, que pasó bruscamente de una es­tancada barbarie a un brillante florecimiento de sus ciudades, a la construcción de complejos ca­nales de irrigación, al desarrollo de la Astronomía y de las Matemáticas . En realidad, poco sabemos de los orígenes de la civilización sumeria. René Alleau, erudito francés, formula una hipótesis sor­prendente: los sumerios no vinieron de la tierra, sino del mar. Habían vivido mucho tiempo en el océano, en aglomeraciones de pueblos-almadías, y sólo después de un encuentro, en las aguas, con se­res superiores venidos del espacio, pasaron a la tierra, construyeron sus ciudades y desarrollaron la civilización que aquellos les habían enseñado. Esta idea se funda en la leyenda de los Akpalus, estudiada por Carl Sagan.    «En mi opinión -declara Shklovski -, las hi­pótesis de Agrest y de Sagan no se contradicen". Agrest presenta una interpretación de los textos bíblicos. Pero estos textos tienen profundas raíces babilónicas. Los babilonios, los asirios y los per­sas fueron sucesores de las civilizaciones sume­ria y acadia. No se puede, pues, excluir que estos textos bíblicos y los mitos anteriores a Babilonia reflejen unos mismos acontecimientos. Desde lue­go, no podríamos aportar pruebas científicas bas­tantes acerca de esto. Pero no por ello tales hipó­tesis dejan de ser merecedoras de atención.

La hipótesis de Sagan es ésta: unos visitantes extraterrestres, provistos de escafandras y a bordo de una nave espacial que se posó en el mar, vinie­ron a traer a los hombres los rudimentos del cono­cimiento. Estos hombres fundaron Surner. La Hu­manidad había de conservar, durante largo tiempo, el recuerdo de unos seres medio hombres, medio peces (el casco; la armadura, que recuerda el bri­llo de las escamas, y el aparato respiratorio, como una cola que prolongase el cuerpo), que había lle­gado de un exterior desconocido, para comunicar el saber. El signo de pez, que había de distinguir más tarde a los iniciados del Próximo Oriente, está tal vez relacionado con este recuerdo fabuloso. Existen tres versiones relativas a los Akpalus, que datan de las épocas clásicas; pero todas ellas tienen su origen en Beroso, que fue sacerdote de Baal-Marduk en Babilonia, en tiempos de Alejan­dro Magno. Beroso pudo tener acceso a testimo­nios cuneiformes y pictográficos de varios miles de años de antigüedad. Recuerdos de la enseñan­za de Beroso nutren los textos clásicos, y Sagan se refiere principalmente a los escritos griegos y latinos recogidos en los "Antiguos fragmentos" de Cory, citando la edición revisada y corregida de 1870. Encontramos en ella tres relatos.

  

Relato de Alejandro Polilihistor: En el primer libro referente a la historia de Ba­bilonia, Beroso declara haber vivido en tiempos de Alejandro, hijo de Filipo. Menciona escritos con­servados en Babilonia y relativos a un ciclo de quince decenas de milenios. Estos escritos refe­rían la historia de los cielos y del mar, el nacimien­to de la Humanidad, así como la historia de los que detentaban los poderes soberanos. Beroso des­cribe Babilonia como un país que se extendía des­de el Tigris hasta el Éufrates y en el que abunda­ban el trigo, la cebada y el sésamo. En los lagos, se encontraban las raíces llamadas gongae, comes­tibles y equivalentes a la cebada en cuanto a valor nutritivo. También había palmeras, manzanos y la mayor parte de frutos, peces y aves que nos son conocidos. La parte de Babilonia que lindara con Arabia era árida; en la que se extendía al otro lado, había fértiles valles. En aquella época, Babi­lonia atraía a los heterogéneos pueblos de Caldea, qué vivían sin ley ni orden, como las bestias de los campos.

En el transcurso del «primer año«, apareció un animal dotado de inteligencia llamado Oanes, pro­cedente del Golfo Pérsico (referencia al relato de Apolodoro). El cuerpo del animal era parecido al de un pez. Poseía bajo su cabeza de pez una se­gunda cabeza. Tenía pies humanos, pero cola de pez. Su voz y su lenguaje eran articulados. Esta criatura hablaba con los hombres durante el día, pero no comía. Les inició en la escritura, en las ciencias y en las distintas artes. Les enseñó a cons­truir casas, a levantar templos, a practicar el de­recho y a utilizar los principios del conocimiento geométrico. Les enseñó también a distinguir los granos de la tierra y a recolectar los frutos. En una palabra, les inculcó todo lo que podía contri­buir a suavizar sus costumbres y a humanizarlos. En aquel momento, su enseñanza era hasta tal pun­to universal, que no pudo ser perfeccionada de manera sensible. Al ponerse el sol, aquella criatura se sumergía en el mar, para pasar la noche «en las profundidades». Porque era «una criatura anfibia».Después, hubo otros animales parecidos a Oanes. Beroso promete hablar de ellos cuando re­fiera la historia de los reyes.

 

Relato de Abideno: Se refiere a la sabiduría de los caldeos. Se dice que el primer rey del país fue Alorus, que afirmaba haber sido designado por Dios para ser pastor de su pueblo; reinó diez saris. Actualmente se calcula que un sari equivale a tres mil seis­cientos años terrestres; un neros, a seiscientos años, y un sosos, a sesenta años. Después de él, reinó Alapa­rus, durante tres saris. Le sucedió Amilarus, de Pantibiblon, y reinó por espacio de treinta saris. En su tiempo, una criatura parecida a Oanes, pero mitad demonio, llamado Annedotus, volvió a surgir del mar. Después, Ammenon, de Pantibiblon, que reinó durante doce saris. Le sucedió Megalarus, también de Pantibiblon, cuyo reinado fue de die­ciocho saris. A continuación, Daos, el pastor oriun­do de Pantibiblon, gobernó durante diez saris; en su época, cuatro personajes de doble cara surgie­ron del mar; se llamaban Euedocus, Eneugamus, Eneubulos y Anementus. Vino después Anodaphus, del tiempo de Euedoreschus. Y le siguieron otros reyes, el último de los cuales fue Sisithrus (Xi­suthrus). Hubo en total, diez reyes, y la duración de su reinado fue de ciento veinte saris (¡la increíble cifra de 432000 años terrestres!).
 

El versículo 3  del capiltulo VI del Genesis biblico nos dice, inequívocamente: cuando su edad, la de la Deidad era de 120 años. Ciento veinte «años», no del Hombre ni de la Tierra, sino de los poderosos, el «Pueblo de los Cohetes», los nefilim. Y su año era el shar -3.600 años terrestres. Esta interpretación no sólo aclara los desconcertantes versículos del Génesis 6, sino que también demuestra de qué modo se ajusta a la información sumeria: 120 shar 432.000 años terrestres, habían pasado entre la llegada a la Tierra de los nefilim y el Diluvio.

Relato de Apolodoro:   He aquí -dice Apolodoro- la historia tal como nos la transmitió Beroso. Éste nos dice que el pri­mer rey fue el caldeo Alorus, de Babilonia: reinó durante diez saris; después, vinieron Alaparus y Amelon, oriundos de Pantibiblon; después Anime­non de Caldea, en tiempos del cual apareció el Annedotus Musarus Oanes, procedente del Golfo Pérsico (Alejandro Polihistor, anticipando el acon­tecimiento, afirma que tuvo lugar durante el pri­mer año. En cambio, según el relato de Apolo­doro, se trata de cuarenta saris, aunque Abideno no sitúa la aparición del segundo Annedotus hasta después de veintiséis saris). Le sucedió Magalarus de Pantibiblon, quien reinó durante dieciocho sa­ris; después, vino el pastor Daonus, de Pantibi­blon, que reinó por espacio de diez saris; en su tiempo (afirma) apareció, procedente del Golfo Pérsico, el cuarto Ànnedotus, que tenía la misma forma que los anteriores, o sea un aspecto que era en parte de pez y en parte de hombre. Después, Euedoreschus, de Pantibiblon, reinó durante die­ciocho saris. Durante su reinado, apareció otro personaje, llamado Odacon. Venía, como el an­terior, del Golfo Pérsico, y tenía la misma forma complicada, mezcla de pez y de hombre. (Todos -dice Apolodoro- refirieron con detalle, según las circunstancias, lo que les enseñó Oanes. Pero Abi­deno no menciona estas apariciones.) Después, rei­nó Amempsinus de Laranchae, y, como era el oc­tavo en el orden sucesorio, gobernó durante diez saris. Después, vino Otiartes, caldeo nacido en Laranchae, que reinó durante ocho saris. Después de la muerte de Otiartes, su hijo Xi­suthrus reinó durante dieciocho saris. Fue enton­ces cuando se produjo el Gran Diluvio…

Relato ulterior de Alejandro Polihistor.   Después de la muerte de Ardates, su hijo Xisuthrus le sucedió, reinando durante dieciocho sa­ris. En esta época tuvo lugar el Gran Diluvio, cuya historia es relatada en la forma siguiente: El dios Cronos se apareció en sueños a Xisuthrus y le hizo saber que habría un diluvio el día decimo­quinto del mes de Daesia, y que la Humanidad sería destruida. Le ordenó, pues, que escribiese una historia de los orígenes, los progresos y el fin último de todas las cosas, hasta nuestros días; que enterrase estas notas en Sippara, en la Ciu­dad del Sol; que construyese un barco y se lle­vase a sus amigos y parientes. Por último, le man­dó que embarcase todo lo necesario para el man­tenimiento de la vida, que recogiese todas las es­pecies animales, tanto las que volaban como las que corrían por la tierra, y que se confiase a las profundas aguas… Al preguntarle al dios hasta donde debía ir, éste le respondió: «Hasta donde están los dioses»

En estos fragmentos se afirma claramente el origen no humano de la civilización sumeria. Una serie de criaturas extrañas se manifiesta en el curso de varias generaciones. Oanes y los otros Akpalus aparecen como «animales dotados de ra­zón>, o, mejor dicho, como seres inteligentes, de forma humanoide, provistos de casco y capara­zón, con un «cuerpo doble». Tal vez se trataba de visitantes venidos de un planeta enteramente cu­bierto por las aguas. En un cilindro asirio, vemos al Akpalu llevando unos aparatos sobre la espal­da y acompañado de un delfín. Alejandro Polihistor da fe de un repentino flo­recimiento de la civilización después del paso de Oanes, cosa que concuerda con las observaciones de la arqueología sumeria. El sumerólogo Thor­kild Jacobsen, de la Universidad de Harvard, es­cribe: "Súbitamente, cambia el panorama. La ci­vilización mesopotámica, que estaba sumida en la oscuridad, se cristaliza. La trama fundamental, el armazón en el interior del cual tenía Mesopota­mia que vivir, que formular las más profundas preguntas, que valorarse y valorar el Universo para siglos Venideros, estallaron de vida y cumplieron su fin". Cierto que, después de los trabajos de Jacobsen, se han descubierto en Mesopotamia res­tos de ciudades aún más antiguas, lo cual hace presumir una evolución más lenta. Sin embargo, persiste el misterio de los visitantes, reforzado por el estudio de los sellos cilíndricos asirios, en los que Sagan cree descifrar el Sol rodeado de nueve planetas, con dos planetas más pequeños en uno de los lados, así como otras representa­ciones de sistemas que muestran un número va­riado de planetas para cada estrella.

 

La idea de los planetas girando alrededor del Sol y las estre­llas no aparecen hasta Copérnico, aunque encon­tremos algunas especulaciones precoces de este orden entre los griegos. La particular densidad de acontecimientos inex­plicables, referidos por las leyendas del Próximo Oriente, plantea un problema. La Arqueología ha puesto al descubierto vestigios de tecnología, como el horno de reverbero de Ezeón Gober, en Israel, o el bloque de vidrio de tres toneladas enterrado cerca de Haifa. La aparición, en esta región del mundo de técnicas, de ideas nuevas, de religiones, como si se tratase del crisol de la historia huma­na, suscita la siguiente pregunta: ¿Fueron escogi­dos estos lugares por los Maestros venidos de las estrellas? ¿Cómo, y por qué?  Sagan imagina cinco orígenes posibles de los visitantes: Alfa del Cen­tauro, Epsilon del Eridano,      61 del  cisne, Epsilón del Indio y Tau de la  ballena, a quince años luz de nosotros. Y concluye: <Historias como la le­yenda de Oanes, y las figuras y textos más anti­guos concernientes a la aparición de las primeras civilizaciones terrestres (interpretados, hasta hoy, exclusivamente como mitos o desvaríos da la ima­ginación primitiva), merecerían estudios críticos más amplios que los realizados hasta la actualidad. Estos estudios no deberían rechazar una rama de investigación relativa a contactos directos con una civilización extraterrestre».

Hemos llegado, sin duda, a una fase de riqueza y de poder que empieza a permitirnos la más amplia investigación de nuestro pasado remoto. Y Platón parece dirigirse a nosotros, cuando es­cribe en Critias:   «Sin duda los nombres de estos autóctonos fue­ron salvados del olvido, mientras se oscurecía el recuerdo de su obra, como consecuencia tanto de la desaparición de los que habían recibido su tra­dición como de la longitud del tiempo transcurri­do. En efecto, siempre, después de los hundimientos y los diluvios, lo que quedaba de la especie humana sobrevivía en estado inculto, teniendo co­nocimiento únicamente de los nombres de los príncipes que habían reinado en el país, y muy poco sobre su obra. Por esto les gustaba dar es­tos nombres a sus hijos, aunque ignoraban los méritos de estos hombres del pasado y las leyes que habían promulgado, a excepción de algunas tradiciones oscuras y relativas a cada uno de ellos. Desprovistos como estaban, ellos y sus hijos, du­rante muchas generaciones, de las cosas necesa­rias para, la existencia, absorta la mente en estas cosas que les faltaban, y tomándolas como único tema de sus conversaciones, no se preocupaban con lo que había ocurrido con anterioridad, ni de los acontecimientos de un pasado remoto. En realidad, el  estudio de las leyendas, las investigaciones re­lativas a la Antigüedad, fueron dos cosas que, con el ocio, entraron simultáneamente en las ciudades, desde el momento en que éstas vieron aseguradas, por algunos años, las necesidades de la existencia; pero no antes».

Estas dos cosas que entran en nuestras ciuda­des, tal vez nos harán sensibles a una circulación entre los tiempos sumergidos y los tiempos aún por venir; tal vez nos enseñarán que nuestro enor­me esfuerzo por surcar el cielo corresponde a un afán antiquísimo y heroico de continuar la con­versación. Tal vez veremos nuestros orígenes y nuestros fines como los dos momentos de una relación con la vida y la inteligencia del Universo. Naturalmente, cuando pensamos en estas cosas, cuando buscamos las posibilidades del futuro, de­bemos tener muy presente el proverbio chino: «El que espera a un jinete debe cuidar muy bien de no confundir el ruido de las pezuñas con los lati­dos de su corazón». Pero es preciso que la espe­ranza haga latir con fuerza el corazón.

 

El autor

Manuel Sancho
Barcelonés/Español. Su vida profesional ha estado siempre vinculada al mundo de la informática, cuya evolución, desde sus inicios hasta la explosión de Internet, ha podido seguir de cerca. Tal vez como contrapunto a su actividad profesional, sus aficiones han seguido un camino distinto. Ávido lector de todo tipo de temas y aficionado a la música, ha dedicado muchos años al estudio de antiguos mitos y leyendas. Dicho estudio le ha llevado a la conclusión de que en la más remota antigüedad han existido civilizaciones muy avanzadas, de las que todavía se conservan importantes vestigios.  
Novelas y relatos escritos por el autor del blog y publicadas en Bubok :

 
 




¿Cómo podrían ellos saber detalles de Urano y Neptuno que nosotros hemos redescubierto recientemente con la misión del Voyager 2?

El dogma conocido como historia aceptada no proporciona ninguna respuesta, y ya es tiempo para irlo desechando. En ausencia de evidencia contrario, sería bueno comenzar a creer a los sumerios y lo que ellos dejaron escrito sobre los Anunnaki.

Existe otra razón del porqué se pensaba en los Anunnaki como dioses: ellos fueron nuestros creadores. Según los archivos Sumerios, los Anunnaki aterrizaron primero en la Tierra hace aproximadamente 432.000 años, en un tiempo en que la evolución de la Tierra estaba en el punto de los homínidos. Los Anunnaki vinieron a la Tierra, no para jugar a ser Dios, sino por una razón más práctica: para recolectar minerales para el uso en su planeta-hogar. La dificultad de minar pronto se hizo demasiado duro para ellos, y entonces tuvieron la idea crear un trabajador esclavo.

El gobernante de su planeta-hogar, Anu le dio la orden a su hijo Enki quien trabajaba en la misión de la Tierra como principal científico genético, crear, a través de la ingeniería genética, a un nuevo ser, el obrero- esclavo. Este ser tenía que ser lo suficientemente adelantado como para que pudiese realizar trabajos complejos, es decir, más adelantado que cualquiera de los animales disponibles, pero también menos adelantado que los propios Anunnaki, para que éstos pudieran justificar el no tratar a los nuevos seres como personas morales y poder usarlos como esclavos.

Enki



La solución de Enki fue crear un genético híbrido entre los homínidos terrestres y los mismos Anunnaki. Después de muchos experimentos fallidos, recontados en detalle en la épica Sumeria de Atra-Hasis, por fin tuvieron éxito. El resultado fue Homo Sapiens.

Los líderes Anunnaki encontraron que estos nuevos seres llenaban sus expectativas, y los pusieron a trabajar en las minas y en otras partes de sus colonias, que incluyeron la Antigua Mesopotamia. Los primeros hombres trabajaron para sus dioses. La palabra Semítica "avod " que se interpreta hoy como "el culto", literalmente significa "trabajan para." Ése fue el principio de la relación entre hombres y dioses. Los primeros hombres no rindieron culto a sus dioses, ellos trabajaron para ellos.

¿Cómo, entonces evolucionaron los humanos de una raza esclava a una civilización? Esto pasó gracias a Enki. Mientras la asignación de Anu fue crear una raza de esclavos, en su corazón, Enki quiso más. Él quiso jugar a ser Dios, y crear a un ser a su imagen y semejanza, similar a él, no sólo físicamente, sino también mental, intelectual, emocional, y espiritualmente, incluyendo todas las habilidades psíquicas. Y esto fue lo que hizo.

Los otros líderes Anunnaki estaban, al principio enfurecidos y trataron de destruir la creación de Enki. Sucedió que la última edad de hielo estaba por acabar en ese momento, y un gran diluvio barrió la Tierra. Fue un evento completamente natural, pero el líder Anunnaki Enlil decidió usarlo para librarse de la creación de Enki. Enki, sin embargo, frustró su plan salvando a un grupo de humanos guiados por uno que vino a ser conocido como Noé.

La transformación del animal-esclavo en la Persona Moral inteligente y emocional que nosotros llamamos el ser humano se activó por Enki quien concede un regalo de amor a sus criaturas. Esta casualidad se recuenta, con mucha distorsión, como de costumbre, en la Biblia. "La serpiente" ("nahash" en el hebreo original que tiene muchos otros significados) quién sedujo Adán y Eva al "pecado" fue Enki. La "fruta" que ellos "comieron" no fue una manzana, ni cualquier otra fruta física en absoluto. La palabra "la fruta" usada allí tiene un significado sexual.



Adán y Eva no comieron fruta, ellos hicieron el amor. El amor específicamente hecho, en lugar de meramente comprometido en la reproducción. Como todos sabe, la conducta sexual humana es notablemente diferente de eso de cualquier otra especie. Los animales procrean meramente, los humanos hacen el amor. Esta diferencia es el resultado de lo que Señor Enki hizo a una pareja humana ese día en el E.DIN (el nombre Sumerio original del que el Edén Bíblico fue derivado).

Precisamente como Enki predijo y planeó, concediéndoles a los humanos el hacer el amor ("sabiendo" en el lenguaje del Antiguo Cercano Oriente) a los humanos fue un disparador que abrió el potencial espiritual más alto y una de las formas psíquicas de la emoción humana más alta llamado amor. Un hombre y una mujer ya no son animales, son ahora Seres Morales dotados de la capacidad más alta por conocer y amar.

Todo esto fue gracias al Señor Enki, a su hermanastra y compañera de amor ocasional, y compañera, también en la creación del ser humano, la Científico Anunnaki de la Vida, Lady Ninmah, llamada también Mami, por los sumerios, la madre de todos los hombres. La palabra para madre es "mamá", "mami", o algo similar en cada idioma en la Tierra.

Mientras inicialmente enfureció a los otros Anunnaki, incluyendo a Enlil, eventualmente aceptaron la hazaña de Enki. Les concedieron a los humanos los elementos esenciales de civilización y les permitieron vivir lado a lado con ellos. Los humanos se repartieron en tres regiones:  Mesopotamia, Egipto y El Valle Indo.



Toda la evidencia apunta a que los dioses Anunnaki fueron vencidos y forzados fuera del plano tidemensional de la Tierra por el Dios Yahweh/Jehovah de la Judeo-cristiandad en el periodo alrededor de 2000 A.C. al 1000 DC. El problema empezó alrededor del 2200 A.C. cuando los Anunnaki estaban luchando entre ellos sobre si el hijo de Enki, Marduk conseguiría su deseo de tomar el mando sobre los asentamientos humanos de los otros dioses Anunnaki.

En ese tiempo, algo muy extraño le estaba sucediendo a un hombre de descendencia Sumeria llamado AB.RAM. Él recibió las instrucciones de algún dios de mutilar el prepucio de su miembro genital y hacer el mismo a todos los varones en su casa y todos sus descendientes.

Desafortunadamente, el único documento conocido hasta ahora que relata este evento directamente es la Biblia hebrea que  ha sido editada de una manera muy perjudicial: se atribuyeron los hechos de muchos dioses diferentes al presunto Dios, haciendo muy difícil de determinar aisladamente hoy en día realmente qué dioses hicieron a menos que hubiera otro documento aparte de la Biblia que relacione este evento, ya que todos los otros documentos antiguos son muy más claros identificando a los individuos involucrados, ya sean dioses u hombres.

Las instrucciones de la mutilación corporal hacen muy improbable el hecho de que el dios que las dio fuera uno de los Anunnaki, ya que no existe evidencia alguna de que cualquiera de los Anunnaki haya actuado alguna vez con tanta crueldad insensata.

No podría nombrar a ningún líder Anunnaki que hubiese deseado que cada hombre, generación tras generación, aun cuando no sea generalizado en la Tierra, sólo en una nación, el sufrir esa mutilación y tortura insoportable que, indudablemente dejará cicatrices para toda y lo priven para siempre de la habilidad de disfrutar el sexo plenamente.

(El prepucio del pene es el tejido erógeno primario en los hombres, y su levantamiento reduce grandemente el placer sexual para ambos compañeros, haciendo incluso en algunas ocasiones que resulte hasta doloroso tener sexo.)

La circuncisión es una atrocidad contra la humanidad y contra la naturaleza. Los varones de todas las especies en Tierra que tienen penes tienen prepucios. Está allí por una razón, y el único motivo posible para pedir su mutilación, para la cual no existe absolutamente ningún beneficio, es un deseo de causar daño, dolor y sufrimiento a las personas. El dios que dio tales instrucciones a Abram debe de haber sido uno muy malo.

La lógica sugiere que este dios era el Dios Yahweh del Judaísmo, pero hay prueba directa de esto hasta ahora. Una de las direcciones principales en mi investigación actual es determinar con certeza la identidad del institutor de la mutilación del pene hebrea, pero todavía no la he completado. En cualquier caso, la primera aparición de Yahweh en la Tierra de la que hay  certeza es en el tiempo del Éxodo biblico y la creación de Israel en 1433 A.C. Fue para entonces que la historia de humanidad fue re-escrita creando la versión falsificada de ella, y lamentablemente continúa enseñándose hasta el presente día.

 
 



Esta versión falsificada de la de historia es el libro del Génesis, y la Biblia en general. Promulga el dogma de un Dios que creó el Universo, después, el hombre fue creado (intencionalmente lo creó imperfecto puesto que requiere corrección quirúrgica de cada individuo), y luego después juzgó a la mayoría de sus criaturas como inferiores y los puso en subordinación a sus personas escogidas, la Raza Maestra judía.

Los primeros cinco libros de la Biblia, incluso Génesis, estaban compuestos por Moisés bajo la dirección de Yahweh. En su mayor parte consiste de versiones revisadas y distorsionadas de documentos históricos Sumerios mucho más exactos y detallados. La historia Bíblica de la creación de la Tierra y los cielos es una versión revisada y distorsionada del texto Sumerio que describe la formación del sistema solar tal y como era enseñada a los sumerios por los Anunnaki. La historia de la creación de Adán y Eva es una versión revisada y distorsionada la versión detallada y técnicamente exacta de cómo y porqué los Anunnaki crearon a la humanidad a través de la ingeniería genética.

En ambos, la creación de la Tierra y del sistema solar, y en la creación, mucho más tarde, de la Humanidad, el Dios Judeo-cristiano es culpable de plagio: Está tomando créditos por algo que el no hizo. Él no creó el Universo, eso fue hace alrededor de unos 15 mil millones años, mucho antes de él. El sol y los planetas del sistema solar se condensaron de una nube de gas y polvo por procesos naturales hace 4.6 mil millones años, y el Dios de la Biblia  no tuvo nada que ver en ello.

Los primeros humanos fueron creados por Lord Enki y Lady Ninti del décimo planeta del sistema solar, y no por Yahweh. La primera aparición del Dios Judeo-cristiano en la fase fue cuando él vino a la Tierra en 1433 A.C. para establecer una nación que le rendiría culto (el significado de la palabra original es "trabajar para" él), o quizás 600 años antes, cuando instituyó la bárbara práctica de mutilación del prepucio de la parte genital masculina.
 
Sin embargo, controlar a Israel solamente, no fue suficiente para Yahweh. Él quiso tomar el mando de la Tierra entera de los Anunnaki, los creadores y protectores de la humanidad, para pisotear a la indefensa humanidad hacia la esclavitud y declive. Un milenio y medio antes del nacimiento de Cristo, se lucharon largas y amargas guerras en Israel, encabezadas por Yahweh y los líderes Anunnaki del resto del antiguo Medio Oriente (Marduk de Babilonia, Ashur de Asiria, y Sin de Harran).

 


 



Los siglos de amarga guerra desgastaron y cansaron al antiguo Medio Oriente, y los Anunnaki perdieron la partida. Los griegos consiguieron ver a los Anunnaki quienes también era sus dioses, cara a cara, solamente en su mas temprana edad Homérica. Para el tiempo de los grandes filósofos griegos ya los Anunnaki se habían ido del escenario político del antiguo Medio Oriente, y los griegos retuvieron sólo memorias distorsionadas y descoloridas de sus dioses.

Forzados por Yahweh fuera del antiguo Medio Oriente, hacia dónde se fueron, entonces, los Anunnaki? Se establecieron en Europa. Se volvieron los dioses de los antiguos europeos quienes no eran bárbaros, como popularmente se ha creído, sino que fueron guiados por los Anunnaki para establecer una alta civilización.

Pero Yahweh codició también Europa , y lo consiguió, haciendo fluir ríos de sangre humana, tal como era su costumbre.  Roma fue un plan hábilmente creado. Al principio parece que existió otra cultura bajo el amparo de los Anunnaki: los dioses romanos que fueron copiados de los griegos, y los últimos eran Anunnakis. Sin embargo, existe una duda .

Mientras que la cabeza del panteón romano generalmente se piensa que fue Júpiter, un paralelo del Zeus griego, quien viene a ser la misma persona de Hittite Baal y el Shamash Semítico, el comandante de funcionamientos espaciales de los Anunnaki, la cabeza del panteón romano también era conocido como Júpiter, la sugerencia que nos da Sitchin es muy creíble, de que Júpiter es un juego de palabras significando Jehovah, el nombre en latín para Yahweh.

Si la cabeza del supuestamente panteón pagano (es decir, de guía Anunnaki) romano era realmente Yawheh disfrazado, muchos misterios se vuelven menos misteriosos. El papel histórico de Roma se pone más claro, transformando al Judaísmo en Cristianismo, extendiendo así el poder de Yahweh desde Palestina hasta Europa. La iglesia sostiene la versión falsificada de la historia mundial, conocida como la Biblia hebrea y la renombró el Antiguo Testamento. La verdadera historia, así como todas las otras ciencias, fueron suprimidas de la manera más atroz, quemando la Biblioteca de Alejandría y torturando y matando a todos sus estudiosos. Y, de nuevo, había algo real, y no meramente una fuerza imaginaria, detrás de todos estos eventos.

¿Cómo pudo San Pablo, él solo, someter a casi toda Europa y al mundo civilizado de ese entonces, a esta dogmática religión?



 


 


¿Cómo pudo un solo e insignificante grupo de personas, como lo eran los primeros Cristianos, llegar a darle a la iglesia tanto poder en la edad media? .... Solamente hay una explicación: que fue Yahweh quien tomó el mundo.

Esta hipótesis se apoya en una sangrienta evidencia. En cada lugar en donde estaba teniendo lugar la conversión a la Cristiandad, se podía ver todo siempre de esta misma manera: un ejército de fanáticos cristianos matando gente en masa, incendiando ciudades y pueblos, siendo siempre el mismo adversario: "los paganos", es decir, los seguidores fieles de los Anunnaki.

Ahora sabemos que los dioses paganos no eran mitos, sino que visitantes de carne y hueso de otro planeta, quienes crearon a la humanidad. Y si bien a veces molestaban seriamente, generalmente eran nuestros bienhechores. Se pone claro, entonces, que los blancos reales de la celosa destrucción cristiana no eran los "creyentes" en los dioses paganos (seguidores sería la palabra correcta, ya que no se puede hablar seriamente sobre creer o no creer en la existencia de alguien a quien se le puede dar un apretón de manos), sino que los propios dioses.

También está claro que una chusma de fanáticos armados con arcos, flechas y lanzas, no podrían haber representado una seria amenaza para viajeros espaciales que poseían cohetes, rayos láser, y maquinaria pesada. Por consiguiente, de nuevo se vuelve creíble que la iglesia cristiana fue ayudada por el Dios Judeo-cristiano en sus despreciables actos.

Esto vierte mucha luz acerca de quién debió ser este Dios. El veredicto está claro: Dios es el más grande delincuente que este planeta ha visto alguna vez, una gran fuerza cósmica apoyada en la destrucción y decaimiento que propone un grave peligro a la humanidad.  Y lo que es el más ominoso es que en estos momentos lleva la delantera, y el mundo entero está ahora sumergido bajo su oscura nube.

Para tener el dominio mundial, no es suficiente controlar sólo una parte del mundo, aunque sea una parte importante. Uno debe controlar el mundo entero. No es suficiente para Yahweh controlar Europa e Israel a través de la Judeo-cristiandad, sino que también necesita controlar el Medio y Cercano Oriente a través de Islam. Tomó provecho de la situación.

Después de que los Anunnaki dejaron el Cercano y Medio Oriente, las personas que vivían allí continuaron rindiéndoles culto. El jefe de ellos en ciertas tierras era Sin/El el aka Alá el comandante anunnaki de la  base lunar. Y así, las cartas se jugaron hacia las manos de Yahweh: él simplemente asumió la identidad de Alá, y envió a Mahoma para crear una nueva religión en la cual Alá se volvió otro Yahweh.

El verdadero Nannar/Sin/El/Allah no andaba cerca para protestar el robo de su identidad. El cronometraje confirma la hipótesis: todo esto estaba sucediendo exactamente al mismo momento que Europa y Rusia caían en el oscurantismo de la Cristiandad.

¿Qué evidencia existen de que Nannar/Sin/El/Allah está actualmente en la luna con su compañía entera?

Además de la evidencia general para una base activa no-humana en la luna, se rumora ampliamente en ciertos círculos que los astronautas americanos no fueron muy bienvenidos por los operadores de esta base. Simplemente, los yanquis fueron informados de que no eran bienvenidos en la luna y que debían regresar de donde llegaron. Como resultado de esto, el programa de la luna fue apresuradamente abandonado, y los soviéticos nunca fueron allí, no porque ellos no pudieran, sino porque ellos ya sabían de esto.

 

 

fuente http://arucasblog.blogspot.com/2010/02/los-anunnaki-y-el-origen-del-hombre-1.html



Si la base de la luna está bajo comando Anunnaki como sospecho, su falta de hospitalidad hacia los embajadores del Tío Sam es bastante comprensible. El imperialismo americano actual, odiado por el resto del mundo, está etiquetada como "conspiración judía" por muchos, y que es casi ciertamente un tentáculo de Yahweh.

La meta a la que sirve es la meta de Yahweh: la destrucción de humanidad a través de la esclavitud y el deterioro de las cualidades que nos hacen humanos, las cualidades que Señor Enki nos dio al hacernos Seres Morales.

Yahweh realmente debe de estar muy agradecido con el sistema americano, ya que ha elevado su sucio trabajo a nuevas alturas con sofisticadas técnicas como son las mutilaciones de pechos y mutilaciones gastrointestinales y químicas. Y la estadística en la tasa de circuncisión y el nivel de influencia Judeo-cristiana en la vida cotidiana en el EE.UU. y el resto del mundo Occidental nos revelan mucho.














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