"…Tomó, pues, Dios al hombre, y lo puso en el huerto del Edén, para que lo labrara y lo guardase…" (Génesis 2:15)
"…Yo he creado al genio y a la humanidad sólo para que me adoren…" (Corán 51:56)
"…Engendraré un primitivo humilde; -hombre- será su nombre. Crearé un trabajador primitivo; él se hará cargo del servicio de los dioses, para que ellos puedan estar cómodos…" (Epopeya de la Creación – antigua sumeria)
"… ¡Ya se acercan el amanecer y la aurora; hagamos al que nos sustentará y alimentará! ¿Cómo haremos para ser invocados, para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que fuésemos alabados y venerados por ellos. Así, pues, probemos a hacer unos seres obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten. Así dijeron…" (Popol Vuh – tradición maya sobre la creación del hombre)
Quiero dejar en claro 2 cosas.
"Zecharia Sitchin nacido en 1922 es un lexicologo de origen ruso.[1] Es un autor de libros populares que promueven la teoría del astronauta antiguo, el supuesto origen extraterrestre de la humanidad, la cual atribuye la creación de la cultura sumeria a los Annunaki (o Nefilim) de un hipotético planeta llamado Nibiru en el sistema solar."
La teoria Annunaki no se contrapone con la teoria de la evolucion de las especies, la teoria Annunaki explica que exclusivamente que "el ser humano" ha sido manipulado geneticamente para afectar su evolucion normal, algo que la teoria de darwing aun no logra explicar en conformidad.
Hoy en día la manipulación genética se encuentra en plena expansión, las diferentes industrias la emplean en función de las necesidades de producción, abarcando desde el control de plagas en la agricultura a la eliminación de enfermedades hereditarias de padres a hijos. Sus límites vienen determinados por la ética imperante del momento en nuestra sociedad, sobre todo, aquello que relacione la manipulación con el ser humano, como su clonación o modificación, es decir, la creación se seres humanos a la carta.
Sólo cabría preguntarnos si una civilización extraterrestre tendría la misma ética a la hora de manipular genéticamente a otra especie en pleno proceso evolutivo, para poder servirse de ella y afianzar su comodidad y prosperidad. La respuesta tendríamos que encontrarla en nosotros mismos, en las modificaciones llevadas a la práctica sobre ratones, cerdos, ovejas o monos, e incluso de una forma más oculta, sobre propios seres humanos. ¿No estamos jugando ya a ser dioses? ¿Marcaremos nosotros también en un futuro no muy lejano a especies de nuestra creación?
"La ignorancia afirma o niega rotundamente, la ciencia duda." (Voltaire)
El hecho de aceptar la hipótesis de visitas extraterrestres en un pasado lejano abre un amplio abanico de posibilidades de cómo pudieron desarrollarse los acontecimientos a su llegada. Entre esas posibilidades, podríamos destacar que en algún momento dichos visitantes pudieron interferir premeditadamente en la evolución de nuestros antepasados. Hagamos un poco de prehistoria: el primer homínido, conocido con el nombre Australopithecus (4 millones de años aproximadamente), dio lugar al Homo habilis (2,5 millones de años) el primer espécimen del género Homo, al que pertenecemos los seres humanos modernos, los Homo sapiens sapiens. En algún punto de esta evolución de cuatro millones de años, es posible que alguno de nuestros ancestros haya podido ser manipulado genéticamente para servir a los propósitos de estos antiguos viajeros.
Todos los seres humanos formamos parte sin excepción de la especie Homo sapiens sapiens, existiendo a su vez distinta familias o razas divididas inicialmente en cuatro grandes grupos: negroide, caucasoide, australoide y mongoloide, diferenciadas desde la prehistoria por diferentes motivos como podrían ser la climatología o la alimentación propicia de su área geográfica. En cualquier caso todos los genetistas inician el periplo de nuestra especie hace unos 143.000 años aproximadamente, basados en los estudios de una hembra Homo de procedencia africana, conocida popularmente como la "Eva mitocondrial". De ella descenderíamos todos los individuos de las cuatro familias o razas citadas anteriormente, como sugiere la comparación del ADN mitocondrial de distintas razas y regiones que señalan claramente que todas las secuencias de este ADN tienen la misma envoltura molecular que la "Eva" africana. Las mitocondrias son unos elementos celulares que sólo pasan de la madre a las hijas, de la misma forma que el "cromosoma Y" sólo se transmite de varón padre a varón hijo. Y he aquí un gran punto de confrontación en la comunidad científica, pues también existe un "Adán cromosoma Y" de origen africano que a pesar de que asimismo prueba de manera irrefutable que todos descendemos de él, no coincide en el tiempo con "su Eva". Para "ella" se ha estimado una antigüedad aproximada de 143.000 años, mientras que a su supuesto "Adán" se le estima su existencia hace unos 59.000 años. Mucho tiempo de diferencia sin duda para que tan singular parejita a la vez, se proclamaran como nuestros primeros abuelos.
No hay un punto de acuerdo, pero algunos investigadores como el profesor Peter Oefner de la Universidad de Stanford justifican esta contradicción de la siguiente manera:
"…Hace 59.000 años, un solo cromosoma Y empezó a predominar. Todavía podemos verlo en algunos de los actuales habitantes de Sudán y Etiopía. Todos los demás cromosomas Y que venían de los tiempos de Eva, 84.000 años antes, se acabaron perdiendo. La razón de esto podría ser la selección sexual, es decir, que las mujeres preferían sistemáticamente a un tipo de hombres que tendían a llevar el nuevo cromosoma. O quizá esos hombres tenían alguna ventaja selectiva en la caza o en la lucha…"
Dicho de otra manera, en algún momento y por razones desconocidas una mutación dotó a un tipo particular de macho de la especie Homo Sapiens, de una aureola a mitad de camino entre la sensualidad de Rodolfo Valentino y las manitas de MacGyver, que encandiló a todas las hembras hasta el punto de poner de "patitas en la calle" a los que habían sido hasta el momento sus vetustos, primitivos y peor dotados compañeros, condenándoles cruelmente a una abstinencia sexual de por vida, y demostrando hasta el día de hoy quién lleva realmente los pantalones en la cueva, perdón, digo… casa.
Si no fuera así, ¿tuvo algo que ver en ese desencuentro entre "Adán y Eva" la posibilidad que barajábamos inicialmente de una hipotética intervención extraterrestre?
Según los paleontólogos y genetistas, hace unos 70.000 años los descendientes primero de "Eva" y después de "Adán" emigraron rumbo a Asia y Oriente Medio desde las tierras de África, para posteriormente dirigirse hacia Europa y América del Norte, saltando de Siberia a Alaska, para proseguir hacia el sur y completar el dominio de todo el continente americano.
¿70.000 años es tiempo suficiente según la teoría evolucionista para conformar todas las diferencias físicas existentes entre las diferentes familias o razas de la especie Homo sapiens sapiens? ¿Cabe la posibilidad de una manipulación genética para diferenciar o acentuar determinadas características físicas y hacerlas más distinguibles las unas de las otras?
¿A imagen de quién fue Adán – el prototipo de humano moderno, homo sapiens – creado?
La Biblia afirma que los Elohim dijeron: "Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra". Pero si uno debe aceptar una explicación tentativa para los enigmáticos genes que poseen los seres humanos, ofrecida cuando el descifrado del genoma humano fue anunciado a mediados de febrero (2001), ¡la hazaña fue decidida por un grupo de bacterias!
"Humillante" fue el frecuente adjetivo usado por los equipos científicos y los medios para describir la principal conclusión - que el genoma humano contiene no los previstos 100.000 – 140.000 genes (los tramos de ADN que dirigen la producción de aminoácidos y proteínas) sino sólo unos 30.000, poco más que el doble de los 13.601 genes de la mosca de la fruta y apenas cincuenta por ciento más que los 19.098 de las lombrices intestinales.¡ Qué desmoronamiento desde el pináculo del Árbol de la Vida genético!
Por otra parte, apenas había alguna singularidad de los genes humanos. Estos son comparativos no al supuesto 95 por ciento sino a casi el 99 por ciento de los del chimpancé, y al 70 por ciento de los del ratón. Genes humanos, con las mismas funciones, fueron encontrados idénticos a los genes de otros vertebrados, así como invertebrados, plantas, hongos, e incluso levadura. Las conclusiones no sólo confirmaron que había una fuente de ADN para toda la vida sobre la Tierra, sino también permitió a los científicos rastrear el proceso evolutivo - cómo organismos más complejos se desarrollaron, genéticamente, desde los más simples, adoptando en cada etapa genes de una forma de vida inferior para crear una forma más compleja – culminando con el Homo sapiens.
El descubrimiento "devana – sesos"
Fue aquí, rastreando el registro evolutivo vertical contenido en el ser humano y los otros genomas analizados, que los científicos cayeron en un enigma. El descubrimiento "devana – sesos", como Science lo calificó, fue que el genoma humano contiene 223 genes que no tienen los requeridos predecesores en el árbol evolutivo genético.
¿Cómo obtuvo el Hombre tal grupo de enigmáticos genes?
En el proceso evolutivo desde las bacteria a los invertebrados (tales como linajes de levaduras, gusanos, moscas o hierbajo de mostaza – los cuales han sido descifrados), a vertebrados (ratones, chimpancés) y finalmente a los humanos modernos, estos 223 genes faltan por completo en la fase de los invertebrados. Por consiguiente, los científicos pueden explicar su presencia en el genoma humano por un "bastante reciente" (en escala de tiempo evolutivo) "probable traspaso horizontal desde la bacteria".
En otras palabras: En un tiempo relativamente reciente según la Evolución, los humanos modernos adquirieron una extra de 223 genes no a través de evolución gradual, no verticalmente por el Árbol de la Vida, sino horizontalmente, como una inserción lateral de material genético desde las bacterias...
Una inmensa diferencia
Ahora, a primera vista parecería que 223 genes no es nada del otro mundo. De hecho, en tanto que cada gen por sí solo hace una gran diferencia en todo individuo, 223 genes hacen una inmensa diferencia para una especie tal como la nuestra.
El genoma humano está hecho de algo más de aproximadamente tres mil millones de nucleótidos (las "letras" A-C-G-T las cuales significan las iniciales de los cuatro ácidos nucleicos que escriben toda la vida sobre la Tierra); de esos, sólo poco más del uno por ciento están agrupados en genes funcionales (cada gen consiste de miles de "letras"). La diferencia entre un individuo y otro asciende a más o menos una "letra" en mil en el "alfabeto" del ADN. La diferencia entre el Hombre y el chimpancé es menos que uno por ciento en lo que a los genes respecta; y el uno por ciento de 30.000 genes es 300..... Así, ¡223 genes es más que dos tercios de la diferencia entre usted, yo y un chimpancé!
Un análisis de las funciones de estos genes a través de las proteínas que manejan, llevado a cabo por el equipo del Public Consortium y publicado en la revista Nature, muestra que ellos incluyen no solamente proteínas involucradas en importantes funciones fisiológicas sino también psiquiátricas. Por otra parte, ellos son responsables de importantes enzimas neurológicas que provienen solamente de la parte mitocondrial del ADN – el así llamado ADN "Eva" que el género humano heredó únicamente a través de la línea materna, todo el camino de regreso a una sola "Eva". Ese descubrimiento sólo aumenta la duda con respecto a esa explicación de la "inserción bacteriana".
Una teoría poco firme
¿Cómo están seguros los científicos de que tales importantes y complejos genes, una ventaja humana tan inmensa, fueron obtenidos por nosotros – "bastante recientemente" – por cortesía de una contagiosa bacteria?.... "Éste es un salto que no sigue teorías evolutivas actuales ", dijo Steven Scherer, director de mapeo del Human Genome Sequencing Center, Baylor College of Medicine.
"No identificamos una fuente bacteriana rotundamente preferida para los genes que se suponen horizontalmente transferidos ", indica el informe en Nature. El equipo del Public Consortium, llevando a cabo una minuciosa búsqueda, encontró que unos 113 genes (de los 223) "están generalizados entre las bacterias" – aunque ellos están enteramente ausentes incluso en invertebrados. Un análisis de las proteínas con las cuales se expresan los enigmáticos genes demostró que fuera de 35 identificados, sólo diez tenían contraparte en los vertebrados (extendiéndose de vacas a roedores a peces); 25 de los 35 eran únicos a los humanos.
"No está claro si la transferencia fue desde la bacteria al ser humano o desde el humano a la bacteria", citó Science lo dicho por Robert Waterson, co-director del Washington Universitys's Genome Sequencing Center. .... Pero si el Hombre le dio esos genes a las bacterias, ¿dónde adquirió el Hombre aquellos genes para comenzar?
El rol de los Anunnaki
Los versículos bíblicos relacionados con la creación de Adán son la versión condensada de muchos textos sumerios y acadios mucho más detallados, encontrados inscritos en tablillas de arcilla, en los cuales el rol de los Elohim en el Génesis es desempeñado por los Anunnaki – "Aquellos Quienes del Cielo a la Tierra Vinieron".
Los Anunnaki vinieron a la Tierra hace unos 450.000 años desde el planeta Nibiru – un miembro de nuestro propio Sistema Solar cuya gran órbita lo trae a nuestra parte de los cielos una vez cada 3.600 años.
Se dice que la población sumeria tenía prohibido describir al anunnaki en su forma verdadera, que era la de reptil (metamórficos).
   El nombre "Anunnaki" puede significar muchas cosas diferentes (sobre la base de interpretaciones hebreas) muy ricas en significado.
* "AN" es la abreviatura de "anachnu", que significa "nosotros"
* "AN" también significa "cielo"
* "Naki" significa "limpio"
Así, el nombre puede significar "Estamos limpios" y "el cielo es limpio," limpio como en "pura". "Ki" significa "Tierra", por lo que "estamos aquí en la Tierra." "El cielo en la Tierra." "Anu está aquí en la Tierra". El "nosotros" también se entiende como una unidad colectiva, de la Fuente (Dios).
Eran altos, gigantes, (en hebreo la palabra para los gigantes es "anaceos") y también se han llamado los países nórdicos o rubias, aunque no todos ellos tenía el cabello rubio y ojos azules. Es fácil ver a sus raíces de Lira y Sirio en su apariencia. También brilló un color dorado. Su símbolo es el disco con alas, que no sólo representa a sus naves, sino también simbólico de la capacidad del espíritu para volar libre mientras que recordar que es sabio, fuente divina. Estos Anunnaki más tarde se les llamó Dios, y Nefilim (los que descendió, descendió). Sin embargo, no lo eran, el "Dios", se convirtió en la palabra que se usa en plural.
En B'raisheet (Génesis) 6:4 está escrito:
"El Señor dijo:" Mi aliento no quedará en el hombre para siempre, ya que también él es carne; dejar que los días le permitan ser ciento veinte años. "Fue entonces, y después también, que los Nefilim aparecieron en la tierra -- cuando los seres divinos cohabitaron con las hijas de los hombres, que llevaban a los hijos. Ellos fueron los héroes de la antigüedad fueron varones de renombre ".
Se cree, por algunos, que los dioses de los Nefilim eran pecadores que "se cayó de la gracia". Cayeron, bien, en sus naves espaciales. Esto también puede verse como simbólica. De la "caída" que tengan que ver con la reducción de la frecuencia de espíritu a materia física, que es más lenta y más densa. "Cayeron" también significa olvidar la verdadera fuente de donde vienen. Como formas de vida, deciden venir a la Tierra su vibración pasa por cambios de modo que puedan adaptarse a la frecuencia de la Tierra, su nuevo hogar.
Ahora bien, estos "extraterrestres", literalmente, bajó del espacio, pero la elección de las almas a encarnar en la tierra también tuvo que cambiar sus frecuencias vibratorias. Enlil fue el primero en venir a la Tierra y estuvo ahí incluso antes de que se creara la humanidad. Los textos sumerios llamados humanidad, hablan de""Black-Headed People".
Si alguien duda de la ubicación del Edén, o por qué fue elegido por los Anunnaki como un lugar, el Génesis menciona: "Entonces, antes de que hubiera lluvia, formó al hombre, del polvo de la tierra. Sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. El Señor Dios plantó un huerto en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado ...",.... y luego todas las otras formas de vida vio la luz, agua, animales, minerales. Génesis dice que el primer río en el Edén era Pisón y los vientos a través de toda la tierra de Havila, donde el oro es - el oro de aquella tierra es bueno; bedelio está ahí, y lapislázuli. El nombre del segundo río es Guijón, el que serpentea a través de toda la tierra de Kus (kis en sumerio). El nombre del tercer río es Tigris, el que va al oriente de Asiria.... Y el cuarto río es el Éufrates.
[Para más referencias bíblicas a los hijos de Anac, anaquitas, Anunnaki, Nephilim, etc, por favor, consulte la BIBLIA:
* Números: 13:22; 13:28-33;
* Dt: 1:28; 2:1 -, 9:2;
* Josué 11:21-22; 14:12; 14:15; 15:13-14;
* Jueces: 1:20.
Muchos de estos gigantes fueron el resultado de Anunnaki y de la reproducción humana, como la de Gilgamesh]
Esto es parte de la historia de la Tierra y se produjo después de que ya había vida en la Tierra, los seres homínidos. Los homínidos son claramente humanos, diferentes de los simios o chimpancés. Los Anunnaki vinieron a la Tierra (algunas de sus naves se habían estrellado en el proceso), un refugio para sí mismos, y lo encontraron rico en oro, cobre, plata y otros minerales. Consideraron que esta era su última oportunidad para la longevidad, la supervivencia y el oro era el mejor conductor de la energía que tenía muchos usos importantes. Se extrae oro por un tiempo muy largo - de cientos de miles de años por nuestras normas, porque de ellos sólo unas semanas han pasado.
El momento fue hace unos 300.000 años
Ellos vinieron aquí por la necesidad de oro, con el cual proteger su menguante atmósfera. Exhaustos y necesitados de ayuda para la extracción del oro, su jefe científico Enki propuso que usaran su conocimiento en genética para crear los Trabajadores Primitivos que precisaban. Cuando los otros líderes de los Anunnaki preguntaron: ¿Cómo puedes crear un nuevo ser? Él respondió: "El ser que necesitamos ya existe; todo lo que tenemos que hacer es poner nuestra marca en él."
Lo que él tenía en mente era mejorar genéticamente a los homínidos existentes, quienes ya estaban en la Tierra por la Evolución, añadiéndoles algunos de los genes de los más avanzados Anunnaki. Que los Anunnaki, quienes podían ya viajar por el espacio hace 450.000 años, poseían la ciencia genética (cuyo umbral hemos alcanzado ahora) es claro no sólo por los textos actuales sino también por las numerosas representaciones en las cuales la doble hélice del ADN es interpretada como Serpientes Entrelazadas (un símbolo todavía usado por la medicina):

SERPIENTES ENTRELAZADAS Y ADN
Cuando los líderes de los Anunnaki aprobaron el proyecto (según lo repetido en el bíblico "Hagamos a Adán"), Enki con la ayuda de Ninharsag, el Jefe Médico Oficial de los Anunnaki, emprendió un proceso de ingeniería genética, añadiendo y combinando genes de los Anunnaki con aquellos de los ya existentes homínidos.
Cuando, después de mucho ensayo y error impresionantemente descrito y registrado en la antigüedad, un " modelo perfecto " fue logrado, Ninharsag lo levantó en alto y gritó: "¡Mis manos lo han hecho!" Un antiguo artista describió la escena sobre un sello cilíndrico:
NINHARSAG EL JEFE MÉDICO DE LOS ANUNNAKI
Y asíes cómo nosotros hemos venido a poseer los exclusivos genes extra. Fue a imagen de los Anunnaki, no de las bacterias, que Adán y Eva fueron creados.
En realidad, el nombre de "humano" puede atribuirse a Enki (también conocido como EA). HU es una transliteración del antiguo sumerio EA (ley de Grimms de cartas intercambiables y sonidos). Isis (pronunciado Ish-Ish, que es interesante, porque en hebreo 'Ish' significa 'hombre') era la madre de Enki. Isis no era Nibiruana, era Siria, con algunas conexiones de Orión. Su padre era Anu. (Anu y su esposa oficial, Antu, tuvo un hijo llamado Enlil.).... Hu fue también Horus, por cierto, por lo tanto otra conexión a Ninhursag, también llamada Hathor. ¿Qué pasa con la Tierra? EN.KI es "señor de la tierra." En los primeros días en la Tierra, el símbolo de Enki era la media luna con una barba, antiguo dios rodeado de agua corriente. La luna creciente se refiere a la ciencia, la medición, los océanos/mareas, todas especialidades de Enki. En años posteriores, la luna creciente ha desarrollado otra asociación. En otras "mitologías" Enki es conocido como Oannes, Ptah, Quezacoatl, incluso como su propio hijo, Thoth.

Los Anunnaki (que algunos llaman los Nefilim) más tarde procreó con los seres que estaban en la Tierra en ese momento. Las almas de los que se hicieron hombres vinieron a la Tierra por su propia voluntad para tener la experiencia de lo físico. Varias civilizaciones "extraterrestres" más contribuyeron con su propia entrada en el ADN humano y ha creado muchas razas de seres humanos y otras criaturas (un par de los cuales han abandonado este planeta - como los dinosaurios). Sin embargo, estos híbridos (nuestro eslabón perdido en nuestra evolución) ayudó a los anunnaki en la minería de oro.
Como parece bastante obvio hasta el momento, los Anunnaki fueron modelistas, los creadores de arquetipos y de una parte de la plantilla para la vida humana en la Tierra. A lo largo de todas las culturas en la Tierra esta la misma historia de los dioses (aunque con nombres diferentes dependiendo de donde está), sus dones a la humanidad, sus fracasos, sus características, sus amores, sus batallas y los resultados de la guerra se registran en la literatura, el ritual, el arte, la tradición oral y la religión. La astrología es una de las ciencias principales que trajeron a la Tierra, y cada dios principal, o una diosa tenía su propia constelación. Los Anunnaki dio el conocimiento de cómo los seres humanos deben ser, cómo cuidar de sí mismos, les dio las directrices, normas, para una vida adecuada.
Y, sin embargo, a veces también eran manipuladores, y mientras la gente no molestara a los "dioses", estaban a salvo y protegidos. Después de algún tiempo, los seres humanos evolucionaron a un punto en que comenzaron a cuestionar su finalidad de vida y su futuro. Se rebelaron contra sus "creadores", los Anunnaki. El hombre quería tener el néctar de los dioses para ellos. ¿Por qué no habrían de ser capaz de tener su libre voluntad, vivir tanto como los dioses lo hacen? ¿Por qué no tener poder y riqueza como ellos, o lo que sea que sentían que les faltaba?
Y luego, la triste realidad de darse cuenta de que que no eran como "los dioses". Lean la triste historia épica de Enkidu y Gilgamesh, que desesperadamente querían ser divinos y con vida eterna, sólo para descubrir que su lado mortal ganó.
Una cuestión de extrema importancia
A no ser que otra investigación científica pueda demostrar, más allá de toda duda, que la única fuente posible de los genes extra es en efecto la bacteria, y a menos que sea entonces también resuelto que la infección ("transferencia horizontal") fue desde la bacteria al Hombre y no desde el Hombre a la bacteria, la única otra solución disponible será aquella ofrecida por los textos sumerios hace milenios.
Hasta entonces, los enigmáticos 223 genes permanecerán como una alternativa – y como una corroboración por la ciencia moderna de los Anunnaki y de sus hazañas genéticas en la Tierra.
En tanto no salga a la luz algo más sobre los Círculos del Golán, la razón más probable para que estén donde están es que se encuentran sobre una de las pocas vías de enlace que conectaban dos importantes rutas internacionales (tanto de la antigüedad como de hoy en día): la Calzada del Rey, que corre a lo largo de las colinas que hay al este del río Jordán, y el Camino del Mar, que corre por el oeste, a lo largo de las costas del mar Mediterráneo (mapa).
Las dos rutas conectaban Mesopotamia y Egipto, Asia y África, fuera para el comercio pacífico o fuera para las invasiones militares. Los enlaces entre ambas rutas venían dictados por la geografía y la topografía.
En el emplazamiento del Golán, el cruce se podía hacer por ambos lados del mar de Galilea (lago Genesaret o Kinnereth); el preferido, entonces y ahora, es el del norte, donde el puente ha conservado su antiguo nombre : El Puente de las Hijas de Jacob.
 			
 			Así pues, el emplazamiento del Golán estaba ubicado donde los  			viajeros de diferentes naciones y procedencias pudieran detenerse y  			explorar los cielos en busca de augurios, en busca de pistas  			referentes a sus Hados, quizás para reunirse en un lugar neutral  			porque era sagrado, y negociar allí declaraciones de guerra o paz. 			
Basándonos en datos bíblicos y mesopotámicos, creemos que Jacob tuvo  			que utilizar para esto el emplazamiento. 
La historia comienza dos siglos antes, en Sumer, y no comienza con  			el abuelo de Jacob, Abraham, sino con su bisabuelo, Téraj. Su nombre  			sugiere que era un sacerdote oracular (Tirhu); el gusto de la  			familia por ser conocidos como pueblo Ibri (hebreo) nos indica que  			se consideraban nippurianos (gente de la ciudad de Nippur, que en  			Sumerio se escribía NI.IBRU, «La Hermosa/Placentera Morada del  			Cruce»). 
 			Centro religioso y científico de Sumer, Nippur fue el lugar  			del DUR.AN.KI, el «Enlace Cielo-Tierra», ubicado en el recinto  			sagrado de la ciudad. Fue el punto focal para la conservación, el  			estudio y la interpretación de conocimientos astronómicos,  			calendáricos y celestiales acumulados; y el padre de Abraham, Téraj,  			fue uno de sus sacerdotes. 
Hacia el 2100 a.C, Téraj fue trasladado a  			Ur. La época es un período  			que los sumeriólogos 			conocen como Ur III , dado que fue entonces cuando Ur se convirtió,  			por tercera vez, no 			sólo en la capital de Sumer, y no sólo de una entidad política  			expandida llamada Sumer y 			Acad, sino también de un imperio virtual que floreció y se mantuvo  			unido no por la fuerza 			de las armas, sino por una cultura superior, un panteón unificado  			(lo cual se conoce como  			religión), una administración capaz y, no menos importante, un  			comercio floreciente. Ur fue 			también el centro de culto del Dios lunar Nannar (conocido  			posteriormente entre los pueblos 			semitas como Sin). 
 			El rápido desarrollo de los acontecimientos en Sumer y su mundo 			desencadenaron, en primer lugar, el traslado de Téraj a Ur y,  			después, a una distante ciudad 			llamada Jarán. Situada a orillas del Alto Eufrates y sus afluentes,  			la ciudad constituía un 			importante cruce de caminos y puesto de comercio (lo cual viene  			indicado por su nombre, que significa caravansar). Fundada por  			mercaderes Sumerios, Jarán alardeaba también de tener un gran templo  			dedicado al Dios Luna, hasta tal punto que se vio a la ciudad como  			una «Ur lejos de Ur». 
En estos traslados, Téraj llevó consigo a su familia. En la mudanza  			a Jarán se vieron implicados Abram (que es como entonces se le  			llamaba), el primogénito de Téraj; un hijo llamado Najor; las  			esposas de los dos hijos, Saray (que posteriormente se llamaría  			Sara) y Mil ká; y el nieto de Téraj, Lot, hijo del hermano de  			Abraham, Harán, que había muerto en Ur. Vivieron allí, en Jarán,  			«muchos años» según la Biblia, y allí fue donde murió Téraj, cuanto  			tenía 205 años de edad. 
Fue después de esto que Dios le dijo a Abram:  			
«Vete de tu tierra y de tu patria, y de la morada de tu padre, a la tierra que yo te mostraré... Allí haré de ti una gran nación, y te bendeciré y haré grande tu nombre.»
 			Y Abram tomó a Saray, su esposa, y a Lot, su  			sobrino, y a toda la gente de su casa y todas sus pertenencias, y  			fue a la Tierra de Canaán, «y Abram tenía setenta y cinco años  			cuando partió de Jarán». Su hermano Najor quedó atrás, con su  			familia, en Jarán. 
Siguiendo las instrucciones divinas, Abram se movió con rapidez en  			Canaán hasta establecer una base en el Négueb, la árida región de  			Canaán fronteriza con la península del Sinaí. En una visita a  			Egipto, fue recibido en la corte del faraón; de vuelta a Canaán,  			tuvo tratos con los soberanos de la zona. Después, representó un  			papel en un conflicto internacional, conocido en la Biblia (Génesis  			14) como la Guerra de los Reyes. Fue después de esto que Dios le  			prometió a Abram que su «simiente» heredaría y gobernaría las  			tierras entre el Arroyo de Egipto y el río Éufrates. Dudando de la  			promesa, Abram señaló que él y su esposa no tenían hijos. Dios le  			dijo a Abram que no se preocupara.  			
«Mira a los cielos -le dijo- y cuenta las estrellas si puedes... así de numerosa será tu simiente.»
 			Pero Saray siguió estéril aún después de eso. 
Así, por sugerencia de ella, Abram durmió con su sirvienta Agar, que  			le dio un hijo, Ismael. Y luego, milagrosamente (después de la  			destrucción de Sodoma y Gomorra, cuando los nombres de la pareja se  			cambiaron por los de Abraham y Sara), Abraham, a la edad de cien  			años, tuvo un hijo con su mujer Sara, de noventa. Aunque no era el  			primogénito, el hijo de Sara, Isaac, era el heredero legítimo según  			las normas sumerias de sucesión que seguía el patriarca, pues era  			hijo de la hermanastra de su padre:  			
«La hija de mi padre, pero no de mi madre», dijo Abraham de Sara (Génesis 20,12).
Sucedió después de la muerte de Sara, su compañera de toda la vida, que Abraham, «viejo y avanzado en años» (137 años, según nuestros cálculos) comenzó a preocuparse por su soltero hijo Isaac.
 			Temiendo que Isaac terminara casándose con una  			cananea, envió a su  			mayordomo a Jarán, para que encontrara una novia para Isaac de entre  			los familiares que 			habían quedado allí. Al llegar al pueblo donde vivía Najor, se  			encontró con Rebeca en el 			pozo, que resultó ser la nieta de Najor y terminó yendo a Canaán  			para convertirse en la esposa de Isaac. 
Veinte años después de casados, Rebeca tuvo gemelos, Esaú y Jacob.  			Esaú fue el primero en casarse, tomando dos esposas, dos muchachas  			hititas que «fueron una fuente de pesares para Isaac y para Rebeca».  			No se detallan los problemas en la Biblia, pero la relación entre la  			madre y las nueras era tan mala que Rebeca le dijo a Isaac:  			
«Estoy disgustada con la vida a causa de las mujeres hititas; si Jacob se casara también con una mujer hitita, de entre las mujeres de la región, ¿qué tendría de bueno la vida para mí?»
De modo que Isaac llamó a Jacob y le dio instrucciones para que fuera a Jarán, a la familia de su madre, a encontrar allí una novia.
Siguiendo las palabras de su padre, «Jacob dejó Beersheba y partió hacia Jarán». Del viaje de Jacob desde el sur de Canaán hasta la distante Jarán, la Biblia sólo da cuenta de un episodio, aunque muy significativo. Fue la visión que tuvo Jacob en la noche, «cuando llegó a cierto lugar», de una escalera hasta el cielo sobre la cual ascendían y descendían los Ángeles del Señor. Al despertar, Jacob se dio cuenta de que había llegado a «un lugar de los Elohim y un pórtico al cielo». Marcó el lugar, levantando allí una piedra conmemorativa, y lo llamó Beth-El -«La Casa de El»-, el Señor. Y después, por una ruta que no se especifica, continuó hasta Jarán.
 			
En las inmediaciones de la ciudad, vio a los pastores reunir los  			rebaños en un pozo, en el campo. Se dirigió a ellos y les preguntó  			si conocían a Labán, el hermano de su madre. Los pastores le dijeron  			que sí, que le conocían, y he aquí que dio en llegar su hija Raquel,  			con su rebaño. Rompiendo a llorar, Jacob se presentó como el hijo de  			Rebeca, tía de ella. En cuanto Labán se enteró de las noticias,  			también él llegó corriendo, abrazó y besó a su sobrino, y lo invitó  			a quedarse con él y a que conociera a su otra hija, Lía, la mayor.  			
 			Claro está que el padre tenía en mente el matrimonio de la hija,  			pero Jacob se había enamorado de Raquel, y se ofreció para trabajar  			para Labán durante siete años como dote. Pero en la noche de bodas,  			después del banquete, Labán sustituyó a Lía por Raquel en el lecho  			nupcial... 
Cuando, a la mañana siguiente, Jacob descubrió la identidad de la  			novia, Labán se mostró confundido. Aquí, le dijo, no casamos a la  			hija más joven antes que a la mayor; ¿por qué no trabajas otros  			siete años y te casas también con Raquel? Enamorado aún de Raquel,  			Jacob aceptó. Pasados siete años, se casó con Raquel; pero el astuto  			Labán retendría al buen trabajador y mejor pastor que era Jacob y no  			le dejaría ir. Para impedir que Jacob se fuera, le dejó que tuviera  			sus propios rebaños; pero cuanto mejor le iba a Jacob, más se  			quejaban de envidia los hijos de Labán. 
Y así, en una ocasión en que Labán y sus hijos habían salido para  			esquilar sus rebaños de 			ovejas, Jacob reunió a sus mujeres, a sus hijos y a sus rebaños y  			huyó de Jarán. 
«Y cruzó el río -el Éufrates- y se encaminó hacia el monte de Gilead.» «Al tercer día, le dijeron a Labán que Jacob había escapado; demodo que tomó a sus parientes consigo y salió en persecución deJacob; y siete días después le dio alcance en la montaña de Gilead.»
Gilad -«El Montón de Piedras Imperecedero», en hebreo- ¡el emplazamiento del observatorio circular en el Golán!
 			
El encuentro comenzó con un amargo intercambio de acusaciones  			recíprocas, pero terminó con un tratado de paz. A la manera de los  			tratados fronterizos de la época, Jacob eligió una piedra y la  			erigió para que fuera un Pilar Testimonial, para marcar los límites  			más allá de los cuales Labán no cruzaría a los dominios de Jacob, ni  			Jacob cruzaría a los dominios de Labán. Estas piedras limítrofes,  			llamadas Kudurru en acadio debido a sus cimas redondeadas, se han  			descubierto en diversos emplazamientos de Oriente Próximo. Como  			norma, se inscribían en ellas los detalles del tratado, y se incluía  			la invocación de los Dioses de cada lado como testigos y garantes.  			Respetando la costumbre, Labán invocó a «el Dios de Abraham y los  			Dioses de Najor» para garantizar el tratado. Con aprensión, Jacob  			«juró por el temor de su padre Isaac». 
Después, le dio su propio toque a la ocasión y al lugar:  			
Y Jacob dijo a sus hijos: Reunid piedras; y ellos reunieron piedras y las dispusieron en un montón...Y Jacob llamó al montón de piedras Gal'ed.
 			Por un mero cambio de pronunciación, de  			Gilad a Gal-Ed, Jacob cambió  			el significado del nombre, de su antiguo «El Montón de Piedras  			Imperecedero» a «El Montón de Piedras del Testimonio». 
¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que ese lugar era el de  			los círculos del Golán? Creemos que aquí se encuentra la convincente  			pista final: ¡en su juramento del tratado, Jacob describe el lugar  			también como Ha-Mitzpeh -el Observatorio! 
 			
El Libro de los Jubileos, un libro extrabíblico que recontaba los  			relatos bíblicos a partir de diversas fuentes antiguas, añadía una  			nota final al acontecimiento relatado: «Y Jacob hizo allí un montón  			para un testigo, de ahí que el nombre del lugar fuera: 
"El Montón del Testigo"; pero con anterioridad solían llamar al país de Gilead el País de los Repha'im».
 			Y así volvemos al enigmático emplazamiento del Golán y a su apodo de  			Gilgal Repha'im. 
Las piedras limítrofes Kudurru que se han encontrado en Oriente  			Próximo llevan, como norma, no sólo los términos del acuerdo y los  			nombres de los Dioses invocados como garantes, sino también los  			símbolos celestiales de los Dioses, a veces del Sol, la Luna y los  			planetas, a veces de las constelaciones zodiacales (como en la Fig.  			13), las doce. 
Pues ésa, desde los primitivos tiempos de Sumer, era la cuenta (doce) de las constelaciones zodiacales, tal como evidencian sus nombres:
 			
GUD.ANNA Toro Celestial (Tauro)
MASH.TAB.BA Gemelos (Géminis)
DUB Pinzas, Tenazas (Cáncer)
UR.GULA León (Leo)
AB.SIN Cuyo Padre Era Sin («la Doncella» = Virgo)
ZI.BA.AN.NA Hado Celestial («la Balanza» = Libra)
GIR.TAB Lo Que Clava y Corta (Escorpión)
PA.BIL el Defensor («el Arquero» = Sagitario)
SUHUR.MASH Cabra-Pez (Capricornio)
GU Señor de las Aguas (Acuario)
SIM.MAH Peces (Piscis)
KU.MAL Morador del Campo (el Carnero = Aries)
 			
 			Aunque no todos los símbolos que representan las doce constelaciones  			zodiacales han sobrevivido desde tiempos sumerios, ni siquiera  			babilónicos, sí que se han encontrado en monumentos egipcios, con  			idénticos nombres y representaciones. 
¿Dudaría alguien de que Abraham, hijo del sacerdote-astrónomo Téraj,  			estuviera al 			corriente de las doce casas zodiacales cuando Dios le dijo que  			observara los cielos y viera  			en ellos el futuro? 
  
Cuando Asaradón contemplaba la idea de atacar Egipto, giró hacia el norte en lugar de hacia el oeste, y buscó el «templo del bosque de cedros», en Jarán.
Allí,
«vio al Dios Sin, que se apoyaba en un báculo, con dos coronas en la cabeza. El Dios Nusku estaba de pie ante él. El padre de mi majestad el rey entró en el templo. El Dios puso una corona sobre su cabeza, diciendo: "¡Irás a otros países, y los conquistarás!" Él partió y conquistó Egipto».
(Por la Lista de los Dioses Sumerios sabemos que Nusku era un miembro del entorno de Sin.)
 			 La invasión de Egipto por parte de Asaradón es un hecho histórico,  			que verifica por completo la profecía de Isaías. Los detalles del  			rodeo por Jarán sirven además para confirmar la presencia allí, en  			675 a.C, del Dios Sin; pues fue varias décadas después que Sin «se  			enfureció con la ciudad y con su pueblo» y se fue (a los cielos). 			
 			
 			En la actualidad, Jarán sigue estando donde estaba en la época de  			Abraham y su familia. En el exterior de las semiderruidas murallas  			de la ciudad (murallas de tiempos de la conquista islámica), el pozo  			donde se encontrara Jacob con Rebeca sigue teniendo agua, y en las  			llanuras de los alrededores siguen pastando las ovejas, como lo  			hacían hace cuatro mil años. 
En siglos pasados, Jarán fue un centro de aprendizaje y literario, donde los griegos de después de Alejandro pudieron acceder a los conocimientos «caldeos» acumulados (los escritos de Beroso fueron parte de los resultados) y, mucho después, musulmanes y cristianos intercambiaron culturas.
Pero el orgullo del lugar (Fig. 91) fue el templo dedicado al Dios Sin, entre cuyas ruinas sobrevivieron al paso de los milenios los testimonios escritos de los milagrosos acontecimientos concernientes a Nannar/Sin.
 			
Este testimonio no tenía nada de habladurías; estaba compuesto por informes de testigos presenciales.
No fueron testigos anónimos, sino una mujer llamada Adda-Guppi y su hijo Nabuna'id. No eran, como sucede en nuestros días, un policía local y su madre dando cuenta de un avistamiento OVNI en alguna región escasamente habitada. Ella era la suma sacerdotisa del gran templo de Sin, un santuario sagrado y reverenciado desde milenios antes de su tiempo; y su hijo era el último rey (Nabonides) del más poderoso imperio de la Tierra en aquellos días, Babilonia.
La suma sacerdotisa y su hijo el rey registraron los acontecimientos en unas estelas, en unas columnas de piedra inscritas con escritura cuneiforme y acompañadas con representaciones gráficas. Cuatro de ellas las han encontrado los arqueólogos durante el siglo XX, y se cree que las estelas las emplazaron el rey y su madre en cada una de las esquinas del famoso templo del Dios Luna en Jarán, el E.HUL.HUL («Templo de la Doble Alegría»). Dos de las estelas llevan el testimonio de la madre, las otras dos registran las palabras del rey.
En las estelas de Adda-Guppi, la suma sacerdotisa del templo, se habla de la partida y el ascenso al cielo del Dios Sin; y en las inscripciones del rey, Nabuna'id, se cuenta el milagroso y singular regreso del Dios.
Con un evidente sentido de la historia y a la manera de una consumada funcionaría del templo, Adda-Guppi proporcionó en sus estelas datos precisos sobre los sorprendentes sucesos; las fechas, vinculadas como era costumbre entonces a los años de reinado de reyes conocidos, han podido ser (y han sido) verificadas por los expertos modernos.
 			 
 			En la estela mejor conservada, catalogada por los expertos como H1B,  			Adda-Guppi comenzaba así su testimonio escrito (en lengua acadia): 
Yo soy la dama Adda-Guppi,madre de Nabuna'id, rey de Babilonia,
devota de los Dioses Sin, Ningal, Nuskuy Sadarnunna, mis deidades,
ante cuya divinidad he sido piadosa
ya desde mi infancia.
Adda-Guppi dice que nació en el vigésimo año de Assurbanipal, rey de Asiria (a mediados del siglo VII a.C).
 			 Aunque, en sus inscripciones, Adda-Guppi no especifica su genealogía, otras fuentes sugieren que  			provenía de un distinguido linaje. Vivió, según su inscripción, a lo  			largo de los reinados de varios reyes asirios y babilonios,  			alcanzando la madura edad de noventa y cinco años cuando los  			milagrosos eventos tuvieron lugar. Los expertos han descubierto que  			su listado de reinados está de acuerdo con los anales asirios y  			babilonios. 
 			
 			He aquí, pues, el registro del primer suceso remarcable, en  			las propias palabras de Adda-Guppi: 
Fue en el decimosexto año de Nabopolasar,
rey de Babilonia, cuando Sin, señor de Dioses,
se enfureció con su ciudad y su templo y subió al cielo;
y la ciudad, y el pueblo con ella,
fue a la ruina.
 			 El año lleva información en sí, pues los acontecimientos (conocidos  			por otras fuentes) que tuvieron lugar en aquel tiempo, corroboran lo  			que Adda-Guppi registró. Pues fue en el año 610 a.C. cuando el  			derrotado ejército asirio se retiró a Jarán para su última  			resistencia. 
 			
 			Existen bastantes temas que piden una aclaración como consecuencia  			de esta declaración: 
¿Se enfurecería Sin «con la ciudad y con su pueblo» porque dejaron entrar a los asirios? ¿Decidió irse por culpa de los asirios, o por la inminente llegada de las hordas Umman-Manda? ¿Cómo, con qué medios, subió al cielo, y dónde fue? ¿A otro lugar en la Tierra, o lejos de la Tierra, a un lugar celestial? Lo que escribió Adda-Guppi toca muy por encima estos temas y, de momento, nosotros también vamos a dejar pendientes las preguntas.
Lo que la suma sacerdotisa afirma es que, tras la partida de Sin, «la ciudad, y el pueblo con ella, fue a la ruina».
Algunos expertos prefieren traducir la palabra de la inscripción como «desolación», pensando que describe mejor lo que le sucedió a la otrora floreciente metrópolis, una ciudad a la cual el profeta Ezequiel (27,23) puso entre los grandes centros del comercio internacional, especializada,
«en todo tipo de cosas, en vestidos azules y bordados, en cofres de ricos aparejos, ensamblados con cordones y hechos de cedro».
De hecho, la desolación de la abandonada Jarán trae a la memoria las palabras de apertura del bíblico Libro de las Lamentaciones, acerca de la desolada y profanada Jerusalén:
«¡Qué solitaria está la ciudad, en otro tiempo tan llena de gente! En otro tiempo grande entre las naciones, ahora convertida en viuda; en otro tiempo reina entre las provincias, ahora convertida en vasalla».
Aunque todos huyeron, Adda-Guppi se quedó. «A diario, sin cesar, día y noche, durante meses, durante años», estuvo yendo a los santuarios abandonados. Llorando, abandonó los vestidos de lana fina, se quitó las joyas, dejó de llevar plata y oro, renunció a perfumes y óleos de dulces aromas.
 			 Como un fantasma, deambulando por los vacíos  			santuarios, «yo iba vestida con ropas desgarradas, iba y venía sin  			hacer ruido», escribió. 
 			
 			 			
Después, en el abandonado recinto sagrado, descubrió una túnica que  			había pertenecido a Sin. Debía de ser una magnífica prenda, del tipo  			de las túnicas que llevaban en aquellos tiempos las distintas  			deidades, como se puede ver en las representaciones de los  			monumentos mesopotámicos (véase Fig. 28). 
Para la descorazonada suma sacerdotisa, el hallazgo le pareció un augurio del Dios; fue como si, de repente, él le hubiera dado una presencia física de sí mismo. No podía quitar los ojos del sagrado atuendo, sin atreverse siquiera a tocarlo, salvo «sosteniéndolo por la orla». Como si el mismo Dios estuviera allí para escucharla, Adda-Guppi se postró y «en oración y humildad» pronunció la siguiente promesa:
¡Si volvieras a tu ciudad, toda la gente de Cabeza Negra adoraría tu divinidad!
«La gente de Cabeza Negra» era el término que utilizaban los Sumerios para identificarse a sí mismos; y el empleo de este término por parte de la suma sacerdotisa, en Jarán, era enormemente inusual. Sumer, como entidad política y religiosa, había dejado de existir casi 1.500 años antes de la época de Adda-Guppi, cuando el país y su capital, la ciudad de Ur, cayeron víctimas de la mortífera nube nuclear, en 2024 a.C.
 			 En la época de Adda-Guppi, Sumer no era más  			que un santo recuerdo; su antigua capital, Ur, un lugar de  			desmoronadas ruinas; su pueblo (la gente de «Cabeza Negra») se  			hallaba disperso por muchos países. Entonces, ¿cómo podía la suma  			sacerdotisa de Jarán ofrecer a su Dios, Sin, devolverle su señorío  			en la distante Ur, y convertirlo de nuevo en Dios de todos los  			Sumerios, dondequiera que " estuvieran dispersos? 
 			
 			Era una visión veraz del Regreso de los Exiliados y de la  			Restauración de un Dios en su  			antiguo centro de culto merecedor de profecías bíblicas. Para  			conseguirlo, Adda-Guppi le 			propuso a su Dios un trato: ¡si él volviera y utilizara su autoridad  			y sus poderes divinos para  			convertir a su hijo Nabuna'id en el próximo rey imperial, reinando  			en Babilonia tanto sobre 			babilonios como sobre asirios, Nabuna'id restauraría el templo de  			Sin en Ur y restablecería 			el culto  			de Sin en todos los países donde hubiera gente de Cabeza Negra! 
 			
 			Al Dios Luna le gustó la idea. 
«Sin, señor de los Dioses del Cielo y la Tierra, por mis buenas acciones me miró con una sonrisa; escuchó mis plegarias, aceptó mi promesa. La ira de su corazón se calmó; con el Ehulhul, el templo de Sin en Jarán, la residencia divina en la cual su corazón se regocijaba, se reconcilió; y tuvo un cambio de corazón.»
El sonriente Dios, escribió Adda-Guppi en su inscripción, aceptó el trato:
Sin, señor de los Dioses,
miró con favor mis palabras.
A Nabuna'id, mi único hijo,
salido de mi vientre,
llamó a la realeza,
la realeza de Sumer y Acad.
Todos los países, desde la frontera de Egipto,
desde el Mar Superior hasta el Mar Inferior,
confió a sus manos.
Agradecida y abrumada, Adda-Guppi levantó sus manos y «reverentemente, implorando» dio las gracias al Dios por «pronunciar el nombre de Nabuna'id, llamándolo a la realeza».
 			 Después, le  			imploró al Dios que asegurara el éxito de Nabuna'id, es decir, que  			persuadiera a los demás grandes Dioses para que estuvieran del lado  			de Nabuna'id cuando combatiera con sus enemigos, para que pudiera  			así cumplir la promesa de reconstruir el Ehulhul y devolverle la  			grandeza a Jarán. 
 			
 			En una posdata, que se añadió a las inscripciones cuando Adda-Guppi,  			con 104 años, estaba en su lecho de muerte (o registrando sus  			palabras justo después del deceso), el texto da cuenta de que ambos  			lados mantuvieron su acuerdo: 
«Por mí misma lo vi cumplido; [Sin] hizo honor a la palabra que me dio», haciendo que Nabuna'id se convirtiera en rey de un nuevo Sumer y Acad (en 555 a.C); y Nabuna'id mantuvo la promesa de restaurar el templo del Ehulhul en Jarán, «perfeccionó su estructura».
 			 Renovó el culto de Sin y de su  			esposa Ningal, «todos los ritos olvidados los hizo de nuevo». Y la  			divina pareja, acompañados por el emisario divino, Nusku, y su  			consorte (?), Sadarnunna, regresaron al Ehulhul en una procesión  			solemne y ceremonial. 
 			
 			La inscripción duplicada de la estela contiene diecinueve líneas  			más, añadidas sin duda por el hijo de Adda-Guppi. En el noveno año  			de Nabuna'id (en el 546 a.C), 
«se la llevó su Hado. Nabuna'id, rey de Babilonia, su hijo, salido de su vientre, enterró su cadáver, lo envolvió en ropajes [reales] y lino blanco y puro. Adornó su cuerpo con espléndidos ornamentos de oro con engarces de hermosas piedras preciosas. Con dulces óleos ungió su cuerpo; y lo puso para su descanso en un lugar secreto».
Los funerales por la madre del rey tuvieron una amplia respuesta.
«Gentes de Babilonia y Borsippa, habitantes de lejanas regiones, reyes, príncipes y gobernadores llegaron desde la frontera de Egipto en el Mar Superior hasta el Mar Inferior», desde el Mediterráneo hasta el Golfo Pérsico.
 			 Los funerales, en los que la gente se  			arrojaba cenizas sobre la cabeza, se lloraba y se autoinfligían  			cortes, duraron siete días. 
 			
 			Antes de que volvamos a las inscripciones de Nabuna'id y a sus  			relatos plagados de milagros, conviene que nos detengamos a  			preguntarnos cómo, si lo que anotó Adda-Guppi fue cierto, se las  			ingenió ésta para comunicarse con una deidad que, según sus propias  			declaraciones, ya no se encontraba en el templo ni en la ciudad,  			puesto que había ascendido al cielo. 
 			
 			La primera parte, la de Adda-Guppi hablándole a su Dios, es fácil:  			ella oraba, le dirigía sus oraciones. La oración, como forma de  			plantearle a la deidad los propios temores o preocupaciones,  			pidiéndole salud, buena fortuna o una larga vida, o buscando  			orientación para elegir bien entre diversas alternativas, todavía  			está entre nosotros. Se registran plegarias o llamamientos a los  			Dioses desde que se inició la escritura en Sumer. 
 			 De hecho,  			 			la  			plegaria como medio de comunicación con la propia deidad precedió  			probablemente a la palabra escrita y, según la Biblia, comenzó  			cuando los primeros seres humanos se convirtieron en Homo sapiens:  			fue cuando nació Enós («Hombre Homo sapiens»), el nieto de Adán y  			Eva, «que se empezó a invocar el nombre de Dios» (Génesis 4,26). 
 			
 			Al tocar la orla de la túnica del Dios, postrándose, con gran  			humildad, Adda-Guppi le oraba a Sin. Lo hizo un día tras otro, hasta  			que él escuchó sus plegarias y respondió. 
 			
 			Y ahora viene la parte más difícil: ¿cómo respondió Sin? ¿cómo  			pudieron llegar sus  			palabras, su mensaje, a la suma sacerdotisa? La misma inscripción  			nos proporciona la  			respuesta: la respuesta del Dios le llegó a ella en un sueño. 
Quizás en un sueño parecido a un trance, el Dios se le apareció:
En el sueño Sin, señor de los Dioses, posó sus dos manos sobre mí. Me habló así:
«Debido a ti los Dioses volverán a habitar en Jarán. Confiaré a tu hijo, Nabuna'id, las residencias divinas en Jarán. Él reconstruirá el Ehulhul, perfeccionará su estructura; restaurará Jarán y la hará más perfecta de lo que fue antes.»
Este modo de comunicación, dirigido desde una deidad a un humano, estaba lejos de ser inusual; de hecho, era el más empleado habitualmente.
 			 Por todo el  			mundo antiguo, reyes y  			sacerdotes, patriarcas y profetas recibieron la palabra divina por  			medio de sueños. Podían  			ser sueños oraculares o de augurios, en los que a veces sólo  			escuchaban palabras, pero que 
 			otras veces incluían visiones. 
De hecho, en la misma Biblia se relata un episodio en el que Yahveh les decía a la hermana y al hermano de Moisés durante el Éxodo:
«Si hay un profeta entre vosotros, Yo, el Señor, me daré a conocer a él en una visión y le hablaré en un sueño.»
Nabuna'id también da cuenta de comunicaciones divinas recibidas por medio de los sueños. Pero sus inscripciones cuentan muchas más cosas: un acontecimiento singular y una teofanía poco común.
Sus dos estelas (a las cuales se refieren los expertos como H 2 A y H2B) están adornadas en su parte superior con una representación en la que el rey sostiene un extraño báculo y está delante de los símbolos de tres cuerpos celestes, los Dioses planetarios a los que él veneraba (Fig. 92).
 			
La larga inscripción que hay debajo comienza directamente con el gran milagro y su singularidad:
Éste es el gran milagro de Sin
que por Dioses y Diosas
no ha tenido lugar en el país,
desde días ignotos;
que la gente del País
no ha visto ni ha encontrado escrito
en las tablillas desde los días de antiguo:
que el divino Sin,
Señor de Dioses y Diosas,
viviendo en los cielos,
ha bajado de los cielos
a plena vista de Nabuna'id,
rey de Babilonia.
No resulta injustificada la afirmación de que éste fuera un milagro singular, pues el acontecimiento suponía tanto el regreso de una deidad como una teofanía, dos aspectos de interacción divina con humanos que, como la inscripción prudentemente califica, no era desconocido en los Días de Antiguo.
 			 No podemos saber si Nabuna'id 			(a quien algunos expertos han apodado «el primer arqueólogo» debido  			a su debilidad por descubrir y excavar las ruinas de emplazamientos  			antiguos) calificó así esta afirmación sólo por estar en el lado  			seguro, o si realmente estaba familiarizado, por medio de tablillas  			antiguas, con acontecimientos como éstos, que habían tenido lugar en  			otros lugares y mucho tiempo atrás; pero lo cierto es que estos  			acontecimientos sucedían. 
 			
 			Así, en los tiempos turbulentos que terminaron con la caída  			del imperio Sumerio hacia el 2000 a.C, el Dios Enlil, que estaba  			por algún otro sitio, llegó apresuradamente a Sumer cuando se le  			informó que su ciudad, Nippur, estaba en peligro. Según una  			inscripción del rey Sumerio Shu-Sin, Enlil regresó «volando de  			horizonte a horizonte; viajó de sur a norte; se apresuró cruzando  			los cielos, sobre la Tierra». Sin embargo, ese regreso fue  			repentino, sin anunciar, y no formaba parte de una teofanía. 
 			
 			Unos quinientos años más tarde, todavía a casi mil años del regreso  			y la teofanía de Sin, la más grande de las teofanías registradas  			tuvo lugar en la península del Sinaí, durante el Éxodo israelita de  			Egipto. Notificada previamente y con instrucciones sobre cómo  			preparar el acontecimiento, los Hijos de Israel (todos ellos,  			600.000) presenciaron el descenso del Señor sobre el Monte Sinaí.  			 
 			 La  			Biblia remarca que se hizo «a la vista de todo el pueblo» (Éxodo  			19,11). Pero esa gran teofanía no fue un regreso. 
 			
 			Tales idas y venidas divinas, incluidos el ascenso y el descenso de  			Sin hacia y desde los  			cielos, implican que los Grandes   			
Anunnaki poseían los vehículos  			voladores requeridos (y no  			sólo lo implican, sino que los tenían). 
Yahveh aterrizó sobre el Monte Sinaí en un objeto que la Biblia llama Kabod y que tenía la apariencia de un «fuego devorador» (Éxodo 24,11); el profeta Ezequiel describe el Kabod (traducido habitualmente por «gloria», pero que significa literalmente «la cosa pesada») como un vehículo luminoso y radiante equipado con ruedas dentro de ruedas. Quizá tuviera en mente algo comparable al carro circular en el cual se representaba al Dios asirio Assur (Fig. 85).
 			 Ninurta tenía  			el Imdugud, el «Divino 			Pájaro Negro»; y Marduk disponía de un alojamiento especial en su  			recinto sagrado en Babilonia para su «Viajero Supremo»;  			probablemente, era el mismo vehículo que los egipcios llamaban el  			Barco Celeste de Ra. 
 			
 			¿Y qué hay de Sin y de sus idas y venidas celestiales? 
 			
 			Que ciertamente poseyera tal vehículo volador (un requisito esencial  			para la partida y el regreso del cielo de los que se dan cuenta en  			las inscripciones de Jarán) queda atestiguado en muchos de los  			himnos dedicados a él. 
En un himno Sumerio, se habla de Sin volando sobre su amada ciudad de Ur, incluso se refieren al Barco del Cielo del Dios como su «gloria»:
Padre Nannar, Señor de Ur,
cuya gloria es el sagrado Barco del Cielo...
cuando en el Barco del Cielo tú asciendes,
tú eres glorioso.
Enlil ha adornado tu mano con un cetro,
imperecedero cuando sobre Uren
el Barco Sagrado te subes.
Aunque hasta el momento no se ha identificado ninguna representación del «Barco del Cielo» del Dios Luna, sí que existe una posible representación.
Sobre una importante ruta que unía el este con el oeste a través del río Jordán estaba Jericó, una de las ciudades más antiguas que se conocen. La Biblia (y otros textos antiguos) se refiere a ella como la Ciudad del Dios Luna, que es lo que el nombre bíblico Yeriho significa. Fue allí donde el Dios bíblico le dijo al profeta Elias (siglo IX a.C.) que cruzara el río Jordán para ser arrebatado hacia el cielo en un carro de fuego.
 			 Como se relata en 2  			Reyes 2, no fue un acontecimiento casual, sino una cita acordada  			previamente. Partiendo en su viaje final de un lugar llamado Gilgal,  			el profeta iba acompañado por su ayudante, Eliseo, y por un grupo de  			discípulos. Y cuando llegaron a Jericó, los discípulos le  			preguntaron a Eliseo: «¿No sabes que el Señor se llevará al maestro  			hoy?» Y Eliseo, afirmando, les instó a que guardaran silencio. 
 			
 			Cuando llegaron al río Jordán, Elias insistió en que los demás se  			quedaran atrás. Cincuenta de sus discípulos avanzaron hasta la  			orilla del río y se detuvieron; pero Eliseo no se quería ir.  			
Entonces,
«Elias tomó su manto y lo enrolló, y golpeó las aguas, que se dividieron a derecha e izquierda, y pasaron los dos a pie enjuto».
 			 Luego, en el otro lado del Jordán, un carro de fuego con  			caballos de fuego apareció de repente y separó a uno del otro; y Elias  			subió al cielo en un torbellino. 
 			
 			En la década de 1920, una expedición arqueológica enviada por el  			Vaticano inició unas  			excavaciones en un lugar del Jordán llamado Tell Ghassul, «Montículo  			del Mensajero». Su 			antigüedad se remonta a milenios, y algunos de los habitantes más  			antiguos de Oriente  			Próximo estaban enterrados allí. En algunos de los muros caídos, los  			arqueólogos  			descubrieron murales muy hermosos y poco comunes, pintados con  			diversos colores. 
 			
En 			uno de ellos se veía una «estrella», que parecía más bien una  			brújula que indicara los  			principales puntos cardinales y sus subdivisiones; otro mostraba una  			deidad sentada que, recibía a una procesión ritual. 
Otros murales representaban objetos bulbosos negros con aberturas parecidas a ojos y patas extendidas (Fig. 93); estos últimos bien podrían haber sido esa especie de «carro de fuego» que se llevó a Elias al cielo.
De hecho, el lugar pudo ser muy bien el mismo de la ascensión de Elias: de pie sobre el montículo, uno puede ver el río Jordán no muy lejos y, más allá, brillando en la distancia, la ciudad de Jericó.
 			 Según la tradición judía, el profeta Elias regresará algún día para  			anunciar la Era Mesiánica. 
 			
 			Es evidente que Adda-Guppi y su hijo Nabuna'id pensaban que esa era  			había llegado ya, y 			que venía señalada y significada por el Regreso del Dios Luna. Ellos  			esperaban que su Era  			Mesiánica les introdujera en una época de paz y prosperidad, una  			nueva era que comenzaría  			con la reconstrucción y la nueva consagración del Templo de Jarán. 
Pero pocos se han dado cuenta de que visiones proféticas similares tuvieron lugar más o menos al mismo tiempo referentes al Dios y al Templo de Jerusalén. Y, sin embargo, lo cierto es que ése era el tema de las profecías de Ezequiel, que comenzaban «cuando los cielos se abrieron» y él vio el radiante carro celestial entrando en un torbellino.
 			 
 			La cronología que nos ofrecen las inscripciones de Jarán, verificada  			por los expertos en los anales asirios y babilonios, indica que  			Adda-Guppi nació hacia el 650 a.C; que Sin abandonó su templo en Jarán en 610 a.C, y que volvió en 556 a.C. 
 			 Es exactamente el mismo  			período en el cual Ezequiel, que había sido sacerdote en Jerusalén,  			fue llamado a la profecía, mientras estaba entre los deportados  			judíos en el norte de Mesopotamia. Él mismo nos proporciona una  			fecha exacta: Fue en el quinto día del cuarto mes del quinto año del  			exilio del rey de Judea Joaquín, «cuando yo estaba entre los  			deportados en las orillas del río Kebar, se abrieron los cielos y  			tuve visiones divinas», escribe Ezequiel justo al principio de sus  			profecías. ¡Era el 592 a.C! 
 			 			
 			El Kebar (o Jabur, como se le conoce ahora) es uno de los afluentes  			del Eufrates, que inicia su recorrido en las montañas de lo que hoy  			es el este de Turquía. No muy lejos, al este del río Jabur, hay otro  			importante afluente del Eufrates, el río Balikh; y es a orillas del  			Balikh donde ha estado situada Jarán durante milenios. 
 			
 			Ezequiel se encontraba tan lejos de Jerusalén, a orillas de un río  			en la Alta Mesopotamia, al borde de los territorios hititas («el  			País de Hatti» en los registros cuneiformes), porque era uno de los  			varios miles de nobles, sacerdotes y otros líderes de Judea que  			habían sido capturados y llevados al exilio por Nabucodonosor, el  			rey babilonio que invadió Jerusalén en 597 a.C. 
 			
 			Aquellos trágicos acontecimientos se detallan en el segundo libro de  			Reyes, principalmente en 24,8-12. Sorprendentemente, en una tablilla  			de arcilla babilónica (parte de la serie conocida como Las Crónicas  			Babilónicas) se registraron los mismos acontecimientos, con fechas  			coincidentes. 
 			
 			¡Sorprendentemente también, esta expedición babilónica, al igual que  			la anterior de Asaradón, se lanzó también desde un punto cercano a  			Jarán! 
 			
 			La inscripción babilónica detalla la toma de Jerusalén, la captura  			de su rey, su sustitución en el trono de Judea por otro rey elegido  			por Nabucodonosor, y la deportación (el «envío a Babilonia») del rey  			capturado y de los líderes del país. Fue así como el sacerdote  			Ezequiel vino a dar con su cuerpo en las orillas del río Jabur, en  			la provincia de Jarán. 
 			
 			Durante un tiempo (al parecer, durante los cinco primeros años), los  			deportados creyeron que las calamidades que habían caído sobre su  			ciudad, su templo y sobre ellos mismos serían un revés temporal.  			Aunque el rey de Judea Joaquín estaba cautivo, se mantenía con vida.  			Aunque los tesoros del Templo se habían llevado a Babilonia como  			botín, el Templo estaba intacto; y la mayoría del pueblo seguía  			estando en el país. Los deportados, que se mantenían en contacto con  			Jerusalén por medio de mensajeros, tenían grandes esperanzas de que  			algún día se reinstaurara a Joaquín, y el Templo recuperara su  			sagrada gloria. 
 			
 			Pero tan pronto como Ezequiel fue llamado a la profecía, en el  			quinto año del exilio (592 a.C), el Señor Dios le instruyó para que  			anunciara al pueblo que el exilio y el saqueo de Jerusalén y de su  			Templo no eran el fin del calvario. Esto no era más que una  			advertencia al pueblo para que enmendara sus caminos, para que se  			comportaran justamente entre sí, y dieran culto a Yahveh según los  			Mandamientos. 
 			 Pero Yahveh le dijo a Ezequiel que el pueblo no había  			enmendado sus caminos, sino que, además, se habían vuelto al culto  			de «Dioses extranjeros». Por tanto, dijo el Señor Dios, Jerusalén  			será atacada de nuevo, y esta vez será totalmente destruida, templo  			y todo. 
 			
 			 			 			Yahveh dijo que el instrumento de su ira sería de nuevo el rey de  			Babilonia. Es un hecho histórico fundado y conocido que, en 587 a.C,  			Nabucodonosor, desconfiando del rey que él mismo había puesto en el  			trono de Judea, asedió de nuevo Jerusalén. Esta vez, en 586 a.C, la  			ciudad fue tomada, incendiada y dejada en ruinas; y lo mismo ocurrió  			con el Templo de Yahveh que Salomón había construido medio milenio  			antes. 
 			
 			Ciertamente, gran parte de esto es bien conocido. Pero lo que pocos  			saben es la razón por la cual el pueblo y los líderes que quedaron  			en Jerusalén no tuvieron en cuenta la advertencia. Fue la creencia  			de que «¡Yahveh había abandonado la Tierra!». 
 			 			
 			En lo que en aquellos días él tenía por «visión remota», primero se  			le mostró a Ezequiel a los Ancianos de Jerusalén detrás de sus  			puertas cerradas, y después se le llevó en un recorrido visionario  			por las calles de la ciudad. Había un colapso completo tanto en la  			justicia como en las observancias religiosas, pues lo único que se  			decía era: 
Yahveh ya no nos ve. ¡Yahveh ha dejado la Tierra!
Fue en el 610 a.C, según las inscripciones de Jarán, cuando,
«Sin, señor de Dioses, se enfureció con su ciudad y su templo, y subió al cielo».
Y fue en 597 a.C, algo más de una década después, cuando Yahveh se enfureció con Jerusalén, su ciudad, y su pueblo, y dejó que el incircunciso Nabucodonosor, rey por la gracia de Marduk, entrara, saqueara y destruyera el Templo de Yahveh.
Y el pueblo gritaba: «¡Dios ha dejado la Tierra!»
Y no sabían cuándo regresaría, ni si lo haría.
En un texto que los expertos titularon Nabuna'id y el clero de Babilonia (en una tablilla que se encuentra ahora en el Museo Británico), los sacerdotes de Marduk presentan un pliego de descargos, una lista de acusaciones contra Nabuna'id; las acusaciones van desde materias civiles («la ley y el orden no son promulgados por él»), pasando por negligencias económicas («los agricultores están corruptos», «los caminos de comercio están bloqueados») y guerras infructuosas («los nobles están muriendo en la guerra»), hasta las acusaciones más serias: sacrilegio religioso...
Hizo una imagen de un Dios
que nadie había visto antes en el país;
la puso en el templo,
la elevó sobre un pedestal...
Con lapislázuli la adornó,
la coronó con una tiara...
Era la estatua de una deidad extraña (nunca antes vista, recalcaban los sacerdotes), con «el cabello que llegaba hasta el pedestal».
Era tan inusual y tan impropia que ni siquiera Enki y Ninmah la podrían haber concebido, tan extraña que «ni siquiera el instruido Adapa conocía su nombre». Pero, para empeorar aún más las cosas, se esculpieron dos extrañas bestias como guardianes suyas: una representaba un Demonio-Diluvio y la otra un Toro Salvaje.
 			 Y para  			hacer más insultante el sacrilegio, el rey puso esta abominación en  			el templo del Esagil de Marduk, y anunció que la festividad del  			Akitu (Año Nuevo), que era fundamental para equiparar a Marduk con  			el celestial Nibiru, ya no se celebraría más. 
 			 			
 			Los sacerdotes anunciaron para que lo supiera todo el mundo que «la  			deidad protectora de Nabuna'id se le había hecho hostil», que «el  			otrora favorito de los Dioses había caído en desgracia». Y así,  			Nabuna'id anunció que iba a dejar Babilonia «en una expedición hacia  			una distante región». Nombró a su hijo Bel-shar-uzur («Bel/Marduk  			protege al rey», el Baltasar del Libro de Daniel) como regente. 
 			
 			Su destino era Arabia, y en su entorno había, como lo atestiguan  			diversas inscripciones, judíos de entre los deportados de Judea. Su  			base principal estuvo en una ciudad llamada Tayma (un nombre que se  			encuentra en la Biblia) y fundó seis poblaciones para sus  			seguidores; cinco de ellas se relacionan, mil años después, según  			fuentes islámicas como ciudades judías. 
 			 Algunos creen que Nabuna'id  			estaba buscando la soledad del desierto para contemplar el  			monoteísmo; un fragmento de un texto descubierto entre los  			manuscritos del mar Muerto en Qumrán da cuenta de que Nabuna'id  			quedó aquejado de una «desagradable enfermedad de la piel» en Tayma,  			y que se curó cuando «un judío le dijo que rindiera honores al Dios  			Altísimo». Sin embargo, la mayor parte de las evidencias sugieren  			que estaba difundiendo el culto de Sin, el Dios Luna simbolizado por  			el creciente, un símbolo que adoptarían con el tiempo los adoradores  			árabes de Alá. 
 			 			
 			Fueran cuales fueran las creencias religiosas por las cuales  			estuviera cautivado Nabuna'id, no cabe duda de que eran anatema para  			los sacerdotes de Babilonia. Y así, cuando los reyes aqueménidas de  			Persia absorbieron el reino de Media y se expandieron en  			Mesopotamia, Ciro, su rey, no fue recibido en Babilonia como un  			conquistador, sino como un liberador. Sabiamente, Ciro se apresuró a  			ir al templo del Esagil tan pronto como entró en la ciudad y  			«sostuvo las manos de Marduk con ambas manos». 
 			
 			Era el año 539 a.C; marcó el profetizado fin de la existencia  			independiente de Babilonia. 
 			 			
 			Una de sus primeras acciones fue promulgar una proclamación que  			permitía el regreso a Judea de los deportados judíos y la  			reconstrucción del Templo de Jerusalén. El edicto, registrado en el  			Cilindro de Ciro que se conserva ahora en el Museo Británico,  			corrobora la información bíblica según la cual Ciro «fue encargado  			para ello por Yahveh, el Dios del Cielo». 
 			La reconstrucción del Templo, bajo el liderazgo de Ezra y Nehemías,  			se culminó en 516 a.C, setenta años después de su destrucción, tal  			como lo había profetizado Jeremías. 
No mucho tiempo después del Éxodo, los Anunnaki han ido dejando su influencia en la tierra, y sus secretos de transformar el oro en la sustancia de gran alcance que permite su longevidad y la capacidad espiritual desaparecidas o vetadas. Su conocimiento acerca de la vida, se mantuvo en las manos de muy pocos, los que empezaron a abusar de ella y se volvieron codiciosos. Luego, en el tiempo, los humanos que recordaban esto terminaron muertos o desaparecidos.
Gran parte del conocimiento se ha perdido. Y, sin embargo, la gente seguía tratando de capturar esa esencia especial de oro en forma de estatuas u otros objetos, creyendo erróneamente que el poder podía equipararse a la violencia y la destrucción y el acaparamiento de la riqueza. Ellos sentían que era su clave de la inmortalidad - que los convertirían en "dioses". El oro tiene propiedades beneficiosas (electrostático), pero el real oro se encuentra recordando a uno mismo y la conexión con la Fuente (el verdadero dios creador de nuestras almas). Esto es realmente lo que Enki trató de infundir en la humanidad.
Una parte de los Anunnaki dejaron la Tierra, en un sentido, pero no sin crear homólogos, o aspectos de sí mismos que se reencarnasen como seres humanos a fin de compartir la experiencia humana con ellos, sus oversouls.
Algunos de éstos continuaron el linaje a través del rey David y Jesús. Y alguna de su contraparte, se quedaron en lo que se presume es el programa de Enlil y de Marduk para controlar la Tierra para sus propios fines, manteniendo a los humanos temerosos, dependientes e ignorantes. Sin embargo, otros siguen compartiendo la sabiduría antigua de los Anunnaki, fomentan a la humanidad a recordar a su fuente que se puede acceder desde dentro de sus memorias espirituales-celulares, individuales y colectivas, para romper los lazos antiguos de la esclavitud, el miedo y la ignorancia, y reclamar lo que ellos sienten que es legítimamente de ellos.
 			
 			La historia del fin de Babilonia se cuenta en la Biblia en uno de  			sus libros más enigmáticos, el Libro de Daniel. Este libro, en donde  			se presenta a Daniel como uno de los deportados judíos llevados a la  			cautividad en Babilonia, cuenta cómo se le seleccionó, junto con  			otros tres amigos, para servir en la corte de Nabucodonosor y cómo  			(al igual que José en Egipto) fue elevado a un alto cargo tras  			interpretar los sueños-augurios del rey acerca de acontecimientos  			futuros. 
 			
 			El libro pasa después a acontecimientos de la época de Baltasar,  			cuando, durante un gran banquete, una mano apareció en el aire y  			escribió en la pared MENE MENE TEKEL UPHARSIN. Ninguno de los  			adivinos ni de los magos del rey pudo descifrar la inscripción. Como  			último recurso, llamaron a Daniel, que ya hacía tiempo que se había  			retirado de escena. Y Daniel le explicó el significado al rey babilonio: Dios ha contado los días de tu reino; se te ha pesado y  			se te ha encontrado falto; tu reino vendrá a su fin repartido entre  			medas y persas. 
 			  			
 			Después de aquello, el propio Daniel empezó a tener sueños-augurios y  			visiones del futuro, en los que el «Anciano de los Días» y sus  			arcángeles jugaban papeles clave. Desconcertado por sus propios  			sueños y visiones, Daniel pidió una explicación a los ángeles. 
 			 En  			todos los casos, resultaban ser predicciones de acontecimientos  			futuros que iban más allá de la caída de Babilonia, incluso más allá  			del cumplimiento de la profecía de los setenta años de la  			reconstrucción del Templo. Se predijo el auge y la caída del Imperio  			persa, la llegada de los griegos bajo Alejandro, la escisión de sus  			dominios tras su muerte y lo que vino después. 
 			
 			Aunque muchos expertos modernos (pero no los sabios judíos ni los  			Padres de la Iglesia cristiana) creen que estas profecías (sólo  			correctas en parte) se realizaron a posteriori, indicando a un autor  			muy posterior (o incluso a varios autores), el punto central de los  			sueños, las visiones y los augurios que experimentara Daniel es su  			preocupación con la pregunta: ¿cuándo? ¿Cuándo acaecerá el último  			reino, el único que sobrevivirá y perdurará? 
 			
 			Será uno que sólo los seguidores del Dios Altísimo, el «Anciano de  			los Días», vivirán para ver (incluso los muertos entre ellos, que se  			levantarán). Pero, una y otra vez, Daniel insiste en preguntarles a  			los ángeles: ¿cuándo? 
 			
 			En una de las ocasiones, el ángel le responde que una fase en los  			acontecimientos futuros, un tiempo en el que un rey impío intentará  			«cambiar los tiempos y las leyes», durará «un tiempo, tiempos y  			medio tiempo»; después de eso «los reinos bajo el cielo se le darán  			al pueblo, los santos del Altísimo». 
ç
«Setenta semanas de años se han decretado para tu pueblo y tu ciudad hasta que la medida de la trasgresión se cumpla y la visión profética se ratifique.»
Una vez más, Daniel le pregunta al divino emisario:
«¿Cuánto tiempo pasará hasta el fin de estas cosas terribles?»
Y le dan otra respuesta enigmática:
El cumplimiento de todo lo profetizado llegará después de «un tiempo, tiempos y medio tiempo».
«Escuché y no comprendí -escribe Daniel-. De modo que dije: "Señor mío, ¿cuál será la última de estas cosas?"»
Todavía con un lenguaje codificado, el ser divino responde:
«Contando desde el momento en que la ofrenda habitual sea abolida y se levante la abominación de la desolación pasarán mil doscientos noventa días. Dichoso aquel que sepa esperar y alcance a mil trescientos y treinta y cinco días.»
Y como Daniel siguiera desconcertado, el Ángel de Dios añade:
En el Fin del Tiempo, cuando las naciones de la Tierra se reúnan en Jerusalén, hablarán todas «en una lengua clara», decía el profeta Zefanías (cuyo nombre significaba «Codificado por Yahveh»), ya no habrá necesidad de confundir lenguas, letras que se lean hacia atrás y códigos ocultos.Tú, Daniel, descansarás y te levantarás
a tu destino en el Fin de los Días...
Pero guarda en secreto las palabras,
y sella el libro hasta el Fin del Tiempo.
 
