HORIZONTES DE REDES NOOSFERICAS

Nada de lo aquí escrito nos pertenece.Si hubiese alguna pertenencia,sería el lazo noetico con el cual se han atado tantas bellas flores de conocimiento que son ofrecidas a la humanidad como un ramillete de noologias...... TOD@ TEXTO/ILUSTRACION ES USAD@ CON FINES DE DIFUNDIR VISIONES SOBRE NUESTRO UNIVERSO Y SUS PENSADORES. SI ALGUIEN SE SIENTE AFECTAD@ POR ELLO, CON SUMA DILIGENCIA RETIRAMOS DE ESTE PORTAL SU APORTE SOBRE EL PARTICULAR EN RAZON DE SU SOLICITUD PERSONAL EN LA EXPLICITUD ESCRITA Y DIRECCIONADA DE SU AFECTACIÓN

sábado, 6 de septiembre de 2008

EDUCACIÓN Y PARADIGMA DE LA COMPLEJIDAD

NOOSFERA SIGLO XXI

Una mirada sobre la complejidad Texto íntegro de la conferencia pronunciada por María Novo en la primera sesión del Ciclo, desarrollada el 25 de abril de 2008.
Me siento muy honrada de que me hayan invitado a dar esta primera conferencia. Creo que el proceso que vamos a vivir es de ir descubriendo entre todos un cambio de paradigma y quería decirles que, cuando cambia un paradigma, lo que cambia no son las respuestas, lo que cambia son las preguntas. Por tanto, es posible que, después de un año, cuando terminemos, no tengamos muchísimas respuestas, pero lo que es seguro es que tendremos muchísimas preguntas nuevas y de un orden distinto a las que tenemos en este momento y creo que eso ya merecerá la pena.

Se nos ha enseñado, quizá demasiado, que todo el conocimiento gira en torno a la racionalidad. Y, siendo eso verdad en parte, creo que estamos descubriendo que tenemos que practicar en la educación una razón informada por los sentimientos, porque son esos dos mundos –el racional y el emocional- los que permiten de verdad explicar al ser humano en toda su complejidad.

Nos espera un año que es como una aventura. Yo, por lo menos, lo voy a vivir así, Hoy me toca estar aquí, pero el resto del tiempo estaré sentada ahí escuchando y aprendiendo. Y esta aventura evidentemente es la aventura del conocimiento. Algunas personas estamos enamorados en la aventura del conocimiento. Más bien pienso que todos los que estamos aquí un viernes a esta hora de alguna manera estamos enamorados de ella.

Me gustaron mucho las palabras de Lina que recogía Yolanda, cuando dicen: “el hecho educativo es, ante todo, un acto de amor”. Estoy de acuerdo, el conocimiento no puede ser un fenómeno descarnado; no se puede confundir la teoría con la realidad viva; a la realidad viva sólo se accede por un acto de amor. Así que también vamos a tener que poner bastante amor en entender y en trasladar lo que aquí vayamos construyendo a nuestra práctica diaria.

Finalmente, quería saludarles con palabras de algunos de mis maestros: por un lado, de Edgar Morin, de cuyo pensamiento he bebido y sigo aprendiendo. Él nos enseñó que el pensamiento vive a la temperatura de su autodestrucción, que los principios y los valores necesitan “temblar” para no quedarse muertos. Por otro, de Federico Mayor Zaragoza, al que considero un maestro cercano y extraordinario. Él nos recuerda que “el riesgo sin conocimiento es peligroso, pero el conocimiento sin riesgo es inútil”. Estoy convencida de que aquí vamos a hacer un proceso de conocimiento con riesgo, con todo lo que eso comporta y por tanto espero que sea muy útil.

Muchas gracias.

Entonces comenzamos.

Paradigma en construcción

Antes de comenzar, quiero decirles que el atrevimiento para dar una charla como esta no quiere decir que yo lo sepa todo acerca de la complejidad. El paradigma de complejidad está en construcción y quienes llevamos años asomándonos a él tenemos muchos déficits y muchas cosas por construir. Por tanto, entiendan mi ponencia como una invitación a que todos aquellos que tengan algo que aportar lo hagan en el coloquio, porque de lo que se trata es de que vivamos un proceso de construcción colectiva de conocimiento, y así entiendo yo mi participación…

Querría comenzar comentando que vivimos en medio de una crisis, que es una crisis ambiental (ecológica y social) pero también es cultural, es económica, e incluso alcanza lo personal. De hecho, la llevamos todos inscrita en el corazón. Y esta crisis nace en un momento histórico, en un contexto cultural que es el de la Modernidad, una Modernidad que surge hacia el siglo XVII. Y estamos intentando salir de algunos de los excesos, de los defectos de esa Modernidad, de manera que el nuevo milenio se nos aparece por un lado como un reto, el reto de cambiar; y por otro lado como un desafío también que es el de ser capaces de replantear nuestras visiones y pautas de vida sobre el planeta.

Reformular nuestras visiones sobre el mundo es urgente, porque no vamos a salir de la crisis con el mismo modelo que nos ha traído a ella. Y eso significa, por de pronto, situarnos en la raíz del pensamiento educativo, porque solamente podemos educar desde aquello en lo que creemos, desde principios éticos y teorías que organizan nuestro pensamiento y nuestras actitudes ante el mundo.

Así que yo creo que nos interesa mucho descubrir y asumir cuáles han sido los errores del mundo moderno, cuáles han sido sus excesos y también cuáles han sido los criterios científicos, culturales, económicos que han imperado en esta Modernidad que hoy vivimos como una Modernidad tardía, pero también como un momento en el que queremos salir de la crisis. También necesitamos, como les decía, ir vislumbrando teorías y propuestas que nos ayuden a salir de la crisis.

Esta crisis es también, por tanto, una crisis de conocimiento. Es una crisis epistemológica que nos plantea nuevas preguntas, por ejemplo, cómo conocemos, cuándo creemos conocer científicamente o cómo trasmitimos ese conocimiento, cómo ayudamos a construir conocimiento. Y también nos plantea preguntas acerca de cómo vinculamos lo científico con lo ético para iluminar esas respuestas que tienen que ser respuestas humanas, complejas ante los retos de este momento histórico.

Por tanto, intentaré hacer un breve recorrido, en un espacio corto de tiempo, sobre la forma en que se ha ido gestando este pensamiento científico moderno, sobre el modo en que este modelo científico se ha visto reforzado por algunos criterios sociales y sobre el problema o el hecho de que ambos -los modelos sociales y los modelos científicos- se han reforzado mutuamente a lo largo de la Modernidad y han sido funcionales a un determinado tipo de economía, que es la economía liberal moderna.

Todo ello porque, en ese entramado de lo científico con lo social, con lo económico, se ha generado un paradigma, una cosmovisión, que es la occidental, moderna, la que hemos heredado; y que, en mi opinión (y esto podemos discutirlo) está en la raíz de la crisis que estamos viviendo.

Este proceso se ha dado, como les decía, en el contexto histórico de la Modernidad, alimentado por una idea de progreso lineal, que ha ignorado las realimentaciones, las sinergias, que se dan en el mundo de lo vivo. Y también por unos grandes metarrelatos que han funcionado como una especie de esquemas-guía para muchas generaciones; que han sido a veces metarrelatos religiosos, otras veces metarelatos políticos, ideológicos, etc.

Discurso del Método

Comenzaré situándome en 1637, en el momento en que Descartes publica el Discurso del Método. Porque, en ese momento, Descartes se propone encontrar algo único y general que pueda ser afirmado con contundencia, y lo encuentra en el cogito, en el cogito ergo sum (pienso, luego existo).

¿Por qué elijo ese momento? Porque esa división cartesiana entre el pensamiento, el ser pensante, y el mundo físico, es la que inaugura un aspecto importantísimo de la visión moderna del mundo que es la visión dual de la realidad. Esa mirada dual que escinde la mente del cuerpo, que separa la persona de la naturaleza, que coloca en mundos distintos a la razón y a los sentimientos…

Y, al tiempo que Descartes impulsa la filosofía y la ciencia por el camino de la razón, Francis Bacon también encamina al pensamiento por la ruta de le experiencia. Bacon se propone ver el mundo sin deformaciones, ver la realidad sujetándola a los hechos, de modo que se puedan obtener leyes generales aplicables en todo tiempo y lugar. Con lo cual Bacon reduce el conocimiento al método de las ciencias naturales, a la observación, al cálculo, al experimento. Y hay algo además muy importante en el pensamiento de Bacon y es el que conocimiento le interesa a Bacon por el carácter activo de este conocimiento. Él dice: “Todo conocimiento es poder y a la naturaleza sólo se la puede dominar comprendiéndola”´. Esta frase me ha he encontrado yo todavía en muchas tesis doctorales en las que esa palabra tan dura, dominación, parece que pasaba desapercibida.

El auge de las tesis de Descartes y de Bacon es importante porque, aunque diferían en algunos puntos realmente no llegó a haber un choque fuerte entre racionalismo y empirismo y ambos conducirían a la sobrevaloración de los procesos mentales, los procesos racionales, los procesos científicos, sobre cualquier otro proceso que intente dar cuenta de la realidad. Y ahí quedan apartados de la historia el conocimiento tácito, conocimiento que construimos de otra manera no científica pero que lo construimos desde que nacemos, cuando aprendemos a andar, a caminar, a hablar, a movernos. Una forma de conocimiento sobre la que podríamos hablar en el coloquio, si quieren, más despacio.

Ahí quedan excluidos también los saberes femeninos, que circulan a lo largo de la historia de una manera casi subterránea. Quedan excluidas también las culturas originarias, esa sabiduría que hay en las culturas originarias porque no se sujetan al método de la investigación, el cálculo, la demostración y la experiencia, pero que han logrado, durante siglos, sobrevivir en medios a veces muy hostiles y crear formas de convivencia y cultura entre sus miembros.

Este afianzamiento de la visión dual de un mundo de objetos y de sujetos separados se produce en la Europa que está iniciando la Modernidad. Y Europa, en ese giro que hace desde el pensamiento del Renacimiento, “descubre” entonces que el asunto es hacer y no ser. Lo que empieza a importar en la Modernidad es construir caminos, construir puentes, dominar a la naturaleza. El asunto es ése, el asunto comienza a ser hacer… Fíjense que hoy podríamos decir que en nuestras sociedades el asunto es producir. En realidad es todavía una derivación de ese principio moderno del hacer.

Y esta posición se refuerza con criterios basados en la superioridad moral del hombre respecto de la naturaleza (y digo “del hombre”, no digo “del ser humano”...) Porque la Modernidad se plantea como un periodo de ausencia de nexos morales entre el ser humano y el resto del mundo vivo. Eso se resuelve mediante la idea de dominación; la idea de dominar a la naturaleza es fundamental en este periodo. Junto a ella, los criterios utilitaristas: dominar a la naturaleza para nuestro servicio. Y todo ello se ve reforzado por una gran tecnociencia, incipiente al principio, en el siglo XVII pero que se va desarrollando muy rápidamente y que busca conocer las leyes de la naturaleza precisamente para someterla a nuestros intereses.

Este modelo rompe con algo que estaba muy presente en el modelo anterior. Hay un salto. A veces, algunos filósofos se preguntan qué habría pasado si en vez de triunfar Descartes hubiera triunfado Montaigne, por ejemplo. Este modelo estaba presente en Montaigne, se podía encontrar en muchos filósofos anteriores: gravita sobre la valoración de lo particular, la valoración del sujeto y la valoración del contexto. La Modernidad rompe con eso. La Modernidad busca teorías generales, busca una matemática general universal que describa el mundo y promueve la interrogación directa a la naturaleza a través del experimento.

Otra figura capital en la construcción de este modelo es Isaac Newton. Él, como ustedes saben, explica el movimiento de los cuerpos celestes y demuestra que obedecen a unas mismas leyes, leyes inmutables, leyes universales (que es lo que busca la Modernidad). Y, de la mano del pensamiento newtoniano, se comienza a comprender el mundo como un gran máquina, una máquina de materia en movimiento que obedece a leyes matemáticas. Y esto se extiende también a la contemplación de la naturaleza, de manera que la naturaleza comienza a ser vista como lo haría un relojero, como un mecanismo de precisión en el cual es posible quitar una pieza y sustituirla, como podríamos hacer en un reloj, sin que suceda nada. Esta visión es también una de las responsables de la catástrofe ambiental que vivimos en este momento (justamente porque ignora las interacciones, los mecanismos de feed-back, los efectos de umbral…)

Metarrelato científico

De manera que en estos siglos, XVII, XVIII y XIX, se va construyendo un gran metarrelato científico, el de la Modernidad, que se va a prolongar, que va a llegar hasta nuestros días, hasta esta Modernidad tardía que vivimos y cuyas bases esenciales son, a mi modo de ver, las siguientes:

-- En primer lugar, la pretensión de que el conocimiento puede ser una representación fiel de la realidad. Eso está en toda la ciencia moderna.

-- En segundo lugar, la posibilidad de que se pueda objetivar absolutamente ese conocimiento, es decir, que se puede establecer una separación total entre el observador (el investigador) y el objeto que investiga. Precisamente por eso se habla de la objetivación total.

-- También forma parte de este paradigma una visión matemática de la naturaleza que va haciendo que poco a poco se practique una reducción de toda cualidad a cantidad. Lo que empieza a importar ya no es lo cualitativo sino lo cuantitativo, y está claro adonde hemos llegado de la mano de ese modelo.

-- La ciencia, en este modelo, se centra en la idea de orden: es una ciencia determinista que intenta explicar los fenómenos ordenados y formular leyes que teóricamente se tienen que cumplir en cualquier tiempo y en cualquier lugar de forma idéntica. Y trabaja sobre relaciones lineales de causa-efecto.

-- Consecuentemente, este modelo elimina del mundo todo lo no le es funcional. Elimina lo caótico, lo confuso, lo complejo…; es decir, elimina lo vivo.

-- La que se ha llamado concepción mecanicista del mundo entiende, por tanto, que todo lo que existe puede ser asimilado a una máquina, desde un reduccionismo que consiste en fragmentar la realidad en partes para su estudio, ignorando las interdependencias entre las partes, que es tanto como ignorar su complejidad. (Y no estoy diciendo que la tarea de la fragmentación no sea necesaria, como primer paso, en muchos casos, sino que la tecnociencia moderna no practica el segundo paso de la reconstrucción del todo fragmentando).

-- Bajo estos supuestos, se deja de un lado la irreversibilidad de los procesos que se dan en el mundo de lo vivo, que son procesos termodinámicos y que sin embargo se tratan como si fueran procesos reversibles. Fíjense en esto, por ejemplo, en la destrucción ambiental. Se pretende resolver los problemas diciendo “el que contamina paga” (como si cualquier contaminación pudiera ser reversible, se pudiera pagar y se pudiera reconstituir la naturaleza a su estado primigenio) cuando sabemos de sobra que muchos de los impactos que se producen sobre la naturaleza son absolutamente irreversibles. y ahí tienen ustedes el cambio climático, a ver con qué dinero se puede revertir el cambio climático que nosotros mismos hemos generado.

Llegados a este punto, seguramente ustedes estarán pensando: pero, pese a todo, esta ciencia nos ha resulto muchos problemas. Y es verdad. Es verdad que nos ha permitido hacer puentes, construir trenes, tener vacunas; nos ha permitido avanzar en las comunicaciones y tener medicinas. Cómo no. Yo les diré que sí, que este modelo ha tenido muchos efectos positivos.

El problema de la Modernidad

Entonces, ¿cuál es el problema de la Modernidad? ¿por qué estoy hablándoles de este modelo? Pues porque estas ideas, que habían nacido para resolver problemas concretos (para eso, para construir un edificio o fabricar un aparato, se extendieron más allá de su ámbito de validez, que era ése, y se convirtieron en una gran cosmovisión occidental que invadió territorios que ya no le eran propios. Invadió procesos sociales, procesos económicos, procesos éticos, políticos…, y se quiso convertir, y de hecho se convirtió, en un gran paradigma explicativo del mundo.

Ése es el error o el exceso, a mi modo de ver, del modelo científico moderno: que lo que servía para un reducido ámbito de validez pretendió constituirse en una gran cosmovisión.

¿Y cómo fue esto posible? Pues porque sus ideas centrales eran muy buenas, muy funcionales, para los intereses del naciente liberalismo económico y para los poderes dominantes. Fíjense por ejemplo en las idea de orden y de jerarquía. Vean cuán funcionales son para este liberalismo económico.

En este traslado de cuestiones, de principios de un campo a otro, un pensador importante es, también, John Locke. Él defiende que todo conocimiento se adquiere a través de la experiencia; con sus planteamientos se elimina lo invisible, tan importante en la vida; se eliminan las variables ocultas, se elimina lo que existe pero no se ve (casi siempre lo más complejo) y se van dejando de lado los aspectos incuantificables de la vida, que es tanto como dejar una parte muy importante de lo humano.

Lo fundamental comienza a ser garantizar a las personas y a las empresas la libertad para desenvolverse sin obstáculos en sus relaciones con la naturaleza, en sus relaciones con otros seres humanos. Esa es la base del pensamiento liberal moderno. Esa libertad que luego se convertirá, de facto, en la libertad de comprar y vender, que es la que hoy más endiosada está en nuestros días. Sin embargo se desarrolla muy rápidamente dejando de lado a sus “hermanas”: la igualdad y la fraternidad.

Locke convierte la moral, la ética en sociología, dando un paso importante hacia el utilitarismo. Él dice: “La negación de la naturales es el camino de la felicidad. La tierra abandonada a la naturaleza se llama, y en verdad lo es, baldía”. Estos son los mimbres con los que hemos construido toda la crisis ambiental que hoy estamos viviendo.

Otro de los constructores de la Modernidad, Adam Smith, asume al igual que Locke la visión mecanicista del mundo y se plantea el reto de trasladarla al campo económico. En sus ideas clave está la actividad humana, el trabajo como fuente de toda riqueza; pero hay un gran olvido del valor de los bienes naturales, que son irrepetibles y que son irremplazables.

La idea de la regulación espontánea del mercado, de que gobernar mejor es gobernar menos, también es una idea que puede reconocerse hoy en nuestros ideas. Esa idea de no intervenir, de dejar que la oferta y la demanda, el comercio y la libre competencia sean los motores de la actividad económica. Eso también nos ha traído a algunos problemas importantes en el campo social como son las grandes brechas entre el Norte y el Sur del planeta, los desequilibrios entre países y sectores ricos y pobres.

Adam Smith elimina de sus teorías cualquier consideración moral, como lo había hecho antes Locke al tratar de las relaciones sociales, y lo que se va dando en todo este movimiento de conformación de la Modernidad es un reforzamiento de una determinada moral que es la moral del beneficio propio y la moral del dominio, sobre la naturaleza y también de Occidente sobre el resto del mundo. En la Modernidad es cuando Occidente descubre que el modelo de hombre blanco occidental es el modelo que debe seguir toda la humanidad.

Hay un reduccionismo ético, porque de la falta de visión de las interdependencias en el mundo de lo vivo se pasa también a una falta de visión de las interdependencias morales, y la naturaleza y el resto de la humanidad comienzan a ser vistos por Europa y por Occidente como algo a controlar. Esta idea de control se introduce en el campo ético. Fíjense por ejemplo en el eufemismo de decir “países en vías de desarrollo”. En realidad es una expresión de esta idea de control, es tanto como decir “países que todavía no se han incorporado a nuestro modelo, que es el único posible”.

El siglo XVIII, el siglo de las luces, amplía la constitución del pensamiento moderno con la fe en el progreso que se producirá a través de la luz de la razón. Y esto tiene mucho de positivo, porque es el momento en el que el conocimiento se emancipa del poder eclesial y de la emergencia de una gran libertad intelectual. Pero también tiene mucho de problemático porque la Ilustración rechazó un tipo de religión pero los ideales de la Ilustración terminaron convirtiéndose en otra especie de religión y la ciencia moderna en su principal instrumento.

Convencida de la universidad de sus postulados la Ilustración declara la guerra al particularismo de las creencias locales. Es otro momento importante en la Modernidad en el que lo local vuelve a ser desvalorizado. La Ilustración expulsa fuera todo lo que no es funcional a la razón: los sentimientos, los saberes construidos no científicamente; el sujeto complejo, contradictorio; el contexto que genera incertidumbre.

Paradigma y desprecio

Y de este modo, de la mano de modelos sociales y económicos para los cuales es muy funcional, la ciencia moderna se va constituyendo, como los decía antes, como un paradigma explicativo del mundo a base de ignorar y de despreciar algunas ideas. Por ejemplo de ignorar la complejidad de los sistemas ecológicos y sociales y de los sistemas humanos, de ignorar la irreversibilidad de los procesos que se dan en el mundo de lo vivo, que, como les decía, son procesos termodinámicos que tienen un incremento de entropía, etc. De ignorar las interdependencias entre todo lo existente, las relaciones. Y de ignorar al sujeto, el sujeto que es observador, que es investigador, que condiciona el experimento y a veces incluso lo determinada, pero que también además es el responsable moral, es el que tiene que establecer nexos morales con el mundo no vivo.

Se elimina también el contexto. Hay una gran confusión en todo este modelo entre el mapa y el territorio, como si los”mapas” que trazamos de la realidad (las teorías, las leyes científicas…) fueran exactamente la reproducción del territorio, que es mucho más complejo, que tiene variables ocultas que no están en los mapas. Aparece esa idea, esa ilusión de que cartografiar la realidad es representarla fielmente. Se olvida que cartografiar la realidad no significa representarla fielmente. Y se olvida también el tiempo.

De manera que constituida en esta gran cosmovisión, la ciencia, que ahora se extiende a la ciencia económica, supone una apuesta decidida por el racionalismo; por los excesos de la razón (no por el raciocinio sino por el racionalismo). Por el empirismo, por los excesos de la prueba experimental en detrimento de otras formas de conocimiento. Por la idea de orden como principio organizador de la naturaleza y de nuestras sociedades. Y todo ello, a través de la imprenta, va pasando a los libros, a las escuelas, a las universidades…, a todos los ámbitos, también al ámbito de las ciencias sociales y de las ciencias humanas. Y va echando por tierra algunos de los supuestos básicos del saber renacentista como era la identificación de la persona con la naturaleza, como era la valoración humanística de las trayectorias diferenciadas, de lo particular, de lo local. Todo esto va quedando desvalorizado.

De modo que, si para el individuo renacentista el saber era un medio para acceder al dominio de sí mismo, para crear obras bellas, para alcanzar la verdad, para fundirse con la naturaleza, para la plenitud personal…, ahora, en la Modernidad, el conocimiento se concibe de manera bien distinta, como un modelo determinista, utilitarista, de principios generales, inconciliable con toda consideración subjetiva. Por tanto inconciliable, fíjense, con toda consideración de índole moral porque la moral es subjetiva, se maneja la idea de una ciencia neutral. Esto ha sido peligrosísimo, Hiroshima y Nagasaki están detrás de la idea de una ciencia neutral.

La pregunta fundamental en estos momentos deja de ser la gran pregunta del mundo renacentista: ¿esto es bueno?; y comienza a ser la pregunta de la Modernidad: ¿esto funciona? Es el fracaso de la ciencia como sistema de comprensión que, sin embargo, está contrarrestado por su éxito como sistema de manipulación.

De manera que, de la mano de la tecnociencia moderna, y con la confianza en un progreso indefinido, vamos comenzando a identificar el consumo con el bienestar y se va llegando a la falsa suposición que hoy domina en nuestras sociedades de que el crecimiento económico siempre produce desarrollo. Lo que convirtió a este paradigma en dañino para la naturaleza y para la vida humana y social, aunque, insisto, ha tenido grandes aciertos. Pero mi tarea hoy es explicarles los fracasos y los excesos porque es lo que nos va a ayudar a entender por qué necesitamos cambiar. Pues lo que convirtió a este modelo, a este paradigma en algo dañino fueron precisamente sus excesos. Yo creo que no hay peor maldición que ignorar los límites y este modelo ha ignorado cuales eran sus ámbitos de validez, cuáles eran sus límites; seguramente como decía porque fue muy funcional a los modelos económicos.

Por fortuna la ciencia, que es una aventura maravillosa, tiene mecanismos autocorrectores, tiene un principio en su seno que es el principio de falsación, que hace que cuando unas teorías tropiezan con la realidad o tropiezan con otras teorías que explican mejor el mundo, esas teorías antiguas tengan que retroceder. Y esto le permite a la ciencia cambiar y evolucionarse e ir, paso a paso, de la mano de nuevos hallazgos científicos, dando saltos a veces de gigante.

Ese salto se produce en la ciencia a partir de los inicios del siglo XX, de la mano de Poincaré, de Max Planck, de la mano de Einstein…y de otros científicos significativos como Niels Bohr, Heisenberg, Schrödinger…

Probabilidades y certezas

A lo largo del siglo XX, se produce un salto importantísimo, se sientan las bases de la mecánica cuántica, se inicia un recorrido revolucionario y sugestivo en la física, una nueva física. Y esto comienza a abrir unas perspectivas, antes no contempladas por el viejo modelo científico, de una ciencia que se dispone a trabajar con el azar y la incertidumbre. De una ciencia que hace un ejercicio de humildad y comienza a trabajar más en términos de probabilidades que de certezas.

Fíjense, el principio de incertidumbre de Heisenberg (que realmente él lo planteó como principio de indeterminación, aquí hay luego una mala traducción al inglés…) nos plantea la imposibilidad de medir a un mismo tiempo la velocidad y la posición de un electrón y con eso nos está mostrando también como esa dualidad (el hecho de que ese electrón pueda comportarse como onda o como partícula) se relaciona con el experimentador, está condicionada por él. El principio de incertidumbre de Heisenberg realmente da entrada al sujeto de nuevo en la ciencia. Más tarde, científicos como Maturana nos dirán todo lo que se ha dicho lo ha dicho un observador. También en ciencia, por supuesto.

Por tanto, este principio echa por tierra toda la pretensión de objetividad total y absoluta que estaba en el viejo modelo positivista y plantea el reconocimiento de la imposibilidad de expresar nuestros hallazgos científicos como teorías acabadas, como teorías y verdades absolutas. La ciencia comienza a aparecer como lo que es, como una ciencia conjetural, como una aventura en la que unas conjeturas se van construyendo sobre otras.

Y entonces empezamos a encontrarnos con una ciencia que ya no es determinista sino que combina determinismo e indeterminismo. Aparece la termodinámica de procesos irreversibles; nos encontramos con científicos como Ilya Prigogine, como Murray Gell-mann, Maturana, David Bohm, como Francisco Varela, René Thom… Y lo importante de este gran movimiento científico del siglo XX y de lo que llevamos del XXI, es que estos principios científicos formulados en el campo de la “ciencias duras” son muy rápidamente retraducidos al campo de las ciencias sociales y humanas por nuestro maestro Edgar Morin, por Isabel Stengers desde la filosofía, por Gregory Beteson, Ervin Lazslo, por Balandier; por muchos científicos sociales.

De manera que se está iniciando un camino nuevo, un camino altamente ilusionante al que algunos hemos llegado cuando el trayecto más importante ya estaba recorrido, pero con la ilusión de asomarnos ahí, de seguirnos sorprendiendo… Porque este movimiento se caracteriza por su apertura, por su dinamismo y también por su humildad. Hay un ejercicio de humildad en ese reconocimiento de la imposibilidad del saber absoluto.

Les citaré una frase de Richard Feynman que leí en un precioso libro suyo. Dice así: “podemos tener respuestas aproximadas y creencias posibles con diferentes grados de certeza, sobre cosas diferentes, pero no estamos absolutamente seguros de nada”. Fíjense, esta idea está en este ejercicio de humildad de un científico como Feynman. Hay otra frase que me gusta mucho de Prigogine. Él dice que estamos asomándonos a una ciencia que expresa lo que es posible y no lo que es cierto. Es otro gran ejercicio de humildad.

Por tanto, vivimos un momento ilusionante; todo el siglo XX ha sido un momento muy ilusionante por este cambio científico, por esta ciencia conjetural en la cual el conocimiento se concibe como un diálogo con la naturaleza en el que nuestras mediciones pueden estar afectadas por algo ajeno a ellas. Se acepta que el observador, o nuestros instrumentos de observación, o las condiciones del entorno pueden estar influyendo en esas mediciones y por tanto se está esbozando a todo lo largo del siglo XX una ciencia que ya no sólo habla de leyes sino que habla de sucesos. Esto es muy importante, con el suceso volvemos a recuperar en cierta manera aquella idea de lo particular y lo local que habíamos perdido.

De manera que, frente a la vieja teoría del conocimiento como reproducción fiel de la realidad, como representación fiel de la naturaleza (esa teoría especular del conocimiento que había mantenido la Modernidad), hoy se acepta ya que el cartógrafo es un observador activo, que nuestra mente no crea sus leyes partiendo solamente de la naturaleza sino partiendo también de nuestras expectativas, de lo que creemos conocer, de nuestros esquemas previsores, de los contextos, de las influencias ambientales. Y ahí está todo el movimiento constructivista por ejemplo, que es interesantísimo, toda la escuela de Palo Alto.

El conocimiento de la realidad, entonces ya no es sencillamente reproductor, ya es creativo; y hay algo en esta ciencia que la va acercando al arte. El conocimiento, aún el científico, comienza a verse ya repleto de ejercicios de intuición, repleto de metáforas. Fíjense, el momento más importante de la construcción de una teoría científica yo creo que es el momento de la hipótesis, es cuando alguien dice: ¿y si esto fuera de otra manera, no como me han dicho siempre? Eso es lo que le pasó a Einstein y lo que le pasa a los grandes investigadores, se atrevieron a pensar: ¿y si esto fuera de otra manera?

Momento de intuición artística

Pero ese momento de planteamiento de la hipótesis, reconozcan conmigo, es un momento de intuición absolutamente artístico, es un momento de crear relaciones inéditas, de imaginar mundos posibles, de asomarse a lo improbable. Por tanto, vemos hasta dónde el arte está metido en el corazón de la ciencia. Y esta nueva ciencia lo admite y comienza a dialogar con él.

Desde este nuevo modelo científico, la noción de verdad ya no gravita esencialmente en el acto de cartografiar el mundo, sino que incluye, (comienza a incluir) las condiciones, la historia, las expectativas del cartógrafo; también el contexto y los límites del instrumental del que dispone (por ejemplo la geometría fractal no pudo ser posible hasta que dispusimos de los ordenadores, hay límites que nos vienen dados por el instrumental que no podemos traspasar…).

Vivimos, por tanto, un momento ilusionante en el plano científico, porque es también el reencuentro de esta ciencia con la filosofía, a través del concepto de interpretación. Hay aquí una apuesta hermenéutica también en la que la metáfora-guía para la noción de verdad ya no es más el hecho de captar o de cartografiar la realidad sino el hecho de habitar. Vean qué diferencia: el hecho de habitar es el hecho de conocer como acto moral; cuando uno habita algo conoce eso que habita como un acto moral, pero también como un acto poético y ahí la gran frase de Hölderlin: poéticamente habita el hombre la tierra. Esta es la ciencia que se está encontrando con el arte, la que se asoma a que habitemos poéticamente la tierra. Una ciencia que se está encontrando con la ética y con la estética.

Y esto que les comento, muchas de estas intuiciones, estaban ya en Einstein. He escogido una frase suya que me gusta mucho precisamente por esto. Einstein dice: La más bella y profunda emoción que nos es dado sentir es la sensación de lo místico, ella es la que genera toda verdadera ciencia. El hombre que desconoce esta emoción, que es incapaz de maravillarse y sentir el encanto y el asombro, está prácticamente muerto. Saber que aquello que para nosotros es impenetrable realmente existe. Esta idea del misterio, esta idea de lo impenetrable, esta idea de una realidad compleja de la que sólo podemos dar cuenta con multitud de aproximaciones, no sólo las científicas… Esta incompletitud del modelo científico está ya en Einstein. Sin embargo, hemos recorrido más de un siglo y todavía en muchas de nuestras escuelas y en muchos de nuestros institutos y universidades la ciencia se enseña como si se enseñara religión, como verdades acabadas, como verdades que tienen “la solución” para el problema de mundo.

Entonces visto este giro científico, la pregunta que podemos hacernos es: ¿qué ha hecho realmente la ciencia para dar este salto?, ¿cómo ha sido posible pasar de aquel modelo determinista a este otro modelo?, ¿qué ha hecho la ciencia?, ¿y en qué ha consistido esta revolución científica? Y yo les diría, pues la ciencia simplemente ha hecho una cosa: aceptar la complejidad. Pasar de un mundo de leyes atemporales a un mundo de sucesos en los cuales por tanto entra el tiempo, entran las historias. Estamos asistiendo, por ello, a la emergencia de una ciencia con conciencia y con consciencia de los límites. Algo que se había perdido en el mundo moderno (y que todavía hoy se practica…), esa ciencia de los no límites, cuando, por ejemplo, se expolia la naturaleza por encima de su capacidad para regenerarse.

Irreversibilidad

Estamos asistiendo a la maravilla de una ciencia que acepta la irreversibilidad de los procesos que se dan en el mundo de lo vivo. Una ciencia que combina determinismo e indeterminismo, que se abre a la aceptación de lo incompleto, de lo imperfecto, de lo caótico y que nos ayuda a entender como complementarios esos pares aparentemente antagónicos que estaban en la visión dual del mundo: la persona y la naturaleza, lo masculino y lo femenino, la mente y el cuerpo… También a entender como complementarios, y esto es muy importante, el orden y el desorden. Y una ciencia que maneja ya un nuevo concepto de frontera, no como lo que separa, no como lo que aísla dos realidades sino como esa zona intersticial en la que se da los encuentros más profundos, como lo que une realmente dos realidades.

Por eso, esta ciencia sólo se puede practicar desde los conceptos interdisciplinarios y transdisciplinarios, porque rompe las fronteras del conocimiento, porque promueve estos encuentros profundos más allá de cualquier idea de separación.

Estamos también ante una ciencia, queridos amigos y amigas, que abraza el pensamiento borroso, que nos enseña que la realidad no es de blancos y negros sino que es una amplia gama de grises en la que el adentro y el afuera están interconectados, como lo están el yo y el no yo, como lo están la persona y la naturaleza. Una ciencia que, por fortuna, no se sitúa ya frente a la naturaleza sino que nos ayuda a comprendernos como parte de la naturaleza, nos ayuda a entender que estamos en y con la naturaleza. Habermas nos dice al respecto: “En vez de una naturaleza explotada y dominada cabe buscar una naturaleza fraternal”.

Y es importante señalar que, en esta revolución, el viejo paradigma cartesiano racionalista, el modelo científico positivo no resulta destruido. No es el que el nuevo paradigma venga a destruir a ese viejo paradigma, sino que lo resitúa en su ámbito de validez. Siempre que aparece un paradigma nuevo en la ciencia generalmente lo que hace es resituar a los anteriores en su ámbito de validez. Por tanto, ese método científico sigue siendo útil para resolver problemas concretos, sigue siendo útil como les decía para fabricar aviones, ordenadores, máquinas, vacunas. Pero en la medida en que el ser humano y la naturaleza son “máquinas no triviales”, exhiben alta complejidad, este modelo es inservible para constituirse en una gran cosmovisión que dé cuenta del fenómeno de la vida humana, de la vida biológica y social porque ese es un fenómeno altamente complejo.

Todos esos cambios, el paso del modelo mecanicista a este nuevo modelo, han sido descritos muy bellamente por Popper con una parábola que él expresa diciendo que hemos pasado de los relojes a las nubes. Es el paso de un mundo mecánico, previsible, a un mundo inaprensible, a un mundo incierto.

Principio y fin de una historia

Y así hemos llegado al final de una historia y al comienzo de otra. Y esta última es la que nos pregunta: ¿qué es la complejidad, qué es la ciencia de la complejidad? Más que hablar de ciencia de la complejidad quienes trabajamos en este ámbito preferimos hablar de “teorías de la complejidad” porque este nuevo paradigma es un paradigma en construcción, el paradigma de complejidad no está completo. Cada vez que un grupo humano como este se reúne para reflexionar, cada vez que los científicos investigan, este modelo va avanzando.

Las teorías de la complejidad nos permiten ver el mundo como un organismo vivo y la sociedad como un conjunto de sistemas abiertos en los cuales la apertura es la condición de su existencia y su renovación. Pero también, y esto nos lo explica muy bien Edgar Morin, la apertura es la brecha hemorrágica por la que los sistemas experimentan su inacabamiento, por la que siempre se pierde algo, por la que en los cambios siempre hay una degradación de energía.

En este modelo de la complejidad lo importante son las relaciones, tanto las que se dan dentro del sistema -las relaciones intrasistémicas- como las que se dan entre el sistema y otros sistemas o entre el sistema y el entorno –intersistémicas-. Y se trata de un modelo no reduccionista en el que el todo ya no es la suma de las partes sino que el sistema presenta emergencias (cualidades o propiedades del mismo que no están contenidas en las partes).

Todas estas ideas, que yo ahora estoy manejando un poco rápidamente para no cansarles, piensen que vamos a tener un año para irlas desgranando, así que seguro que todos mis colegas van a volver sobre ellas, por eso no me voy a detener mucho sino simplemente las voy a enunciar.

Las teorías de la complejidad nos hablan de la unidad de lo real, que supone la reconstitución de la unión entre la mente y el cuerpo, entre la persona y la naturaleza… Nos plantean, por tanto, una visión del mundo no dual, en la que, como les decía, antes los aparentemente contrarios, antagónicos, ahora los vemos como complementarios: por ejemplo, el orden y el desorden, que se complementan en los procesos de autoorganización de lo vivo (como explicó Prigogine), en los sistemas en condiciones alejadas del equilibrio para permitir al sistema autoorganizarse, reconstituir el orden a partir del desorden.

Las visiones del mundo complejo son no deterministas, se basan en la idea de los sistemas vivos como sistemas abiertos cuyas trayectorias están condicionadas por las ligaduras del entorno, que es cambiante, de manera que cambios en el contexto producen adaptaciones en el sistema, y ahí entra en el juego el azar, la incertidumbre, la contingencia. Por tanto, las leyes, desde este modelo de complejidad, se enuncian en términos de probabilidades y las verdades científicas aparecen como verdades provisionales que nos obligan al principio de precaución. Fíjense que, desde este modelo, en el campo ambiental la aplicación del principio de precaución sería fundamental en muchísimos aspectos en los que no se hace.

¿A qué llamamos complejidad? Pues llamamos complejidad a esa unión inextricable de lo uno y lo múltiple, esa idea de la unidad en la diversidad, es la idea de la complementariedad de los aparentemente contrarios. La palabra complejo viene de complexus que significa “tejido junto” y es la idea de que hay unos constituyentes que están unidos, que están tejidos y que ese tejido es mucho más y también es mucho menos que sus constituyentes.

Por tanto, la complejidad es. desde el punto de vista epistemológico, la posibilidad de una nueva mirada. Si antes, en la Modernidad, el mundo era visto con un monóculo, ahora se nos propone una mirada poliédrica, ver todas las múltiples caras, o por lo menos todas las que nos sea posible…, todas las múltiples caras que podamos de la realidad.

Estos planteamientos tienen repercusiones éticas y repercusiones sociales. La apertura al pensamiento complejo, tal y como algunos la entendemos, es el paso de la añoranza de la homogeneización a la celebración de la diversidad. Fíjense qué hermoso vivir en un momento histórico de celebración de la diversidad.

Pero, claro, ese modelo exige entonces asociar el sujeto al objeto de conocimiento, asociarlo a su entorno, contextualizar el conocimiento, aceptar las interacciones. Por eso Edgar Morin nos dice que toda autoorganización que realiza el sujeto es en realidad auto-eco organización porque nos autoorganizamos relacionándonos con el ecosistema al que pertenecemos. Por tanto la autoorganización es también una forma de ecoorganización.

El mundo a la mano

Esta ciencia de la complejidad nos indica que debemos tomar en cuenta siempre la unión entre lo observador, la relación entre lo observador y lo observado. Hay una bellísima frase de Maturana que dice: Conocer es traer el mundo a la mano. Traer un mundo a la mano, a la mano del observador… Por tanto el conocimiento es constructivo y el sujeto condiciona, incluso a veces determina, los resultados de su observación.

Estas teorías de la complejidad significan, por supuesto, aplicar un enfoque sistémico al mundo de lo vivo, al mundo de lo social…, contemplar los objetos y los sujetos como sistemas y entender que el todo es por un lado más que la suma las partes, es una emergencia del sistema que supera las potencialidades de las partes. Pero entender también que es menos que las partes, que está sometido a límites y constreñimientos que le imponen las partes. (esto lo podemos trabajar si quieren en otro momento más despacio).

El pensamiento complejo supone también enfatizar las relaciones relaciones de causa-efecto circulares que se dan en el mundo de lo vivo. Tomar en cuenta las realimentaciones, los procesos de feed back, los bucles retroactivos en los sistemas, porque estas realimentaciones son fundamentales no sólo para interpretar en abstracto el mundo sino para interpretar en concreto nuestra crisis actual, nuestra crisis ambiental, nuestra crisis social, económica, humana…

Significa, también, atender a los efectos de umbral, a los umbrales críticos, esos lugares críticos del sistema en los que un nuevo impulso puede producir cambios bruscos, puede generar cambios cualitativos incluso.

Y supone, desde luego en el terreno del orden, que los sistemas vivos exhiben (exhibimos…) lo que se llama un orden por fluctuaciones, es decir, estamos vivos precisamente porque estamos fluctuando constantemente entre el orden y el desorden para mantener unas constantes (por ejemplo para mantener nuestra temperatura corporal del 36 grados y medio estamos constantemente haciendo ejercicios de adaptación en relación con el entorno, en relación con nuestras propias contingencias).

Y ese orden por fluctuación se relaciona con la tendencia a la homeostasis, con la tendencia al equilibrio. Yo tengo un amigo arquitecto que dice que las casas no se caen porque tienen una gran propensión a no caerse, no porque los arquitectos las hagan muy bien. Y tengo también un amigo pediatra que, desde esa misma filosofía, sostiene que los niños no se mueren porque tienen propensión a no morirse. Esta es la tendencia a la homeostasis… (espero que los ejemplos hayan ayudado a entenderla…).

En estos sistemas, en los sistemas vivos, comenzamos a darnos cuenta de que hay dos cuestiones muy importantes. Por un lado la resistencia, que es la capacidad de adaptarse al entorno, de negociar con él, incluso de cambiar el entorno o de cambiar nosotros para seguir siendo los mismos. Y la resiliencia, que es la capacidad de utilizar el sistema a nuestro favor, incluso eventos que se nos vienen en contra.

Esos dos elementos, resistencia y resiliencia son muy importantes. Confío en que, a lo largo del curso, hablaremos mucho más de ellos, porque resultan fundamentales para entender los sistemas vivos.

¿Cómo abordar entornes la interpretación del mundo desde un sistema complejo? (y voy terminando…, no quiero cansarles…). Pues creo que tenemos que atrevernos a reinventar la mirada. Necesitamos ver e integrar muchas caras de la misma realidad y tenemos que empezar a comprendernos nosotros como parte de esa realidad y a entender que el conocimiento es un viaje en el que como decía Elliot, “cuando llegamos al final descubrimos que estamos en el punto de partida”. Niels Bohn también decía: “Siempre que investigo, siempre que busco y consigo un hallazgo me doy cuenta de que ese hallazgo es el comienzo de una nueva pregunta”. Todo conocimiento nos abre a una nueva pregunta.

Pero creo que también esta interpretación del mundo desde el pensamiento complejo nos obliga (o mejor que nos obliga nos permite, con júbilo por mi parte al menos) a unir la razón con los sentimientos, a dejar lugar a la intuición, devolverle un sitio a la ética, a los valores; ser lo más objetivos posibles cuando hacemos ciencia, sabiendo que siempre seremos algo subjetivos. Y ahí, en esos grados de objetividad y subjetividad, está todo el paso desde las ciencias experimentales hasta las ciencias humanas, ideográficas; que no dejan de ser ciencias porque sean más subjetivas sino que precisamente necesitan serlo porque su objeto de conocimiento es mucho más complejo porque es el ser humano.

Necesitamos afrontar el hecho de que el punto de máxima complejidad de un sistema es el punto medio entre el orden y el desorden. Ni demasiado ordenados ni demasiado desordenados. No tenemos que negar el desorden, tenemos que aprender a negociar con él, a negociar con el conflicto, con el cambio… Qué importante es esto para el mundo educativo, que es un mundo que ha expulsado el conflicto, que lo ha demonizado en vez de trabajar con él, cuando realmente ese punto de máxima complejidad requiere una cierta cuota parte de desorden…

Aprender que lo vivo es fluctuante significa aprender que nosotros vivimos así, fluctuando. Reconocernos también como seres fluctuantes nos libera de muchas tensiones y nos hace ser un poco más amigos de nosotros mismos.

Y finalmente permítanme llamarles la atención sobre el hecho de que este nuevo modelo nos insta a celebrar la profusión de lo pequeño. En la naturaleza, la probabilidad de la presencia de un individuo en una comunidad decrece exponencialmente en razón de su masa (cuanto más grande es un individuo menos probable es que pueda estar en una comunidad estable).

La maravilla es que lo pequeño, en todos los aspectos de la vida, es lo más numeroso, es lo más resistente, es lo más resiliente, incluso en el lenguaje (fíjense que siempre tendemos a las palabras cortas…). Por tanto, hagamos una apuesta por lo pequeño, en un mundo en el que se tiende a ensalzar lo grande, en un mundo de megalomanía.

En suma, les diría la complejidad nos invita a tomar en cuenta que la mayor aportación de esta nueva ciencia ha sido precisamente, como indica Morin, el conocimiento de los límites del conocimiento. Y la mayor certidumbre que nos ha dado la ciencia del siglo XX es la imposibilidad de eliminar ciertas incertidumbres. Eso es todo lo que tenemos para caminar.

Por tanto, el cambio de mirada, la apertura, la búsqueda desde el pensamiento complejo significan conciliar la ciencia con el arte, con la ética…, la razón con la pasión…, las teorías con los sueños… Y yo les diría, y con ello termino, que se animen a avanzar por este camino, que es un camino ilusionante y que no se preocupen si descubren que no están demasiado ciertos de sus certezas. Porque no estar demasiado ciertos de nuestras certezas no quiere decir negar nuestras verdades, no quiere decir rechazar nuestras intuiciones sino estar abiertos a su superación y respetar las certezas de los otros.